Credo
Casi me convenció Felipe para que le votara la noche en que Aznar le atizó de lo lindo: tengo debilidad por los perdedores, y además así, cansado y derrotado, el presidente parecía más humano. Pero votar a Felipe es votar una actuación política y un partido, y lo que una no se cree es que el PSOE pueda regenerarse y autolimpiarse cual horno modernísimo. Igualmente me produce una suprema incredulidad el señor Anguita, que anda fulminando herejes por las esquinas y llamando demagogo a todo quisque, sin advertir la viga demagógica que él mismo lleva clavada en el lagrimal. Y tampoco me creo que los del PP sean tan aperturistas y tan respetuosos como ellos juran y perjuran. Repeluco da leer en los diarios, por ejemplo, que, en su primera aparición ante la prensa tras el debate, Aznar estuvo sobradísimo de humos, cortante, tontón y displicente: si la cosa es tal cual, muy mediocretiene que ser el hombre para que una simple victoria haya causado en él semejantes estragos.En cambio, sí creo que nuestros políticos no son peores que el conjunto de nuestra sociedad; y que nos representan bien, en lo bueno, en lo mediano y en lo malo. O sea: no damos para más. Creo que el país es lo suficientemente adulto, y sólido, y maduro, como para decidir sin amenazas; por eso me inquietan los manifiestos que andan corriendo ahora por las calles y que piden el voto para el PSOE o para IU invocando pavores ancestrales a la derecha: flaco favor le hacen al país y a la civilidad desenterrando un miedo que embrutece, que chantajea y limita.
Creo, en fin, que en los 17 años de democracia hemos caminado un largo camino; y que eso, lo andado, nos permite hoy criticar a los partidos, y exigirles responsabilidades, y votar libremente (servidora, por exclusión, quizá a los verdes). E incluso nos permite equivocarnos.
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