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Las posadas de la Cava Baja se reconvierten en estudios y apartamentos para 'yuppies'

Tienen mucho pasado y poco futuro: la tradición parece estar reñida con la rentabilidad en el hospedaje más veterano de la villa. Las posadas -establecidas desde el siglo XVII- van cerrando silenciosamente sus puertas. En. los últimos años, dos de ellas han convertido sus cuartos en estudios y apartamentos. Las 70.000 pesetas mínimas de alquiler mensual contrastan con las 700 pesetas al día por dormir en los dos hospedajes aún abiertos en la Cava Baja. Hay que darse prisa: el dueño de una de ellas está dispuesto a venderla "si viene uno con el talonario".

Donde hubo caballerizas, ahora hay antena parabólica, videoportero e hilo musical. "Posada de San Isidro", reza el portón de Cava Baja, 6. El rótulo retocado, el banco y el arcón son lo único que queda del establecimiento. El antiguo hospedaje es, desde 1991, un edificio de apartamentos. Las 17 estancias que alberga, de unos 30 metros cuadrados cada una, cuestan al mes entre 70.000 y 115.000 pesetas de alquiler."Suele estar todo lleno", asegura el conserje, Agustín. Los inquilinos son, sobre todo, profesionales universitarios. Poco o nada que ver con los antiguos huéspedes de los pueblos que se alojaban aquí durante la visita a la capital.

El viejo reglamento de la Posada de San Isidro ha ido a parar al nuevo bar del edificio. Enmarcado, el texto de 1906 advierte, entre otras cosas: "Si algún huésped faltara a las reglas de educación, a las buenas costumbres, a la más rígida moralidad o al respeto debido a los demás, será expulsado inmediatamente". Ya no ha lugar.

"Aquí hay un ambiente como de familia, por eso se elige a los huéspedes. No hay gente de mal vivir", afirman un poco más allá, en la posada del León de Oro. Al traspasar el umbral, el silencio, se enrosca en el patio de barandillas. Este albergue funciona casi como desde hace siglos, aunque ya no hay caballerías que atender. Tampoco hay agua corriente en las habitaciones, pero sí cuartos de baño comunitarios.

Obreros en Madrid

En el León de Oro no admiten mujeres. La clientela se compone de hombres mayores que se valen por sí mismos y de algunos obreros que viven en Madrid los días laborables. Los precios son de los más reducidos de la villa y corte: 700 pesetas por noche en habitación individual y 400 en compartida.Frente al León de Oro está la posada de la Villa, convertida en restaurante hace años. Un poco más allá, donde se encontraba la del Segoviano, hay 46 viviendas nuevas: los estudios, de 25 metros cuadrados, cuestan ocho millones de pesetas, y las plazas de garaje, 3,5 millones.

Los precios no resisten la comparación. "Si viniera uno con el talonario, yo vendía", advierte Antonio Eugenio Monge, propietario de posada del Dragón, la otra que queda en activo en la Cava Baja.

El dueño del hospedaje utiliza parte de los umbríos bajos como almacén. No es optimista. "Tengo 30 habitaciones en las que vive gente fija, pero esto está a extinguir. No podemos aguantar con los precios que cobramos". Las tarifas diarias son de 550 o 700 pesetas, , la calificación hostelera, casa de huéspedes.

La historia de las casi extinguidas posadas entronca con la de la ciudad. "Cuando Felipe II hizo capital a Madrid [en 1561 se convirtió en sede de la corte], la hostelería se desarrolló. Las primeras posadas surgieron en torno a la Puerta del Sol y la plaza Mayor", explica el historiador Andrés Peláez, ex subdirector del Museo Municipal.

"Luego, cuando el siglo XIX trajo el ferrocarril, cornenzaron a surgir en tomo a las, estaciones", añade Peláez. En la calle de Atocha se mantiene una posada más joven, la de San Blas. Allí, a pocos metros de donde se imprimió El Quijote, la habitación individual cuesta 1.700 pesetas y 2.700 la doble. Hay una treintena de cuartos.

Jofaina y orinal

"En el siglo XVII había más de un centenar de posadas, pero es lógico que vayan muriendo. No tienen las comodidades que ahora se piden", opina el historiador. Quizá por eso cerró una de las más clásicas, la del Peine, que aún enarbola su nombre en el tejado de la finca de Marqués Viudo de Pontejos, 17. En el portalón, un letrero orgulloso: "Fundada en 1610. Entonces aún vivía Cervantes y se asentaba la capitalidad de Madrid. "Aquí venía gente de los pueblos. El ganado entraba dentro", recuerda un industrial cuya familia vivió allí. Ahora, el portalón almacena bebidas y máquinas tragaperras. La posada, que fue a parar a manos de tres congregaciones de religiosas, cerró sus puertas hace unos 25 años. El inmueble lleva años vacío y en el Registro de la Propiedad poco aclaran sobre sus dueños. En las 172 habitaciones de la posada del Peine reina el silencio tras un bullicio de siglos de jofaina y orinal. La literatura costumbrista arranca otra página.

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