Esta vez sólo cayó agua del cielo
Sarajevo se llenó ayer de silencio. Los trinos de los pájaros sustituyeron al siniestro ritmo de los cañonazos y las explosiones que marcaron la vida de la ciudad durante el fin de semana. La única lluvia que cayó provenía de un cielo encapotado.Los habitantes de la capital bosnia volvieron a llenar las aceras tratando de que alguno de los escasos vehículos que aún circulan les ayudaran a salvar las enormes distancias que deben recorrer a pie.
El mercado de la catedral recobró de nuevo la vida y los abigarrados puestecillos de tabaco de contrabando, latas de carne de la Comunidad Europea, hojitas de lechuga, zapatos viejos y leche caducada se abrieron un día más.
Los afectados por las granadas pudieron recoger los escombros y enterrar a sus muertos en paz. Los médicos de los dos principales hospitales de Sarajevo trabajaron frenéticamente durante el bombardeo, pues las camillas con los heridos tenían que guardar cola para entrar. Los médicos aseguraron que hubo muchas víctimas entre la población civil, y la mayoría resultó herida por la metralla en sus propias casas.
Fue, en definitiva, una jornada normal, si se puede emplear ese adjetivo para definir la existencia de 350.000 personas que habitan en una ciudad fantasmagórica, que viven asediados desde hace un año por el fuego de los morteros y cuya supervivencia depende de la ayuda internacional. Los bombardeos del domingo han vuelto a dejar a la capital sin electricidad y la mayor parte de los teléfonos no funcionan.
Tampoco importa demasiado. No son sino dos incomodidades más para quienes han sobrevivido un invierno a base de quemar árboles y libros para poder calentarse y que se añaden a la falta de agua corriente, de combustible y de comida.
Después de todo, es primavera, no hace frío y los días son más largos. Todo un lujo, sin duda.
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