Un primer paso
TRAS UNA batalla política que ha durado meses, Clinton ha logrado la aprobación por la Cámara de Representantes y por el Senado de su proyecto de presupuesto, la pieza fundamental de su política económica. Cabe considerar tal resultado como un éxito importante, sobre todo si se tiene en cuenta que un rechazo del presupuesto hubiese colocado a Clinton en una situación muy comprometida. Pero no es posible Cerrar los ojos ante las condiciones en que se produjo la votación: sumamente apretada en la Cámara, con 218 votos a favor y 216 en contra (entre ellos, los de 41 demócratas), y con un empate en el Senado que deshizo por su voto de calidad el vicepresidente Albert Gore, que como tal preside los debates senatoriales.Ello refleja la pérdida de popularidad de Clinton. Bastantes senadores, cuyo mandato habrá de renovarse electoralmente en 1994, piensan que distanciarse de Clinton puede favorecerles. Dada la tradicional independencia de los electos respecto a sus partidos, las decisiones en las cámaras se logran a base de compromisos sobre temas locales, manejados por los lobbies, que presionan sobre representantes y senadores. Clinton ha aprendido a moverse en ese mundo, cambiando a algunos de sus colaboradores para colocar a personas duchas en las maniobras de pasillos. No es el estilo que había prometido.
En el presupuesto aprobado no hay novedades espectaculares. Algunos comentaristas han dicho que no se diferencia del que hubiese presentado Bush. No es verdad. Dos aspectos merecen destacarse: por un lado, rompe con la tendencia de los últimos años a un aumento constante del déficit; por otra, pone fin al tabú que Reagan había establecido respecto al aumento de los impuestos, concretamente para los sectores más ricos de la población. En sus cifras globales -y específicamente en lo referente a la reducción del déficit-, Clinton ha logrado unos 241.000 millones de dólares de nuevos impuestos y unos 255.000 millones de reducción de gastos, o sea, un total de 496.000 millones, muy cerca de lo había anunciado como objetivo para una disminución apreciable del déficit. Los aumentos de impuestos recaerán exclusivamente sobre las personas con mayores ingresos, lo cual lógicamente ha contribuido a que la acogida popular no haya sido tan negativa como cabía esperar.
En cambio, Clinton no ha logrado imponer sus propuestas de mayores inversiones públicas para mejorar las infraestructuras de las ciudades más deterioradas. Incluso ha tenido que aceptar una cláusula según la cual cada dólar de aumento de los impuestos será aplicado exclusivamente para la reducción del déficit. Estamos, así pues, ante un presupuesto capaz deponer la casa en orden, o, mejor dicho, de iniciar un proceso en esa dirección, después de una larga etapa en que los republicanos, a la vez que asistían impasibles a una degradación terrible de los servicios sociales y de la calidad de vida en las ciudades, permitían un incremento incesante del déficit presupuestario. Si Clinton logra frenar esa tendencia y que se normalicen los equilibrios económicos, aunque sea dejando de lado algunos proyectos de los que habló en su campaña, será sin duda un éxito para él.
Por ello, la aprobación del presupuesto es sólo un primer paso en la senda de los esfuerzos que tendrá que realizar el presidente para sacar adelante sus planes económicos y sociales. Los dos, grandes retos que ahora le esperan son la reforma del sistema de sanidad, preparada por una comisión encabezada por Hillary Clinton, su mujer, y el Acuerdo de Libre Comercio en América del Norte, firmado ya con México y Canadá. La oposición a ambos proyectos en las dos cámaras es considerable, pero de su aprobación depende en no pequeña medida que Clinton pueda recuperar un prestigio hoy tambaleante.
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