Con la lengua llena de tierra
La jerga del pelotón pierde riqueza a medida que cambia el tipo de corredor y aumentan sus exigencias profesionales
Habla Iñaki Gastón: "La etapa fue tranquila al principio. Normal: la peña va con el gancho en la barbilla. Las dos primeras tachuelas se subieron a tranco, con los depósitos ya bajos de gasolina, aunque hubo algún que otro grajo que quiso meter el manillar para quitarte la cabeza. Los alemanes y los franceses fueron los peores. Los italianos les llaman limatores. Son repugnantes. Ven un agujero y, zas, ahí se meten. Luchando con todos los buitrillos, cubrimos la primera parte. Cuando se hizo la selección, se lió la batalla. Nosotros íbamos todos con el gancho en el autobús. Al rato, aparecieron los salvajes, ésos a los que les gusta torturar a la gente. No importó: con un diente menos, se apagó el fuego. En el último puerto, el grupetto palmó y formamos un autobús de 30 y 40. Los latigazos fueron muy jodidos porque en la oficina siempre vas con el gancho y por el grijo. Después de tanto salvajismo entre puerto y puerto, la cola cascó. Los que íbamos más tranquilos metimos un diente arriba, pero los que iban con el gancho no tuvieron más remedio que poner la moto hasta la meta, ya sin gasolina".
La narración efectuada por Gastón, gregario del Clas, sobre la etapa de Saint Lary Soulan exigió del corredor un verdadero esfuerzo nmotécnico. Tiene razón Raphael Geminiani, un retirado ciclista francés: la jerga del pelotón pierde riqueza a medida que las exigencias profesionales aumentan y se impone el modelo Induráin, corredor parco en palabras, pero repleto de hechos. Los apodos son también un bien escaso. "El lenguaje ciclista no se renueva por falta de participantes. Antes podíamos hablar entre nosotros sin que nadie nos entendiera. Hoy es imposible. El pelotón es más internacional y los corredores son educados para hablar en la televisión. Falta imaginación", afirma Geminiani.
El pelotón francés mantiene en formol algunas expresiones interesantes: avoir de la laine sous les ongles (tener lana en las uñas: cuando un corredor se agarra al jersey de otro durante una llegada masiva), être dans le pampa (estar en la pampa: cuando un hombre se queda descolgado), faire du bec de sell (ir en el pico del sillín: el ciclista se desplaza sobre la bici para impulsarse), manger de la luzerne (comer alfalfa: salirse de la carretera), rester en croustille (estar crujido: pedalear asfixiado), saler la soupe (salar la sopa: doparse), visser la poignée (atornillar el puño: mantener una ritmo de pedaleo elevado durante un buen tiempo).
El periodista Pierre Chany escribió lo siguiente en el prólogo del Diccionario Internacional de Ciclismo, de Claude Sudres: "El lenguaje ciclista es producto de la truculencia y la inventiva. Sentado en un sofá, junto al fuego, se puede practicar la perífrasis, pero encima de un sillín, a 40 kilómetros por hora, lo propio es la concisión". Gastón sabe algo de eso: "A 50 por hora, que es como vamos en este Tour, lo propio es abrir la boca sólo para respirar, no para cascar".
Laurent Fignon, el corredor francés del Gatorade, ofrece un matiz interesante al respecto en su discurso de despedida: "Me voy sin dolor. No me importa dejar un deporte en plena mutación y sin vida. Los corredores de hoy son profesionales hasta la exageración. En el pelotón nadie habla, nadie ríe, no hay tiempo ni de mear".
Los italianos, siempre ricos en expresiones, conservan un repertorio divertido: succhia ruote (chupa ruedas: el que no da relevos), prendere la cotta (estar cocido: correr sin aliento), volata con il coltello fra i denti (sprint con el cuchillo entre los dientes: ir a morir en la llegada), ventre a terra (vientre en tierra: lanzarse a tumba abierta en el descenso), fuga bidone (escapada basura: huída de gregarios). No hay muchas más, como en español. La burra (bicicleta), gaviola, pájara o peonza (desfallecimiento), pestoso (corredor que ataca cuando el grupo va tranquilo), globero (el típico aficionado que se une a los ciclistas en los puertos de montaña), aguador (gregario), estacazo (ataque imprevisto), calzarse una leche (caerse) y el autobús (el grupo de rodadores que en la montaña aguanta en la cola) son las más usadas.
Javier Mínguez, el director del Seguros Amaya, atribuye la disminución progresiva de vocablos a un hecho inevitable en el ciclismo moderno: la forja de corredores más preparados, más cultos. "Ha cambiado el estilo porque hay una generación nueva. Tienen otra forma de vida, otro lenguaje, más preparación. Hay que aceptarlo. Además, cuando sale uno que larga y no responde en la carretera, todo el mundo le llama fantasma y la Prensa lo pone de tonto".
Gastón ha vivido en sus carnes las mejoras: "Ahora todos vamos bien vestidos, somos puntuales, intentamos hablar bien... Las casas comerciales te lo exigen. Los ciclistas ya no somos unos baldragas ni tenemos la pinta de antes. Ahora hay más publicidad, más televisión, y la imagen cuenta mucho. Antes decías 'joder, es que estos huevudos me tienen hasta las tejas' y no pasaba nada, pero ahora te oye el manager y te la cargas.".
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