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Rusia, hacia el Tercer Mundo

El referéndum del 25 de abril ha fortalecido durante algún tiempo la postura moral de Borís Yeltsin, pero no ha resuelto ningún problema político ni económico en Rusia. Este país está en vías de tercermundialización, aunque el equipo en el poder no parezca ser plenamente consciente y se conforme con ir despachando los asuntos cotidianos. A falta de una estrategia para salir de la crisis, el país se pierde en batallas institucionales que desde luego no son inocentes, sino que desvirtúan los debates sobre los problemas más candentes. Ya era evidente antes de la votación del 25 de abril, y hoy es todavía más patente.Martin Woollacott, editorialista de The Guardian, tras haber escuchado el llamamiento final de Borís Yeltsin. la víspera del escrutinio, llegó a la conclusión, de que este hombre ".era culpable de ignorancia o de cinismo". El presidente ruso afirmó, en efecto, que una vez terminada la fase dolorosa de las reformas, el paso a la economía de mercado se haría en lo sucesivo "sin sufrimiento". ¿Es posible que no supiera -se preguntaba Woollacott- que su reforma, implica una redistribución de la riqueza en la que los ganadores son pocos, y los perdedores, legión? La política, dicen los anglosajones, no es cosa de un día, así que no es muy sensato hacer promesas que no pueden mantenerse, sobre todo cuando se tienen por delante nuevas convocatoria! electorales.

Ha sido suficiente un mes para convencerse de que el presidente ruso no tiene palabra. La víspera del referéndum bloqueó el precio de la energía: el 25 de mayo, justo un mes después, decidió duplicarlo de gope, por decreto. Así, un litro de gasolina en Moscú pasó de costar 40 rublos a 90. Poco importa saber si esta decisión vino impuesta por el Fondo Monetario internacional, que se empeña en exigir que el precio de la energía en Rusia se equipare al nivel mundial. Lo que cuenta es que este aumento tendrá un efecto de bola de nieve, que traerá consigo un aumento de todos los productos industriales y agrícolas, y que dará un fuerte impulso a la inflación, que tiende ya a alcanzar el nivel de la de Brasil. ¿Pueden precipitarse así las cosas sin infligir sufrimientos a los que viven de su salario y son cada vez más pobres? Por otra parte, se sabe que una inflación galopante incita siempre a los acomodados a huir de la moneda nacional. Eso es lo que viene sucediendo en Rusia desde el inicio de la reforma. El propio Borís Yeltsin declaró antes del referéndum que esa dolarización de la economía constituye "uno de los factores que exasperan psicológicamente a la sociedad rusa". Desde entonces, la cotización del dólar en Moscú se ha disparado más rápidamente que antes, ¡y roza ya los mil rublos por dólar! Y según los expertos, la moneda rusa seguirá devaluándose en al menos un 10% al mes, de tal manera que a final de año la cotización del dólar sería alucinante, la más elevada del mundo.

Antes incluso de que esto, suceda conviene saber que, al tipo de cambio actual, el salario medio ruso oscila entre 6 y 10 dólares mensuales. Evidentemente, este cálculo no refleja el poder adquisitivo real de los salarios, porque los precios en Rusia todavía no están al mismo nivel que en Occidente y también porque ciertas subvenciones para los productos de primera necesidad y otras prestaciones sociales permiten amortiguar el golpe. No por ello es menos cierto que, según la definición del Banco Mundial, "la mano de obra rusa está entre las más baratas del mundo". Los incluidos en esta amplia categoría no pueden llegar a fin de mes más que haciendo toda clase de trabajillos, lo que explica la aparición en los pasos peatonales subterráneos de Moscú de todo un ejército de limpiabotas que, a diferencia de lo que ocurre en América Latina, no son niños ni parados, sino estudiantes y personas cualificadas. Para Izvestia, principal diario progubemamental, esta posibilidad de que disfrutan los acomodados de hacer que un limpiabotas les lustre los zapatos es una de las ventajas de la economía de mercado.

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El pequeño comercio ofrece otras posibilidades de redondear el presupuesto, y resulta ventajoso sobre todo si se consigue dar salida a una mercancía en un país en el que la cotización del dólar sea más razonable que en Rusia. Así que hay personas que emprenden viajes a menudo peligrosos para instalar mercados rusos fuera de las fronteras de la antigua Unión Soviética, en Polonia o en Turquía. Vi uno de esos mercados en Varsovia, pero, a juzgar por lo que dice Le Monde, el de Trabzon, en Turquía, es todavía más grande y pintoresco. Aquí y allí, la mafia rusa controla todas las operaciones y deduce un impuesto sobre los beneficios de los comerciantes improvisados. Asimismo instala por todas partes redes de prostitutas que, al cobrar en dólares, son más rentables que en Moscú. Dice la leyenda que estas "Natachas rusas", como las apoda la población local, no son verdaderas profesionales, sino estudiantes y a menudo médicas, ingenieras o profesoras. Lo dice también la prensa rusa, sin comprobar la veracidad de los hechos y sin indignación porque, a la hora de la economía de mercado" todos los medios son buenos para adquirir dólares.

Evidentemente, los mercados rusos y los limpiabotas no constituyen más que la punta visible del iceberg de la nueva economía rusa. Si cualquier menudencia vendida en el extranjero representa un capital, es fácil imaginarse las fortunas que pueden llegar a acumularse vendiendo al por mayor verdaderos productos industriales o agrícolas. Una tonelada de petróleo o de acero exportada a la zona del dólar, incluso a un precio que desafíe toda competencia, transforma al afortunado empresario en millonario. Y no hay nada más fácil que triunfar en un país donde las fronteras son coladores vigilados por unos aduaneros que perciben un sueldo miserable (de 8.000 a 10.000 rublos al mes). Un amigo de Rostov del Don me asegura que hasta se exportan al extranjero barcos enteros de pipas de girasol, que no es precisamente el producto más preciado en el mercado mundial. Una buena parte del trigo norteamericano, comprado u obtenido en calidad de ayuda humanitaria, vuelve por donde vino hacia los países con dólares. El National Criminal Research Center de Londres considera que el 90% de este peculiar comercio exterior ruso está controlado por la mafia, y se sorprende de la pasividad de las autoridades de Moscú ante un fenómeno que, en su opinión, constituye una amenaza para Occidente.

En realidad, no hay represión que pueda poner fin a una corrupción que está prácticamente fomentada por una parte del poder, en nombre de su doctrina sobre la acumulación de capital para la economía de mercado. Para estos partidarios del capitalismo a la rusa, la dolarización de la economía no "exaspera psicológicamente" como dijo Yeltsin, sino que constituye, por el contrario, una etapa saludable de la transformación del país. En año y medio, la clase de los aprovechados, mafiosos o no, ha acumulado 10.000 millones de dólares, que guarda en Rusia (según los cálculos oficiales). Hay entre 15.000 y 17.000 millones más depositados en el extranjero. Rara vez en el mundo se han amasado fortunas semejantes en tan poco tiempo y por hombres que no producen prácticamente nada. Así que por algo los millonarios rusos exhiben ostensiblemente sus riquezas y se consideran, mucho más inteligentes que el resto del pueblo. Tampoco les gusta mucho Yeltsin, y ya le reprochan que no haya aprovechado su victoria del 25 de abril para ir más lejos y más deprisa en su batalla contra el Congreso de los Diputados y contra la oposición en general.

Un escritor muy conocido perteneciente a esta tendencia, que se pretende demócrata, escribe sin rodeos en la principal revista intelectual del país, Novi Mir (número 1, 1993), que los ricos constituyen ya el 10% de la población, y que esta cifra tiende a aumentar. Los demás -es decir, el 90% de los ciudadanos- están demasiado contaminados por el sovietismo como para tener la suficiente iniciativa y trabajar a la occidental. Según el autor de Novi Mir, un trabajador que vive de su salario no es más que un lumpen, probablemente estúpido y, con seguridad, perezoso. Aunque reconoce que para la nueva élite rica y emprendedora esta masa de lumpen empobrecido representa un peligro. También considera que el Gobierno debe favorecer masivamente a los oficiales, asegurándoles buenos alojamientos y tratamientos elevados para que "el Ejército se convierta en una clase privilegiada, cuya misión sea el mantenimiento del orden en el país". Leí un extracto de este ensayo en la edición del 25 de mayo de Izvestia, el mismo día en que Jorge Serrano Díaz confió precisamente una misión semejante al Ejército de Guatemala, perpetrando un golpe de Estado a la peruana (aunque en su caso sin éxito).

Pero aunque es cierto que Rusia está en vías de tercermundialización, todavía no es Perú ni Guatemala. Yeltsin, empujado por los extremistas del mercado, ha intentado muchas veces atribuirse poderes especiales, pero ha tenido que renunciar a esa aventura. Y es que sabe que el Ejército ruso, lejos de constituir "una clase privilegiada", es una de las víctimas de la dolarización de la economía, y, en caso de conflicto civil, se inclinará más hacia el lado de los pobres que de los nuevos ricos. Por otra parte, a menos que sea realmente ignorante, debe saber que ese 10% de propietarios que vociferan en la prensa no constituye una base social suficiente para gobernar, aunque se le añada el 10% de los que se apañan en la economía de los bazares y por otros medios más o menos lícitos. Más sagaz que sus consejeros, se da cuenta, sin duda, que en año y medio, entre junio de 1991 y abril de 1993, ha perdido cinco millones de votos, y que la mayoría de los electores (34 millones de votantes) se ha pronunciado a favor de unas elecciones presidenciales anticipadas. Así que no ha recibido el mandato para instaurar una especie de monarquía presidencial, saltándose a la torera el Congreso de los Diputados, el único con competencia para adoptar una nueva Constitución. Pero la actual búsqueda de un acuerdo constitucional no debe eternizarse porque una sociedad no puede funcionar mucho tiempo bajo la égida de una minoría corrupta que margina, según ella misma confiesa, a la inmensa mayoría de la población. Serguéi Chakrai, brazo derecho de Borís Yeltsin y viceprimer ministro, acaba de plantearse, en una imprudente entrevista para Literatúrnaya Gazeta, el peligro de una guerra civil el otoño que viene. De momento no son más que palabras en el aire, pero si la dólarización o la inflación continúan, esta perspectiva corre el riesgo de materializarse, y será peor que en Yugoslavia.

K. S. Karol es periodista francés especializado en cuestiones del Este.

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