Del 'crecimiento cero' al 'desarrollo sostenible
Analiza el articulista, fechas después de conmemorarse el Día Mundial del Medio Ambiente, la relación que existe entre la mayor demanda de calidad de vida medioambiental y el problema del paro. A su juicio, las actividades relacionadas con el medio ambiente tienen una incidencia importante en la creación de empleo.
Medio ambiente y empleo son los dos grandes problemas de nuestras sociedades desarrolladas en este fin de siglo. Ambos reflejan y reclaman cambios culturales y organizativos profundos en las próximas décadas. En medio de una crisis económica tan compleja como la actual, es necesario analizar el impacto que pueden tener las políticas medioambientales sobre el crecimiento económico y sobre la creación de empleo. Este es, precisamente, uno de los aspectos más novedosos de la reflexión sobre el paro que se está llevando a cabo actualmente en la Comunidad Europea, y que ha sido objeto de discusión en el reciente Consejo Informal de Medio Ambiente celebrado en Copenhague.La relación entre el desarrollo económico, la creación de empleo y la protección del medio ambiente no se comprende todavía suficientemente, pero en los últimos lustros se ha producido un cambio sustancial en la percepción social de dicha relación. En los años setenta, el "crecimiento cero" parecía, o se presentaba, como la única vía para escapar, de un eventual agotamiento de las materias primas y del colapso ecológico. Afortunadamente, hoy en día las relaciones entre el desarrollo económico y el medio ambiente se perciben de forma mucho menos conflictiva. Hemos comprendido que la peor contaminación es el hambre y el subdesarrollo, y que sin crecimiento económico no se pueden generar los recursos económicos, ni favorecer los avances tecnológicos necesarios para garantizar a largo plazo una adecuada protección del medio ambiente.
En la actualidad, existe un consenso muy amplio en que el objetivo que deben fijarse las políticas económicas para hacer frente al deterioro medioambiental no debe ser un "crecimiento cero" sino un "crecimiento sostenible", es decir, un crecimiento capaz de satisfacer las necesidades del presente pero sin poner en riesgo la satisfacción ele las necesidades de las generaciones futuras. El concepto de "desarrollo sostenible" parece haber alcanzado en muy poco tiempo una aceptación prácticamente universal. Parece menos claro, sin embargo, que se haya interpretado correctamente su significado. No estamos ante una. nueva doctrina, una teoría de moda o un conjunto de recetas milagrosas. Se trata de un enfoque ambicioso y pragmático que aspira a hacer del desarrollo económico y la protección del medio ambiente dos objetivos reconciliables desde una óptica global y a largo plazo.
Evidentemente, el actual esquema de desarrollo de las sociedades occidentales está muy lejos de ese objetivo. Resulta cada vez más obvio que no se puede sostener un ritmo de consumo de recursos energéticos y materias primas como el actual; que la acumulación de residuos o la creciente contaminación del suelo, el agua y la atmósfera no pueden continuar indefinidamente. E igualmente insostenible es el ascenso del paro que se viene produciendo en todos los países occidentales en las últimas dos décadas, y de forma especialmente inquietante en Europa. El paro constituye seguramente la principal amenaza de los logros alcanzados por las sociedades europeas. Mucho más que el problema económico que supone la inutilización de cuantiosos recursos productivos, es un problema social que acarrea fenómenos de marginación y de pobreza intolerables, que compromete la financiación de los sistemas de protección social y, en definitiva, el equilibrio y la cohesión del modelo europeo de sociedad.
Solucionar el paro no solucionará los problemas medioambientales ni viceversa. Pero, en mi opinión, sólo habrá una solución conjunta a ambos problemas. Los dos son de naturaleza estructural. Uno y otro requieren cambios organizativos y culturales que deben abordarse con una perspectiva temporal adecuada. Y ambos constituyen graves deficiencias de los actuales sistemas productivos, en un caso por una excesiva utilización de recursos medioambientales y, en otro, por infrautilizar recursos humanos. Conseguir un "desarrollo sostenible" exige tener en cuenta todos estos rasgos comunes en una estrategia que consiga hacer converger la mejora de la calidad medioambiental con la promoción del empleo.
Sector dinámico
El sector medioambiental, uno de los sectores económicos actualmente más dinámicos en el panorama internacional, proporciona el mejor ejemplo de esta convergencia. En conjunto, y según estimaciones de, la OCDE, el tamaño del mercado mundial de bienes y servicios medioambientales, cuya facturación en 1990 fue de 200 miles de millones de dólares en 1990, habrá crecido el año 2000 en un 50%. A principios de la década de los noventa, la industria anticontaminante de la CE daba empleo aproximadamente a 1,5 millones de trabajadores lo que supone el 1% del empleo total comunitario; las previsiones apuntan que, a finales de la década, el empleo en este sector puede llegar a doblarse. Ciertamente, el medio ambiente es un yacimiento de empleo.
Se trata, en definitiva, de conseguir reasignar el trabajo progresivamente desde las actividades más nocivas para el medio ambiente hacia otras más favorables. Por tanto, es necesario examinar en primer lugar el papel que deben jugar en este desplazamiento los precios; los precios de los recursos laborales y de los recursos medioambientales. En muchos casos, el mercado fija precios nulos para recursos esenciales en la mayoría de las actividades de producción y de consumo como son el agua, el aire o el espacio; recursos medioambientales que tal vez hace doscientos, años fueron muy abundantes y pudieron parecer inagotables a los economistas clásicos, pero que, hoy en día, son cada vez más escasos. Al ser gratuitos, su precio no refleja correctamente su escasez y el coste privado que soprta cada agente económico por su utilización es muy inferior al coste que recae sobre la sociedad. Ello nos lleva a la "sobreutilización" del medio ambiente que está en el origen del agotamiento de los recursos naturales y del deterioro de nuestra calidad de vida.
El medio de resolver este problema consiste en hacer recaer sobre los agentes económicos, consumidores ü productores, la totalidad de los costes que sus actividades imponen al resto de la sociedad. Una vía para lograrlo es a través de instrumentos fiscales que corrijan los precios que determina el libre mercado. Los llamados "impuestos verdes" constituyen, probablemente, el elemento por sí solo más importante en el diseño de una estrategia de "desarrollo sostenible" a largo plazo.
En la actualidad, aproximadamente el 10% de la recaudación impositiva en el conjunto de la Comunidad proviene de impuestos que gravan el consumo de recursos naturales, mientras que el gravamen directo o indirecto del factor trabajo genera casi un 50% del total de la carga impositiva de la Comunidad. Este es un aspecto sobre el que parece especialmente necesario centrar nuestra atención. Es necesario analizar en profundidad los pros y los contras que podría entrañar la adopción de un nuevo esquema fiscal que fuera desplazando progresivamente la carga impositiva desde las rentas del trabajo hacia las actividades más nocivas para el medio ambiente, para favorecer progresivamente la utilización del factor trabajo y penalizar cada vez más la utilización de recursos medioambientales. Es ésta una reflexión abierta en la CE que probablemente alumbrará innovaciones importantes en los flujos de recursos públicos de las próximas décadas. Aunque habrá que valorar su impacto en términos de eficiencia y equidad sobre los distintos países comunitarios y en función de sus distintos niveles de desarrollo, como ya se está haciendo con el impuesto sobre las emisiones de CO2 actualmente en discusión.
Actitudes sociales
Hay, por último, una gran labor que realizar en materia de cultura y de actitudes sociales. Creo que todos estamos de acuerdo en que resulta una grave anomalía del modelo en desarrollo occidental que niveles de desempleo muy elevados y en aumento coexistan con necesidades que no se logran satisfacer adecuadamente. Necesidades en el ámbito social (cuidado de niños y enfermos, atención de personas de edad avanzada, etcétera) y en el ámbito medioambiental (depuración de aguas, limpieza de costas, cuidado de bosques, restauración de monumentos antiguos, desarrollo de nuevas modalidades de turismo, acondicionamiento de zonas ex industriales, actividades de reciclado -papeles, plásticos, neumáticos, etcétera-, tratamiento de residuos, etcétera). Mientras haya necesidades insatisfechas deberíamos ser capaces de utilizar trabajo para satisfacerlas. Tanto más cuanto que las actividades medioambientales tienen potencialmente una incidencia sobre la creación de empleo muy importante, no sólo por su impacto directo, sino por sus importantes efectos multiplicadores: se calcula que cada trabajo creado directamente en dichas actividades puede generar dos o tres trabajos suplementarios en sectores conexos.
Pero estas actividades no pueden desarrollarse espontáneamente. Son necesarias intervenciones públicas que consigan lo que el mercado por sí sólo no es capaz: hacer efectiva la demanda y la oferta de estos servicios. Y para ello es preciso, en primer lugar, fijar precios adecuados a los mismos. Es necesario, también, modificar los actuales sistemas de contabilidad nacional o, al menos, ser conscientes de que infravaloran las ganancias en el bienestar que proporcionaría el desarrollo de estas actividades. Si la sociedad valora la conservación de los recursos naturales y la calidad del medio ambiente (por eso lo reclama), entonces esa mayor calidad de vida significa un mayor bienestar social, aunque no quede reflejada en el valor del PIB que registran nuestras cuentas nacionales. Y es preciso reforzar todavía más la cultura medioambiental de nuestra sociedad, para que continúe aumentando la demanda social de "calidad ambiental", reforzando, al mismo tiempo, el compromiso social de no aceptar que partes muy significativas de nuestra fuerza laboral queden al margen de nuestras actividades productivas. Ambas cosas son no sólo compatibles, sino complementarias. Aunque para ello hace falta tanto rigor y coherencia económica, como imaginación y voluntad política para adaptar nuestras formas de vida y los valores sociales dominantes a las nuevas exigencias del progreso social.
José Borrell Fontelleses ministro en funciones de Obras Públicas y Transportes.
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