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Para luchar contra el paro

Durante mucho tiempo hemos asociado el crecimiento del empleo al de la producción, porque ésta. se incrementaba más rápidamente que la productividad. Situación que nos parece hoy más excepcional que normal. Ha hecho falta una enorme demanda de bienes de consumo duraderos, como electrodomésticos, automóviles, televisores, lavadoras, frigoríficos, equipos. musicales, etcétera, para que nuestros mercados interiores crecieran más deprisa que lo hacía la transferencia de mano de obra de la agricultura a la industria. Tras una larga expansión interior, facilitada por la apertura de las fronteras, vemos cómo la productividad alcanza y supera a la producción, especialmente por la falta de nuevas necesidades identificables que satisfacer y debido básicamente a la competencia de los nuevos países industrializados, lo que provoca un cambio cultural profundo. Ya no esperamos que la mejora de nuestra situación social provenga de la producción, lo cual suscita una marcada tendencia a condenar el productivismo industrial, a desear una sociedad más moderada donde se trabaje y se gane menos. Postura que racionaliza, en gran medida, una situación que se da de hecho: diversos sectores de la sociedad ven cómo su nivel de vida baja o se estanca, los jóvenes y las personas mayores de 50 años ya no encuentran trabajo. Pero, aunque esta postura indica nuevas necesidades -lo cual es esencial-, no aporta soluciones, y tanto los empresarios corno los sindicalistas temen que sea una manera de debilitar el. aparato de producción, y de emprender una carrera hacia salarios cada vez más bajos, en la que siempre nos vencerán los nuevos países industrializados de Asia. Trabajar menos ganando lo mismo es el camino más seguro para acabar con la inversión y con ello agravar la crisis, y si se disminuye la semana de trabajo para crear empleos se deben disminuir en la misma proporción los salarios, lo cual origina una gran resistencia y lleva a no aplicar este recorte más que a los salarios relativamente elevados, lo que castiga a los sectores e individuos más dinámicos y debilita, por tanto, la competitividad de la economía nacional.El problema es, pues, responder a necesidades que están orientadas hacia la calidad de vida, pero sin perjudicar la productividad y, por tanto, los costes de producción. Luchar contra el paro estructural es aportar respuestas a este problema. Para ser más exactos, ¿cómo se puede trabajar menos sin un recorte de salarios y sin un aumento de los costes de producción para las empresas?La solución a este problema general ha sido muy claramente formulada, especialmente por M. Peyrelevade, presidente de una de las compañías de seguros más importantes de Francia. El aumento de la productividad hace que disminuya el empleo, pero también que aumente la renta per cápita. Compartir el trabajo consiste, por tanto, en reducir la duración del trabajo personal de manera proporcional al aumento de la productividad, bloqueando el salario real y creando así nuevos empleos, con la condición de que no disminuya la duración de la actividad de las empresas. Pongamos un ejemplo con cifras concretas: si la productividad crece en un 2% al año, este crecimiento es de un 10% al cabo de cinco años, tanto para la productividad como para los salarios. Si se disminuye la duración del trabajo individual en un 10%, es decir, en media jornada por semana, se crean empleos cuya remuneración se deriva de los beneficios de la productividad, mientras que los que han visto reducida su jornada laboral conservan el mismo salario. Es la mejora de la productividad lo que permite lograr un crecimiento del empleo sin incremento de las cargas para la empresa. Lo importante es introducir esta transformación por etapas, ya que una ligera disminución de la duración del trabajo no crea empleos, como se ha visto en Francia cuando se ha reducido la duración del trabajo de 40 a 39 horas sin disminuir los salarios, medida que reunía todos los inconvenientes. ¿No es normal proseguir e incluso acelerar esa tendencia que, desde hace un siglo, ha reducido considerablemente la duración del trabajo? A decir verdad, se pueden introducir nuevos elementos en el razonamiento. Concretamente, es deseable que la mejora de la productividad lleve a un aumento de las deducciones públicas que permita al Estado y al sistema de seguridad social financiar la gestión de los cambios sociales, los gastos de formación y de reciclaje profesionales, los subsidios de desempleo, las prejubilaciones, etcétera. Pero luchar contra el paro quiere decir precisamente que en este momento hay que dar prioridad a la creación de empleos.

Aludamos ahora a dos medidas un poco más complejas, porque en estos casos hay más intermediarios entre las demandas sociales y la organización económica.

La primera se refiere a los gastos de sanidad. Llevamos 30 años dando una prioridad casi absoluta a la creación de una medicina científica pesada. Una vez más, no sé trata de perjudicar el progreso científico y técnico, pero a menudo se da un notable exceso de equipamiento mientras que otras necesidades, relacionadas sobre todo con los ancianos, y en particular con los que dependen de los demás, así como las relacionadas con los enfermos mentales y todas las categorías de personas impedidas, están muy mal cubiertas. Estas personas requieren escaso equipamiento, pero muchos cuidados personales. Es una medicina que crea numerosos empleos. Por consiguiente, se trata una vez más de combinar eficacia técnica y necesidades sociales. En Francia, por ejemplo, se ha comprobado que había más de 60.000 camas de hospital sin utilizar. Algunas están provistas de equipamientos importantes. La reducción del periodo de hospitalización y la ampliación de la hospitalización diurna explican en gran medida esta evolución. Se trata, por tanto, de transformar camas de hospital -técnicas- en camas de asilos de ancianos, dando a éstos cuidados que no reciben en las actuales instalaciones, tan insuficientes que, a veces, son "morideros" de los que nuestra sociedad debería avergonzarse. Una vez más, la creación de empleos no va asociada a un retroceso técnico, sino todo lo contrario, ya que una mejor respuesta a las necesidades sociales importantes requiere un aumento del nivel técnico de los cuidados, y los hospitales mejor equipados no se verían obligados a sufrir un reajuste del presupuesto dedicado a los cuidados en favor de los muchos grupos que necesitan cuidados personales más que intervenciones técnicas.

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Mi segundo ejemplo es más clásico. Muchos adultos, concretamente las mujeres, desean repartir mejor su tiempo entre la actividad profesional y los cuidados dispensados a sus hijos, y la sociedad es muy consciente de que los jóvenes víctimas del paro y el desarraigo tienen una gran necesidad de un medio familiar más sólido. El actual nivel de vida permite a muchas familias plantearse una disminución del tiempo de trabajo y, por tanto, de los ingresos, por ejemplo, para que uno de los padres esté disponible el día libre escolar semanal. Pero las familias sólo aceptarán este sacrificio financiero si es limitado y, sobre todo, si el derecho laboral y la acción sindical les garantizan protección suficiente, ya que, hoy en día, la mujer que solicita trabajar un 80% de su tiempo se ve casi siempre penalizada y pasa a formar parte del primer pelotón de las personas a despedir. Por el contrario, en los países escandinavos, el trabajo de las mujeres a tiempo parcial, a menudo muy por debajo de la media jornada, está muy generalizado y totalmente protegido. Aquí son nuestras ideas las que van con retraso. Hemos creído ser progresistas

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Para luchar contra el paro

Viene de la página anterioral tratar a las mujeres como a hombres; pero la relación con los hijos tiene un significado especial para las mujeres, y la mayoría de ellas, al tiempo que desea evidentemente trabajar, lo cual es indispensable para el nivel de consumo de la pareja, querría consagrar más tiempo a sus hijos. Las reivindicaciones de las asociaciones de mujeres deberían orientarse en este sentido.Éstos son algunos ejemplos de un modo de razonamiento general del que cada uno podemos encontrar otras aplicaciones concretas. No se trata para nada de apaños. La primera de las tres medidas propuestas es de alcance general, la tercera puede crear cientos de miles de empleos, y la segunda es también de gran importancia cuantitativa, ya que la dependencia de la cuarta edad ha creado necesidades que crecen rápidamente y a las que concedemos gran importancia. Estos ejemplos quieren mostrar que se puede dar prioridad absoluta a la lucha por el empleo sin dar la espalda a la modernización, y sin aminorarla, sino, por el contrario, combinando una mejora de la productividad y la respuesta a necesidades sociales de otro tipo. Pero los Gobiernos y la propia opinión pública están mal preparados para abordar estos problemas que no corresponden a las divisiones administrativas tradicionales y, sobre todo, que nos obligan a transformar algunas de nuestras categorías mentales. Por consiguiente, es necesario que los Gobiernos creen gabinetes de crisis, como se hace con motivo de os grandes problemas internacionales, para generar ideas y propuestas, para estudiar las soluciones y, sobre todo, para ponerlas en práctica con la participación de todos los interlocutores sociales.

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.

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