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Entrevista:MADERA DE LEY

"Mis pasiones: Dios, la patria y la poesía

Francisco Peregil

Hace dos años llegó a Fuenlabrada un comisario de 46 veranos. Que se sentó frente a una máquina de escribir de las que pesan cinco kilos, ojeó las estadísticas de crímenes y robos, metió la gorra en un armario y, bajo una lámpara de las que usa Jesús Quintero en La boca del lobo, le dedicó unos versos al pueblo: "( ... ) Ya sólo me queda decirte / que siempre oiré tu llamada, porque diste vida a mi alma mi rosa de amor perfumada, que tomas mi angustia en calma, / mi querida Fuenlabrada".De noche partió hacia Argüelles, su barrio, saludó a la luna y se propuso llevarse bien con todo el mundo. El comisario de un distrito apenas conoce al concejal de la Junta, y sólo en las fotos ve al alcalde de Madrid. Pero en un pueblo de 140.000 habitantes, los curas, médicos, concejales y policías locales, más que otra cosa, han de convertirse en amiguetes del comisario.

Y emprendió la tarea. Para ello contaba con la mejor arma del poblado y el peor de sus vicios: la. charla; no la conversación, la charla. Antonio Vicente es el típico personaje que se despacha a gusto por teléfono mientras a su interlocutor le da tiempo a licenciarse en Telecomunicaciones.

"Nada, soy sin tí"

Entre tanto parloteo logró que descendiesen robos, atracos y denuncias, al tiempo que se congraciaba con las sagradas alturas con versos tipo "nada soy sin ti, Redentor divino, / tan sólo dependo de tu indulgencia., / concédeme tu amor y tu clemencia / para que huya de tanto desatino".Dice que va a misa todos los domingos, que se le nota. "Y quien se crea religioso y luego se porte mal... malo: cáncer de pulmón".

Procura repartir sus versos entre las monjitas, porque a él le salen como hongos, a patadas, y sube los hombros hasta las orejas como diciendo, buenoooo, si esto está tirao, no sé cómo la gente emplea tanto tiempo en escribirlos. En los cajones se confunden sonetos a su abuelo con las denuncias por violación. Con la tecla es una fiera, dice, y lo mismo plancha un huevo que fríe una corbata. Un alejandrino por allí y una de violaciones por allá, y marchando, que es gerundio. La maquinorra nunca paró de escupir versos desde que se estrenara como inspector de guardia.

Antonio fue durante 18 años uno de esos personajes con gorra amarrados a la máquina de hierro que inmortalizan el robo de una cartera o de la rueda de repuesto, o el puñetazo en la cara. El primer contacto de un denunciante con la policía llega al chocar la mano del inspector de guardia. Y así apabullaba, a base de consejos, a legionarios navajeros por Nochebuena, alojaba a niños abandonados en colegios y tranquilizaba a las víctimas de los tirones. "A la gente no le gusta esperar en una comisaría y hay que agobiarla de atenciones. En este país le das una gorra a alguien y ya la has jodido, ya se cree que puede mandar sobre todo el mundo, y no se da cuenta de que estamos para servir".

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Pero no todos merecen el mismo servicio: "A los humildes hay que darles mejor trato que a los poderosos".

Detrás de todo ello hay una preocupación obsesiva por buscar el cariño de los demás. Todo el mundo desea que le aprecien y que le quieran, pero Antonio, más. No soporta malas caras. Los pómulos albergan siempre una S, como diseñados para acoger la sonrisa de su boca grande.

Entre frase y frase, risas, bromas y firmas de denuncias, la charla de Antonio deriva hacia la patria, a la que él ama a pesar de todos los pesares, porque el día en que Federico Martín Bahamontes "se llevó" el Tour creía que lo había ganado él mismo. "Y cuando le hacen algo a un compatriota mío es como si me lo hicieran a mí".

No se sabe cómo logra cambiar de tema, pero de repente olvida la patria y se muestra imparable hablando de sus dos hijos y de su mujer, que lleva 23 años casado con ella, que aún sigue enamorado y que le dedica versos en los que le escribe sobre cómo serán los dos cuando cumplan 90 años:

"No te preocupes / porque el oro de tu pelo / se haya convertido / en plata blanquecina, / y porque tus piernas de gacela, otrora, veloces y pintureras, sean ahora torpes y cansinas / ( ... ). Yo recuerdo como si fuera ahora / aquella minifalda roja / con flecos de cuero / que repicoteaban tus rodillas / como si tus piernas fueran guitarra / y los flecos, manos delicadas. / Era nuestro primer encuentro / y a pesar del tiempo transcurrido / aún lo tengo muy dentro".

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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