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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El resuello de Europa

LA PRESIDENCIA belga de la Comunidad Europea ha iniciado un semestre importante con tan pocos aspavientos como los que ha manifestado la presidencia danesa. Y, sin embargo, ése es quizá el sino de la construcción europea: un proceso que se hace de puntillas, con momentos de tensión repletos de apuestas decisivas que, en su inicio, no evidencian esa importancia. La etapa danesa fue mortecina por la cuantía de sus resultados, incluso trágica en alguno de ellos, como la evidente impotencia comunitaria en la resolución de la guerra en la antigua Yugoslavia. Pero también ha garantizado la continuidad del Tratado de Maastricht, mediante su ratificación por Dinamarca, y ha promovido una importante iniciativa de futuro, lanzada por el presidente de la Comisión, Jacques Delors, para la reactivación económica en el entorno de la cultura europea del bienestar.Se dirá que es escasa oferta para tanta demanda. Y lo es, si bien a veces poco es mucho. Es mucho garantizar la apuesta por la continuidad de la Unión Europea y desbrozar el debate sobre cómo afrontar la actual recesión económica, simplemente porque al lado está el desierto. Cuando se observa que el nuevo orden político mundial que se prometía tras la caída del muro de Berlín no es más que el viejo desorden anterior a la política dé bloques; cuando se constata que los instrumentos políticos de la anhelada fase naufragan en la más miserable contradicción con sus principios constitutivos -el respeto al derecho internacional, la adecuada protección de las minorías...- y con sus funciones básicas, desde la CESCE hasta la ONU -en Somalia, en Irak, en la antigua Yugoslavia-; cuando se comprueba la patética inoperatividad de los instrumentos de coordinación económica forjados en Bretton Woods, en el final de la II Guerra Mundial, como el FMI, el Banco Mundial o el GATT -y también de los más recientes, como el Grupo de los Siete-; cuando todo eso sucede, los pequeños y contradictorios avances de la CE resultan, en términos relativos, pasos importantes hacia un futuro algo menos cruel y más habitable.

¿Cuál sería el futuro del continente, y las expectativas de sus ciudadanos, si el vilipendiado texto de Maastricht no hubiera recorrido el camino ya realizado? Hundidos en una recesión galopante; desconcertados por la dilución de modelos socioeconómicos; acongojados por el rebrote de las violencias exteriores -la guerra en los Balcanes- e interiores -el resurgimiento de la xenofobia y el racismo-; desalentados por los obstáculos que surgen a la libertad de circulación o por su consecuencia, la paralización de los acuerdos de Schengen, y confusos por la descoordinación en política económica, ¿qué puntos de referencia tendrían los ciudadanos europeos?

El semestre que ahora comienza no resolverá todos los problemas existentes, desde luego, pero sí podrá poner algunas bases sólidas para enfocar los más acuciantes. Concretamente, tres: primero, la culminación del proceso de ratificación del Tratado de la Unión por el Reino Unido y Alemania y su puesta en marcha, de forma que se inicie la segunda fase de la unión económica y monetaria en 1995. En segundo lugar, deberá avanzarse en las negociaciones para la ampliación a Suecia, Noruega, Finlandia y Austria. La sola perspectiva de la ampliación es un factor que estimula la dinamización comunitaria.

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Tercero y principal: la discusión y aprobación del texto sobre La entrada en el siglo XXI, orientaciones sobre la renovación económica de Europa. Este conejo salido de la chistera de Jacques Delors en el momento oportuno, pretende realizar y asumir coordinadamente el diagnóstico y, consecuentemente, proponer las respuestas adecuadas para afrontar los graves problemas económicos de las sociedades europeas. Es decir, buscar la forma de superar las deficiencias de su competitividad frente a EE UU, Japón y los países emergentes de Extremo Oriente, un camino razonable, quizá el único, para reencontrar el crecimiento sostenido y enfrentarse al angustioso problema del paro. Más difícil todavía: el reto es ofrecer respuestas válidas a esas cuestiones sin renunciar al Estado del bienestar que caracteriza a la sociedad europea. De modo que la Europa comunitaria, atormentada, atribulada e insuficiente, todavía demuestra tener resuello.

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