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Diario apócrifo de un presidente

La venganza de François Mitterrand palpita tras las páginas escritas por un autor anónimo

A François Mitterrand, presidente de una república laica, sus enemigos le acusan de "deriva monárquica", mientras muchos socialistas, cuando se refieren a él, hablan de Dieu (Dios), por su condición de esfinge y oráculo. La publicación de un Journal apocryphe d'un president (Diario apócrifo de un presidente) viene a ratificar esa condición oracular y casi divina del hombre que lleva 12 años gobernando en Francia. El autor, que prefiere mantenerse en el anonimato, asegura que "el presidente no es el impulsor de mi trabajo, tan sólo el inspirador involuntario". Lo cierto es que el libro se diría escrito por un próximo que ama y defiende el mitterrandismo. Sus supuestos errores -affaire Greenpeace, ceguera ante la caída del muro de Berlín, vacilaciones ante el golpe de Estado contra Gorbachov, etcétera- son explicados y defendidos. La responsabilidad de la derrota electoral recae en los socialistas, "esos idiotas anémicos, que se abandonan al desánimo".Obviamente, un libro de este tipo, un diario personal, aunque sea falso, tiene interés si las afirmaciones parecen creíbles y documentadas, y así sus muchas maldades, sus frases asesinas, también se benefician de ese efecto de verosimilitud. El presidente, cuando hace balance de sus años en el poder, está "orgulloso de haber ampliado la libertad y el poder de las colectividades locales", pero no se preocupa demasiado del socialismo: "Jamás he creído en el valor absoluto de una doctrina, aunque reconozco en el socialismo una causa que merece ser defendida".

El libro lo presenta como un estadista un tanto escéptico: "El abecé de cualquier político es repartir cargos entre las élites y pan entre las masas", aunque sabe, como Luis XIV, que "un nombramiento crea un ingrato y mil descontentos". Entre los ingratos ocupa un buen lugar Laurent Fabius, supuesto protegido del presidente: "Es un hombre que no sabe lo que es el sentido de la amistad". Ante un conflicto "tiene una sola idea en la cabeza: desmarcarse. Así no se va lejos en política". Le reconoce virtudes, como la inteligencia y la modernidad, pero cree que está "demasiado pagado de sí mismo", "mimado por éxitos excesivos". Michel Rocard sale aún peor parado: "Se difumina en el temporal", durante los tres años de gobierno "su figura ha palidecido bajo el pelo teñido, corriendo sin cesar de un incendio a otro".

Todo el mundo se hace merecedor de unos cuantos adjetivos. Edith Cresson es alabada por su "entusiasmo y combatividad", pero piensa que no siempre podrá "protegerla de sí misma", sobre todo de sus excesos verbales. Pierre Bérégovoy "ha conocido en un breve lapso de tiempo la infamia y la derrota política. Para los humildes, la vida es dura". De Ronald Reagan le basta con decir que "es un simple con ideas simples". Borís Yeltsin no sale mejor parado: "Héroe momentáneo, apparátchik de las montañas, del Ural instalado en Moscú por Gorbachov, aventurero sin principios, espejismo de la demagogia".

Las referencias a la vida privada real-imaginaria del presidente son escasas. La amistad es el único valor que defiende por encima de todo. Escribe para la posteridad. Y por eso sí tiene en cuenta que algo debe decir sobre la muerte o al menos sobre la Vejez y la enfermedad: "No se comprende nada sobre la enfermedad si no se descubre su parecido con la política. Hay que saber llegar a compromisos, fintarla, engañarla, ceder y someterse a sus exigencias". El autor de esta última consideración puede ser cualquiera, pero realmente parece Mitterrand.

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