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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

'Nieto de Brandt"

LOS AFILIADOS del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) han realizado el domingo pasado una elección sin precedente en la historia más que centenaria de su organización. Por voto directo, en los locales del partido, han manifestado su preferencia por la persona que deberá ser el futuro presidente del partido. Formalmente, un congreso, convocado en Essen el 24 de este mes, elegirá al presidente. Pero nadie piensa que la decisión del congreso pueda designar a una persona distinta de la que los militantes han señalado con su voto.Al adoptar este método insólito de elección directa, el SPD responde a un descontento generalizado en las filas del partido: no basta elegir de tarde en tarde a los delegados al congreso. Lo que esos delegados votan se aleja muchas veces del sentir de la base. Y en la práctica congresual se dan siempre negociaciones y mediaciones poco claras hasta que resultan elegidas al fin las figuras máximas del partido. La necesidad de un cambio de método, que se manifiesta en numerosos partidos europeos, se ha hecho sentir en Alemania con particular fuerza en un momento en que -después del fracaso de Lafontaine en 1990 y de la dimisión forzada de Engholm en 1992 por sus mentiras ante una comisión parlamentaria- el SPD se encontraba sin un líder con prestigio suficiente para ocupar la presidencia.

Teóricamente, lo que eligen los afiliados del SPD es un cargo de partido, no del Estado. Sin embargo, según una costumbre muy arraigada, el presidente del partido es a la vez el candidato a canciller en las elecciones generales. Éstas se celebrarán a finales de 1994 y tendría que ocurrir algo muy extraño para que el presidente del SPD no sea presentado por éste como candidato a la cancillería. El dato es importante. Cuando la política europea cada vez se personaliza más, polarizándose en tomo a algunos líderes cuyo papel es decisivo, la forma de selección de tales líderes adquiere una importancia esencial. En las próximas elecciones generales alemanas, el adversario de Kohl habrá sido escogido -a diferencia de lo que ocurre en casi toda Europa- no por el aparato de un partido, sino por la masa de los afiliados. El procedimiento es distinto a las primarias que tienen lugar en Estados Unidos. Quizá sea superior en orden a nivel de democracia. Pero refleja, en todo caso, una misma tendencia a introducir formas de democracia directa en el funcionamiento de los partidos políticos.

Las preferencias de la base del SPD se han inclinado por el candidato que tiene más posibilidades de derrotar a Kohl. Frente a Schroeder, que gobierna en Baja Sajonia en coalición con los Verdes, y a Wiczorek-Zeul, netamente izquierdista, el elegido ha sido Rudolf Scharping, un pragmático que gobierna en Renania-Palatinado, feudo tradicional de los democristianos, en alianza con los liberales.

El SPD introduce esta novedad democratizadora en la vida pública alemana en un momento en que casi todos los partidos están realizando cambios en su cúpula. Kirkel, ministro del Gobierno de Kohl, va a asumir la presidencia liberal. Entre los socialcristianos de Baviera, el candidato más derechista ha alcanzado la presidencia, no sin recurrir a golpes bajos. Sólo Kohl queda como líder indiscutible de su partido desde hace más de once años. Sin embargo, su desgaste es evidente, y ello se refleja en los sondeos. Durante muchos meses el SPD y el partido democristiano (CDU) se han mantenido en posiciones casi iguales, en torno al 35%. Sin embargo, el primer sondeo realizado después de la elección de Scharping indica una subida del SPD hasta el 41%. Y un descenso del CDU al 34%. Ello ha provocado un resurgir del optimismo en el SPD, que se sentía desencantado, sobre todo después de la dimisión de Engelholm. Ahora, otro nieto de Brandt va a coger el timón; pero esta vez llevado a bordo por la base.

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