El parque del Refugio
Paseo por el circo y la magia del Retiro antes de que el sol se lleve el embrujo
Un muchacho besa la sonrisa de su novia entre los arbustos y ésa es la primera imagen que da el Retiro, el parque que en otro tiempo fue un huerto. Ella observa después a su alrededor para comprobar si alguien les mira. No parece que le importe, es sólo curiosidad. El recibimiento oficial lo ofrecen, en cambio, dos hombres con la cara pintada de blanco que sólo abren la boca para respirar. Allí se han refugiado, pues, todos los mimos: los novios de las carantoñas y los artistas de las muecas, en esa sala de estar decorada de verde y agua donde Madrid recibe a sus invitados.Los hombres mudos gritan con sus manos: "Pasen y vean, están llegando al circo". La pista ofrece saltimbanquis, malabaristas, músicos, patinadores, payasos, y hasta- siete leones que se quedaron de piedra hace ya muchos años; domados por Carlos III (el rey-alcalde aún sigue vigilante entre ellos). Los enebros, los alerces o las hayas forman la carpa.
Algunas ardillas descienden hasta la mano de la gente de buena fe -ellas saben distinguir para tomar un fruto seco y llevárselo de merienda. La más atrevida de la tarde se detiene ante su visitante con una sorprendente duda: mira la avellana de la mano izquierda y después el pastel de la derecha. Al final se decide por mordisquear el chocolate, sembrando entre los presentes una tremenda incomodidad ante la aparición futura de caries en esta, especie.
Por allí cerca, algunos anciahan buscado su refugio en el sol, y se colocan de espaldas al calor para que les alivie los dorsales y las vértebras. Ahora son pocos. Dentro de 20 años, los ordenadores y la tensión dejarán así a la mitad de los ejecutivos que ayer jugaron al squash.
Miguel Vidania acude con frecuencia a oler el estanque, pero él se encuentra como un chaval. Hoyse ha tropezado allí con el grupo Souvenir Bielorruso, tres simpáticos cuarentones que un día fueron soviéticos y ahora regalan sus melodías a quien quiera escucharlas. Vidania les cuenta que hace exactamente 51 años, el 15 de julio, él, que entonces era un crío, regresaba de las batallas de Rusia contra el comunismo con aquella División Azul que envió Franco para que no le dieran mucho la lata sus amigos alemanes. Y el viejo guerrero resalta embaucador que su apellido español es muy parecido a la expresión "adiós" en ruso: II¡Dosvidania!" Y él repite con énfasis II¡Dosvidania!", pero se queda allí. Este Miguel Vi dania está encanta do con la música de Vladímir Gorodkin, Alexandr Shaj y VIa dímir Liudchik, los del Souvenir Bielorruso. Se emboba con los dos acordeo nes y los cimbales. Suenan melodías rusas, bielorrusas, Ka finka -por supuesto- y hasta la ban da sonora de El golpe. VIadímir fue miembro de la Orquesta de la Radio televisión de Bielorrusia, y acapara la DS unanimidad del res petable sobre su virtuosismo magistral. Llegaron al Retiro el 2 de julio, y están de oferta. Mientras esperan los contratos, se recrean cada día junto a las barcas, intentarán sobrevivir, y volverán a su país con el deseo de regresar el año que viene a un escenario nocturno. Los paseantes se refugian en su música perfecta.
Un retrato para Koeman
Un poco más allá han recalado unos Hare Krisna-Hare Rama que repiten su rosario de frases idénticas con una melodía que se percibe relajante al principio y como una auténtica pesadez algo más tarde. Lo dice una señora bajita: "¡Qué pesados éstos, ¿no?'. Dos mormones de gran estatura, más blancos que un papel, pasan junto a ellos y los observan con distancia.El que más sufre la retahíla oriental es Jacinto, que se ha puesto muy cerca de los Hare-Hare y resuelve una caricatura en cinco minutos con esa machacona música en el fondo de su oído izquierdo.
Tres amigos de unos 13 años se han parado ante él, con cara de que se les había estropeado el plan esa tarde. Están deseando que les dibuje. José Ángel se adelanta el primero. Los tres muestran que el desparpajo infantil dista mucho ya de la generalidad de niños tímidos que se estilaba hace apenas tres lustros. Se prestan a posar en público mientras algunos adultos comentan que siempre han querido una caricatura, pero no se atreven a que se les observe mientras disimulan el gesto vergonzante sentados en el banquillo de tela. José Ángel es rubio al estilo holandés y lleva en el alma de sus cromos los colores del Barça. Así que los amigos le llaman Koeman.
Jacinto le dibuja dando una patada al balón y con el escudo azulgrana en el pecho. Paga 1.000 pesetas, aunque ellos creían que para los niños eran sólo 500. Después se sienta el segundo muchacho, orondo y con cara de hogaza. Él mismo se carcajea de su barriga y dice a toda risa que desea inmortalizarse como un luchador de sumo, el deporte japonés de los gigantes sebosos. Pero Jacinto, que habla con acento extranjero, no le ha entendido bien, y en lugar del sumo le dibuja con un zumo: con pantalón corto, con una musculatura temible, con un hombrecillo estrujado en su mano izquierda... y con una caja de Zumosol en la derecha. Jacinto se ha llamado aquí Jacinto porque ése es el nombre que él dijo. No quiso explicar más, seguramente porque tomó al periodista por un policía secreto del servicio de inmigración. Con la segunda pregunta -¿de dónde eres?-, su rostro se mudó, se hizo agresivo y Jacinto espetó que no era momento para reportajes, que estaba trabajando y que con cada palabra perdía un cliente.
Aquella mulata que habla portugués (tal vez con acento de alguna colonia lusa) lleva encadenados a sus manos tres niños también mulatos. Portan los zapatos en la mano y se dirigen hacia el estanque que sirve de foso a la gran estatua de Martínez Campos. Cuatro veinteañeros de patillas cinceladas se están bañando allí, sumergidos con sus pantalones vaqueros calzados. La mulata, de su misma edad, tal vez un poco mayor, les mira coqueta, quizá se insinúa. Y los chicazos no le hacen ni caso. Ella y los niños entran también en el estanque, la mujer se moja hasta la cintura. La falda se le funde con las piernas, pero los otros no se fijan en nada, siguen oyendo los gritos de un transistor.
Hoy es día laborable, y no está funcionando el teatro de marionetas de Paco Porras, ni Pirulo cambia cromos en su sitio habitual, ni huele a fiesta. La emoción la pone algún colgado que se atreve a llevarse, a punta de navaja, las únicas 400 pesetas del bolsillo de una chavala. Menos mal que le dejó el bocadillo.
La magia del parque, sin embargo, encuentra siempre un lugar donde revelarse: se filtra en un mal poema escrito a tiza en el suelo, vuela en la conversación por encima de dos horchatas o, menos comúnmente, reposa en el hombre que obtiene encomiable rendimiento de su chistera. Por la noche se romperá el encantamiento. La gente se va por la calle de O'Donnell, o saldrá por la Puerta de Alcalá, o por Menéndez Pelayo. Jacinto, el dibujante del nuevo Koeman, regresa al miedo a esa hora, incluso aunque nadie le pregunte de dónde es; y la Casa de Vacas, que poco antes permitía estar con Arthur Cravan en silencio, se convertirá, hasta fin de mes, en lugar de negocio y bullicio.
Todo durante el día fue aquí magia, o circo, o guarida. El hechizo del refugio se conjura con el fin de la jornada laboral del sol, y sus moradores saldrán a buscarse una cama. El embrujo, paradójicamente, se acaba con la noche. Se fue al limbo como aquella mirada joven que permaneció clavada en el estanque.
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