_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Maupassant

Fue Gustavo Flaubert el primero en leer las composiciones iniciales del joven Guy de Maupassant, enviadas por Laura, su madre, vieja amiga del gran novelista, en su afán de ver a su hijo alcanzar la gloria literaria. "Lo que me traéis", le dijo Flaubert, "demuestra una cierta inteligencia, pero no olvidéis nunca que el talento, siguiendo el decir de Buffon, no es más que una larga paciencia". Sabido es el cuidado y la voluntad de perfección -y esto implica la lentitud- que el autor de Madame Bovary ponía en sus escritos, y quiso que aquel joven, al que pronto llamaría su discípulo, no tuviera prisa. En cierto modo el fogoso normando respetó tal consejo porque no publicaría su primer cuento -un cuento macabro titulado La main décorché (La mano del desollado)- hasta 1875, cuando ya había cumplido los 25 años, viviendo mientras tanto de un empleo subalterno en el Ministerio de Marina. Pero Flaubert le introdujo en los cenáculos literarios parisinos, tan notables en aquella época, como el de "los martes" de Mallarmé, los de los naturalistas como Zola y Huysmans, o el de los hermanos Goncourt. ¡Qué ventura haber podido asistir a la tertulia que en el famoso grenier de Edrnundo de Goncourt hacían, en torno suyo, Zola, Daudet, Matipassant, Bonnetain, Heredia, Robert Caze y Gérard, hacia 1880! No era fácil que un recién venido triunfase en un mundo literario francés tan pleno de valores, pero justamente en ese año de 1880, al publicar Boulede Suif, en una edición colectiva con otros jóvenes como él, le llegó de pronto la celebridad que ya nunca habría de abandonarle. Se trata de un largo cuento -esa especie literaria que los franceses llaman nouvelle- contra la guerra del setenta, que tanta náusea le había producido al ver el absurdo y la derrota en vez del combate y la gloria. Un relato que desprecia tanto a los prusianos, ocupantes de la villa de Rouen, como a los burgueses franceses, demasiado condescendientes con las brutalidades del invasor. Boule de Suif (Bola de Sebo), una joven prostituta así llamada por estar bastante metidita en carnes, que en la diligencia que les lleva es primero despreciada por sus compañeros de viaje, de mayor rango social, pero a la postre será la que, con su sacrificio, salve la expedición. Flaubert, a quien su discípulo había enviado las galeradas, escribió gozoso a una de sus sobrinas: "El cuento de mi discípulo es una obra maestra, insisto en la palabra: una obra maestra de composición, de comicidad y de observación".Con la celebridad, se le abren las puertas de los influyentes periódicos -Le Gaulois,

Le Figaro, el GilBlas- que pagan bien, lo cual le permite dedicarse a la vida de placer y a satisfacer su afición desde chico al remo, comprándose un barco para navegar por el Sena. Mas no deja de trabajar y durante los 10 años que transcurren "desde Sedán hasta la belle époque, Maupassant escribe más de 300 cuentos y nouvelles, tres grandes novelas -Une vie, Belami y Pierre et Jean, aparte de numerosas crónicas y artículos, además de algún intento teatral. Y, aunque siempre fiel a la memoria de su maestro, su obra nada tiene de parecido con la de Flaubert. "Creo", le decía a un principiante en busca de consejo, "que para producir no hay que razonar demasiado. Hay, en cambio, que mirar mucho... Ver: ahí está todo, y ver certeramente... Ver con sus propios ojos y no con los de los maestros... Además, creo que deben evitarse las inspiraciones vagas. El arte es matemático, y los grandes efectos se obtienen con medios simples y bien combinados... Pero, ante todo, no imitéis ni os acordéis de nada de lo que hayáis leído: olvidar todo y, aunque parezca una monstruosidad que creo cierta, no admiréis a nadie" Le horrorizaba -como apunta el agudo Armand Lanoux, compilador de la bella edición en La Pléiade de sus Contes et nouvelles- "el peligro de la perfección, tan caro a su maestro, y quería guardar sólo la religión de la mirada servida por la palabra justa, que permite reconocer en el bosque el árbol descrito por el artista".

Quizá la herencia de una madre neurótica -su hermano menor, Hervé, acabó loco y tuvo el propio Guy que encerrarle en un manicomio- y la vida sexual exuberante de este "toro normando", como lo calificó Paul Morand, émulo de fauno, capaz de honorar seis veces seguidas a algunas de sus amantes, que procedían tanto de los lupanares como de la pequeña burguesía y sólo excepcionalmente de la alta sociedad, le produjeron tempranamente la sífilis -¿hereditaria?-, a la que cabe atribuir sus dolores de ojos y sus tremendas jaquecas, junto a sus neurosis, su paranoia y sus ciclos de exaltación y depresión que le llevarían a un intento de suicidio en 1891, que acabaría con su vida intelectual. Vivió aún cuatro años, los dos últimos en la Casa de Salud del doctor Blanchard, en París, manicomio envuelto en amables apariencias, donde su vida se extinguió el 6 de julio de 1893, hace ahora justamente un siglo. Su fiel mayordomo, François Tassart, que publicó años después unos fidedignos Souvenirs sur Guy de Maupassant, ha descrito el entierro en el cementerio de Montparnasse, donde el administrador de pompas fúnebres se negó a sepultarlo en la tierra misma, como él quería, "para fundirse en el Gran Todo", y exigió un ataúd digno del muerto. El cual, en sus horas maduras, había confesado a su fiel servidor: "Soy de la familia de los despellejados. Pero esto no lo digo ni lo muestro y creo que lo disimulo muy bien". Y si es cierto lo que cuenta su reciente biógrafo Henri Troyat, de haber oído que, en ese mismo día, en el coche de duelo que acompañaba a otro entierro, una niña fue violada por su tutor, podríamos pensar que Maupassant había plasmado su último cuento desde la tumba.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

¿Por qué este escritor francés sigue pareciendo más actual que otros de la misma época? Rechazó todo compromiso, político o matrimonial, no quiso la Legión de Honor que le gestionaba su amigo Rodin y se negó a ingresar en la Academia Francesa. Denunció la guerra, el poder del dinero y el colonialismo. Posturas que le sitúan más afín con los aparentes temperamentos de nuestro tiempo. Fue un best seller en vida y sus obras se siguen reeditando hoy, incluso en colecciones de bolsillo, y algunos de sus cuentos se han adaptado al cine y a la televisión. ¿Por qué TVE no los emite de nuevo, ahora que estamos en su centenario?

Si el lector está muy atareado, pero quiere darse idea cabal de la obra de Maupassant, yo le aconsejaría leer tres relatos ejemplares: La maison Tellier, Sur lleau y Au soleil, donde él creía haber puesto lo mejor de su arte, y su novela Bel-ami, donde fustiga la prensa amarilla y los bajos fondos de la política de su tiempo y en la que el protagonista no tiene más momento de dignidad que un duelo a pistola.

El citado Armand Lanoux lo ha caracterizado muy certeramente: "Antiguo por el respeto al cuerpo y a la sensualidad, libertino del siglo XVIII más que enciclopedista, no pertenece a su tiempo. No es un hombre del siglo XIX, a pesar de sus bigotes. Al través de sus cuentos y de su vida, es un escritor de hoy

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_