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El corazón

Julio Anguita se ha sentado. Estuvo todo el día -toda una vida- ante el encerado, señalando con un puntero por qué es importante tener memoria, es decir, pasado, aunque sea imperfecto, e imaginar el futuro, por muy imperfecto que se presente. El que esté en condiciones de aportar un futuro perfecto que se quede con la chica. Luego se llevó una mano al brazo izquierdo, camino del corazón, y no se atrevió a ultimar el gesto porque Anguita es muy leído y sabe que Carson McCullers dejó escrito, tras constatarlo, que el corazón es un cazador solitario, y un espléndido escritor español, Ignacio Aldecoa, no se quedó a la zaga titulando: El corazón y otros frutos amargos... ¡Ahí queda eso!Recontenido como es, Julio Anguita bombea al exterior toda su sangre, hasta la última gota, pero se quedan las perplejidades, las inseguridades, las agresiones, las vacilaciones, precisamente ahí, en el corazón, por muy grande que sea insuficiente para tantos huertos de Getsemaní personales e intransferibles. Precisamente tuvo la angina de pecho el día que le habían hecho la entrevista más generosa, más respetuosa con los diferentes y por ello más respetable en este circo donde sólo caben dos mujeres barbudas y dos hermanos siameses, que son casi uno. Tal vez la tuvo porque no estaba acostumbrado a tan buen oxígeno, a tan buena leche. Martínez Soler no fue a por él. No le entró con las dos piernas y esa crispación que Anguita provoca en los Bertrand de Duguesclin del lugar. Le dejó explicar su programa, programa, programa... que, como el sanctus, sanctus, sanctus, Anguita enuncia uno pero trino. Salud, sobre todo salud, Julio. Y negocia con el médico que no te retire de las habas con jamón, que estos tíos, en cuanto te descuidas, prohíben, prohíben y prohíben.

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