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La agresión a Francisco Ayala

Juan Cruz

Manuel Vicent decía cuando le hicieron en el Ateneo de Madrid el homenaje póstumo a Joan Fuster, que su país, el valenciano, era el único en el mundo que era capaz de poner una bomba para reivindicar una diéresis. Francisco Ayala, vilipendiado el otro día en Oviedo sin comerlo ni beberlo, decía el pasado domingo que en esas condiciones parece que está también el país asturiano. Qué países, que son capaces de insultar, agraviar e incluso agredir físicamente porque consideran que la delicada lengua que reivindican está por encima de la propia dignidad de los hombres.Francisco Ayala fue llamado fascista por un grupito de vociferantes defensores del bable que reivindicaban su lengua ante las autoridades académicas. Le tiraron objetos insultantes y le llamaron fascista. Por antifascista Ayala fue perseguido hasta el exilio y por antifascista vivió largas penurias en países distantes; por antifascista fue digno y por antifascista sigue siendo, octogenario y vital, uno de los españoles de mente más libre, de talante más democrático, de ironía más profundamente liberal.

Por antifascista sigue hablando en universidades, en institutos y en tertulias. Granadino de la cepa de los incombustibles, es acerado y veraz como una piedra pulimentada por la sabiduría y la ciencia. Es sociólogo, escritor, ensayista, polemista famoso e, incluso, espectador de televisión. Lector indignado de la prensa y asistente perplejo a un mundo en el que la descalificación como desahogo parece haberse enseñoreado con este país donde, en efecto, la gente es capaz de matar por una diéresis, o por un acento circunflejo.

Académico de la lengua, cree incluso que la defensa de su lengua es una tarea que hay que tomarse con el buen humor con el que el hombre ha de afrontar las circunstancias, porque en el fondo del alma hay cosas muchísimo más serias que la lengua propia.

Con ese bagaje intelectual, que aquellos fascinerosos que le atacaron en Oviedo seguramente desconocen, entre otras tantas cosas, Ayala acudió a Oviedo a hablar de la paz de la literatura. Unos huevos duros, o blandos, o podridos, le recibieron con aquel grito que debe ahora mismo ser bumerán de los que le agraviaron.

No es la primera vez; esperemos que sea la última. No lo será tampoco, pero hay que tener fe en que muden los tiempos que hacen posible estos rasgos sarnosos de la intolerancia. Hace unas semanas otros jóvenes engreídos por la razón violenta de sus posesiones personales agraviaron a la viuda de Gabriel Celaya, una de cuyas palabras, simplemente, valió más para defender la libertad que todos los gritos de los que le han olvidado. En otro contexto, esta vez de nuevo universitario, el presidente del Gobierno fue insultado gravemente por estudiantes espoleados por aquellos que insultan igualmente a diario a todos los que opinan de forma distinta a la que ellos consideran ortodoxa.

Es un mundo cavernario, terrible, la dictadura del improperio, el retorno de los brujos que trabajan en la oscuridad del adjetivo descalificativo a favor del regreso de las formas fascistas del coloquio público. El mundo de los que se ríen insultando; de los que insultan riendo; el de los fascistas que son capaces de identificar la democracia con el fascismo; el de los fascistas que se benefician de la democracia para escupir en la frente de los otros y exigir, además, quedar impunes; el universo de los que han sustituido la crítica por el insulto; el estadio de los vociferantes y de los impacientes que no saben perder y tampoco saben ganar; el mundo de los que llevan una pistola en el alma; el de los que utilizan los verbos de José Antonio para recordar que no hay que temer que las tortugas caminen hacia atrás; el de los que son capaces de dudar de la salud de los votos ajenos si no coinciden con la intención con que ellos mismos han alimentado sus ilusiones de medro. Son la España intencionadamente embustera que ignora la dignidad ajena para reírse de ella. Probablemente esta generación que desconoce quiénes han sido los antifascistas de este país no sabe que está haciendo causa común con los que profieren estos gritos, pero habría que recordarle que el talante que muestra es idéntico. En los Ultimos tiempos se ha reiterado que a este país le falta memoria histórica, y de hecho ha sido muy cuidadosa la construcción ]el olvido; por eso se han irritado tanto aquellos que hubieran deseado sepultura eterna para los horrores de la pasada y larga intolerancia. Acaso hechos como el de Oviedo deban alentar a quienes en efecto piensan que no deben ser desestimados los daños que en el pasado sufrió la libertad. El hombre tropieza; a veces tropieza con la mente y otras veces tropieza con la lengua. Esta falta de sentido de la libertad es la que ha agredido a Ayala: en nombre de las palabras se llama fascista a un hombre que ha contribuido a que se construyan mejor. La barbaridad no debe quedar en el olvido. Y Ayala debe ser entendido como un símbolo, una metáfora de lo que no debe ser de nuevo un insulto a la inteligencia.

Mancos de la duda, estos seguidores de Millán Astray que frente a la vida proclamaban la muerte deben ser condenados infinitamente a leer de nuevo, con la voz del alma, a Miguel de Unamuno, por ejemplo, para que una parte de la esencia del pasado les ayude a ser más libres y por tanto más respetuosos con la libertad.

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