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Tribuna
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El estilo de hacer política

No hace mucho leía en un diario de sesiones del Congreso el comentario de un diputado que, al dirigirse a un congresista de otro partido para darle la razón en un aspecto de su discurso, apostilló: "Y que no sirva de precedente", no fuera que aquel consentimiento concreto viniera a suponer el inicio de una etapa de comprensión entre sus señorías. Comentarios de este tipo son frecuentes en el Parlamento, y muestran hasta qué punto el discurso político suele ser, o un acto de autocomplacencia o un simple montaje de palabras para fastidiar lo máximo posible al contrincante, y no un ejercicio compartido para el análisis y la resolución de los problemas.Hace ya más tiempo, Leopoldo Calvo Sotelo reconoció públicamente, y creo recordar que sin rubor alguno, que su partido llevaba la contraria a todo cuanto proponía el PSOE, y de forma sistemática, por la sencilla razón de estar ellos en la oposición. Aunque en realidad estuvieran de acuerdo en algún tema, tenían que mostrar lo contrario. Creía que era su papel, y su obligación, por ser oposición.

El término partido de la oposición, y la consiguiente figura de líder de la oposición, es el mejor reflejo de este perverso y aceptado esquema de enfrentamiento que domina la práctica política, y en particular su lenguaje. Si Gobierno y oposición persiguen, como dicen, el bien común, ¿por qué no basan su actividad en la colaboración posible, y no en el enfrentamiento gratuito y la descalificación permanente?

La actividad parlamentaria, y el mismo discurso político, debería ser un instrumento para hacer pedagogía social y alentar la participación ciudadana, y no para aburrir a la gente, presumir de frases brillantes o destacar en la ingeniosidad insultante, aspecto este último que los profesionales de la política agudizan de forma tan infantil o patética, cuando no histérica, en los periodos electorales.

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¿Acaso no es posible dedicarse a la política y a la actividad parlamentaria sin entrar en este juego tan absurdo, que tanto desprestigia á las instituciones y a los mismos partidos, y que provoca la abstención y el desinterés de tantísima gente respecto a la política?

Para el bien de todos, sería altamente gratificante ver políticos más convencidos de las virtudes de la didáctica, la paciencia y la humildad, más generosos, con mayor propensión al diálogo y a la colaboración, con una menor sensación de estar rodeados de enemigos, más dispuestos a concertar acuerdos con los demás en cosas específicas, y que además sepan comunicar su alegría cuando ello se consiga. La cooperación política es un valor; el enfrentamiento sistemático y gratuito, un error.

Falta honestidad y sinceridad para plantear los temas complejos, desagradables o de difícil solución, como los internacionales, el subdesarrollo, la inmigración, el paro estructural, la crisis de nuestra cultura o la agresividad y brutalización de muchos comportamientos. Una agenda electoral oculta un sinfín de temas que nadie quiere plantear, porque nadie quiere escuchar. Pero ahí están, y continuarán estando, y es obligación de los políticos el advertirlo. El único acuerdo a que parece han llegado los profesionales de la política es silenciarlo.

En su forma tradicional, además, la actividad política goza de una elevada dosis de inhumanidad, al ser difícilmente compatible con una vida privada. En determinados niveles, la vida parlamentaria y de partido exige una dedicación y una distribución del tiempo que impide la participación de la mayoría de las mujeres y de algunos padres responsables, que han de enfrentarse con el dilema de continuar siendo personas, o ser militantes de algo.

Para que la actividad política pueda ser apetecible e interesante para cualquier mortal responsable ha de humanizar sus formas y su estilo. La aceptación de los límites que ello implica no irá en detrimento de su presunta eficacia, más bien escasa, sino en beneficio de una mayor participación, o, lo que es lo mismo, de la democratización de la política. Los profesionales de difícil reciclaje podrían pasar al retiro, cosa siempre de agradecer, o a una nueva reserva transitoria, pero con ello conseguiriamos extender la actividad política a la calle y a los hogares y hacerla algo más creativa.

Viçeng Fisas es investigador sobre desarine del Centro Unesco de Cataluña y miembro del CIP

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