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TRES HISTORIAS DE ASILO

"Os voy a envenenar con matarratas"

Una de las cinco ancianas de la residencia clandestina de Fuenlabrada revive las vejaciones que sufrió

Ana Alfageme

Carmen tose con un rugido estremecedor día y noche. Su bata se comba cuando abre la boca para buscar aire en la penumbra de un pulcro cuarto de estar de una residencia privada fuera de Madrid. Con los recuerdos más negros de sus últimos años en un asilo clandestino de Fuenlabrada (147.780 habitantes) llora y boquea. En ocho años sólo salió para denunciar por malos tratos y amenazas de muerte a la mujer que gobernaba el piso. Camino de la comisaría se cayó cuatro veces por los nervios.

"Los primeros años la cosa iba bien, aunque ella [por María Luisa Quintero, dueña de un piso de Fuenlabrada convertido en residencia clandestina, ahora detenida] siempre fue violenta. Hace dos años se colocó él en una fábrica [José Luis Barrios, marido de María Luisa] y ella se quedó sola al frente de la residencia. Vamos, no era residencia, nos decía que era una cosa familiar, que vivíamos como en familia, pero era una familia muy desunida. Nos trataba muy mal ella, porque a mí me ha castigado mucho... a estar en la terraza desde la mañana a la noche", rompe a llorar, "hasta que me caía, o sentada en el comedor hasta las tantas... Ella me ha pegado varias veces, la última vez con la silla del niño, y me dejó todo esto y esto morado del golpe tan horrible". Carmen se señala, sin aliento, el costado y el brazo derechos.

Sopa de agua

"En los ocho años no he salido nada. Una sobrina venía a verme y me traía lo que necesitaba, pero la visita era para ellos, no para mí. Cuando ya se iban a ir, me llamaba a mí. Sola nunca he estado con mi sobrina. Y ahora me dice: 'Ya comprendo, cuando te queríamos sacar a tomar una fanta y nos han dicho que no te sacáramos que no te íbamos a poder meter. Yo quería salir para decirle que me buscara una residencia del Estado, que yo allí estaba que sufría muchísimo. Me trataban muy mal. Él es bueno, si alguna vez nos ha castigado era porque ella le calentaba la cabeza".Carmen nació en el corazón de Madrid hace 74 años, fue monja sin suficiente vocación como dice ella, ama de llaves luego de la hija de un marqués. Nunca se casó. Llegó al piso de Fuenlabrada hace ocho años, tras pasar por un hospital. Ni le respondían bien las piernas ni le dejaba respirar su bronquitis asmática.

"Entonces [cuando llegó a la residencia] mi pensión era de 27.000 pesetas. Yo se lo daba todo. Ellos me admitieron. Según me han ido subiendo, se iban quedando con todo. Me mandaban la pensión a casa. Llegaba un cartero, yo firmaba y me decían que ya me podía retirar. Los últimos dos años se comía muy mal. Yo he sido gruesa y mire [toma un pellizco de piel del brazo], estoy completamente desnutrida. La comida, a veces, era una sopa, un plato que se puede decir de agua con cuatro pedazos de pan allí para que nosotros los machacásemos. Luego un poco de fiambre. Por la noche, un puré y un poco de leche con unas galletitas. Ella últimamente no hacía nada y nosotras también limpiábamos. Claro que nos ofrecíamos por hacer algo, pero ella se levantaba a las once o las doce y ha habido veces que más tarde".

Precisamente las peleas del matrimonio -ella lo denunció a él por malos tratos y se fue de casa- destaparon el negocio. Fuera del control oficial hay 3.000 camas piratas para ancianos en Madrid.

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"Ella decía que José le pegaba, pero se oía todo y no sé cuando podría hacer él esas cosas. Ella me decía que tenía que verme con un cáncer retorciéndome y que se iba reír a carcajadas. Últimamente le dije a José: "Sea amable y cariñoso con Mari, trátela bien porque esta mujer un día va a matar a una abuela o a un niño". La abuela era ciega y tenía 93 años, la misma edad que Paz, a la que una vez Mari le pegó "dos puñetazos en la cabeza y sangraba por la nariz como un cerdo"; luego estaba Encarna, con 84 años, a quien ella "le ha arrancado casi todo el pelo a tirones", y Lola, con 85 años. Carmen tiene 74. Todas adelgazaron, menos Encarna, "que, bueno o malo, lo echaba todo para adentro".

"Mari decía que le daba miedo que sus padres llegasen a ser mayores por si les llegaba a odiar con el odio que tiene a los viejos. Otra vez nos dijo que no teníamos derecho ni a comer ni a dormir, que éramos parásitos. (...) Otras veces decía: 'Voy a poner matarratas y voy a acabar con todas' o 'Voy a rociarlo todo con gasolina y a prender fuego'. (...) Eso era continuo. Está trastornada, no se puede ser tan malo. A mí me ha abofeteado varias veces y me castigaba con mucha frecuencia. Una vez me encargó que un abuelito que tenía cáncer en sus partes no entrara al baño, porque iba mucho. Estuve seis o siete veces sujetándole hasta que me di cuenta que se lo había hecho encima. Pues por aquello me tuvo todo el día andando por la terraza nevando a todo nevar. Le decías: 'Perdóneme, por favor', y te contestaba: 'Yo no perdono, no soy Dios, déjeme en paz".

"Una vez no sé qué me pasé en el estómago y devolví en el mismo plato, y allí había de todo, señora, había bilis, había expectoración, había de todo. Me dio la cuchara y me hizo comerlo". ¿Y se lo comió? "Vaya si me lo comí".

Una señal desesperada

Por el bajo B, donde vivían las ancianas, pasaba un médico cada semana, llegaba de vez en cuando la tarta que el matrimonio regalaba a las abuelas por el cumpleaños -"era él"-, el frío en invierno -"la mayoría de las veces estaba rota la calefacción"- y corría Luis Alfonso, el chavalín de tres años de la pareja: "Un sol. No parece hijo de su madre". También a él le caían los insultos.El piso estaba comunicado con el del matrimonio, pero la puerta de la calle estaba cerrada con llave. Carmen no salió nunca; las otras, pocas veces. "Si bajaba un vecino o venía alguien, nos metía en una habitación y decía: 'Silencio, que no oiga a nadie', y allí estábamos en una habitación horas y horas. (...) Si venía alguien a protestar, teníamos que salir a decir que todo era mentira, porque si no, nos la cargábamos".

Dice que está escacharrada, que los días antes de salir del piso pensaba que se moría de la tos, que ahora rumia el por qué de todo esto, con lo que ha trabajado ella. No se puede creer que ahora le traten tan bien. "Una de las abuelas me dijo un día que saliera a la terraza y me destapara para que la Guardia Civil me viera. No se por qué no lo hice.".

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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