El Madrid siembra el desconcierto entre su público
El público del Bernabéu no sabe a estas alturas qué puede esperar del Madrid. La temporada de verano se cerró con una desconcertante exhibición de sus huestes, que se quedaron a medio camino de una victoria aseada para dibujar finalmente una actuación caótica, casi terminal, sumido el equipo en un imprevisto período de descomposición. El aficionado se quedó desamparado, en la tesitura de tener que jalear las intervenciones de Buyo. Fue un aperitivo indigesto a tres días del comienzo de la Liga.La salida de Martín Vázquez coincidió con el descalabro, pero parece un argumento exagerado para justificar el tamaño de lo que sucedió durante la última media hora. Hasta ese momento, el Madrid había controlado sin brillantez el encuentro, facilitada su labor por la actitud del Inter. El cuadro italiano visitaba el Bernabéii con actitud excesivamente formalista, más dispuesto a cumplir con la letra del contrato que con su espíritu. Su juego se limitaba a presentar una oposición ordenada, con vocación conservadora y talante administrativo. Ni una palabra de más, ninguna carrera fuera de contexto, demasiada economía de esfuerzos en su despliegue. El Madrid encontró cierta facilidad para moverse a gusto por el campo y limitó el principal problema a lo que fueran capaces sus hombres de hacer en las proximidades del área contraria. El paso del tiempo y una actuación más voluntarista que inspirada propiciaron varias ocasiones y un par de goles. Hasta ahí, todo correcto.
La sustitución de Martín Vázquez permitió el estreno de Dubovsky, posiblemente una decisión más comercial que táctica. Hombre por hombre, la razón apuntaba a que Prosinecki debía ser el elegido para ingresar en el banquillo. Sin razón aparente, cuando el público demandaba más goles y el Inter persistía en su rutina, el Madrid comenzó a romperse en pedazos. Poco después, expulsaban a Alkorta. Desde la defensa hasta la delantera, se transmitió un pernicioso germen cuyos síntomas manifestaban un desorden espectacular. El Inter encontró tantas facilidades que un par de jugadas de primitiva elaboración le permitieron igualar el marcador. Pocas veces le habrá resultado tan sencillo cumplir con el espíritu de un contrato atendiendo escrupulosamente a la letra.
Y ahí quedó el Madrid, expuesto a la generosidad del socio, que poca gana tenía de comenzar la temporada protagonizando una bronca en toda regla. El público fue a la deriva tratando de ampararse en algunos apellidos, buscando razones con las que alimentar su esperanza. Primero fue Martín Vázquez, pero se marchó. Le sucedió el brasileño Vitor, el morenito en el argot castizo, pero una lesión interrumpió la recién iniciada comunicación entre jugador y respetable. Luego reparó en Butragueño, que parecía dispuesto a dialogar con Michel. Más tarde, hubo de inclinarse ante el propio Michel, tenaz en su monolítica labor de asistente. Pasaban los minutos y el tablero se fue quedando sin piezas. Creció la sensación de que la presentación podía terminar en tormenta dado que se sospechaba que muchos jugadores se habían quedado sin gasolina. Nadie era capaz de echarle genio al asunto, la cohesión entre las líneas se había interrumpido, había jugadores en paradero desconocido. Puede citarse entre ellos a Dubovsky, sumido en el anonimato. No hubo más remedio que agarrarse a Buyo, una opción indeseable para un simple amistoso.
La pretemporada, un período del que no caben extraer conclusiones precipitadas a la vista de la experiencia, ha sido un fiasco en el haber del madridismo. La Liga comienza para el Madrid envuelta en la incertidumbre. Ahora mismo hay caldo de cultivo para la desconfianza, un punto de mala espina. No es frecuente una exhibición como la de ayer, un salto en el vacío como el protagonizado ante el Inter. El Madrid cambió de itinerario cuando anticipaba una goleada decorosa. Lo malo es que el público no encontró argumentos para explicarse lo sucedido. De ahí a la sospecha hay poco trecho. La próxima cita tendrá carácter de examen.
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