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Aznar o la fe del convencido en el éxito

El candidato del PP enardece a sus oyentes culpando a los socialistas de la crisis, el paro y la corrupcion

Aquel chico del que se enamoró un día Ana Botella sube al escenario. La plaza de toro o el polideportivo correspondiente es un clamor: "¡Presidente! ¡Presidente! ¡Torero! ¡Torero". José María Aznar hace con la mano de la uve de la victoria. Se ve que el gesto no le gusta. Apenas separa los dedos. Quien trate de leer sus labios observará que dice: "Gracias, muchas gracias". Aquel muchacho que iba para inspector fiscal tiene ahora 40 años, es el líder de la derecha española y ha conseguido dos cosas, perceptibles en lo que piadosamente se ha llamado precampaña: llevar el partido fundado por Manuel Fraga la mejor expectativa de voto de su historia y abrirle espacio hacia el centro sin que se manifiesten, al menos hacia el exterior, grandes resistencias. Está convencido de la victoria y trata de que su auditorio salga de los mítines con el mismo grado de certeza. "Vamos a ganar. A ganar, a ganar y a ganar", termina siempre.Ni sus más devotos colaboradores sostienen que la oratoria sea la mayor habilidad del líder del Partido Popular. Pero sus detractores tampoco ven en él ningún atractivo físico, y sin embargo, las chicas le reclaman besos a gritos, le llaman "guapo" y hasta "guapísimo", y cuando explica en pleno fervor discursivo que no es Supermán, le contestan desde la grada: "Tú eres Rambo". O dan vivas a la madre que le parió, que él promete trasladar a la interesada y agradece "por la parte que me toca".

Aznar empezó su gira electoral después del 12 de abril inseguro y desentrenado. Los frecuentes gritos del público le desconcertaban. Parecía no saber si eran a favor o en contra. Luego ha ido dominándolos, imponiendo calma con los gestos o siguiendo la corriente de los espontáneos para reforzar su discurso cuando le conviene. Se nota que prefiere los espacios abiertos a los locales cerrados. A medida que el cruce de dardos entre los dos principales candidatos subía de tono, se ha ido creciendo. Cree que las acusaciones socialistas son injustas, y quiere mostrar su indignación. Empezó sin citar nunca a Felipe González, aludiéndole indirectamente. Ahora, sobre todo después del jueves negro de la economía, le menciona con profusión para reforzar la idea de que el 6 de junio hay un mano a mano que se juega entre dos. "O cambio o más de lo mismo".

Desde el primer momento, sus intervenciones giran en torno a tres bloques de temas: la crisis económica, la corrupción y las supuestas intenciones que el PSOE atribuye a los populares y que Aznar niega e intenta ridiculizar. "Dicen por ahí que vamos a privatizar la sanidad, cerrar las escuelas públicas, levantar las autovías, quitar las ensiones. ¿Que les falta por decir? Van a cabar responsabilizándonos de la muerte de Manolete". Risas y aplausos seguros.

Empalma luego con una cascada de preguntas a la audiencia obre sus verdaderas intenciones. Quiere saber si es malo pretender que la sanidad funcione ejor, las listas de espera se reduzcan y los hospitales se gestionen más eficazmente, si es reprochable aspirar a un fiscal del Estado independiente y prestigioso-abucheo masivo de rigor la opularidad negativa de Eligio ernández entre el público del P es inenarrable- o si alguien uede estar en contra de que se igile mejor el gasto público y se mponga austeridad al Estado.

Pensiones y pesetas

Aznar dedica atención particular a la tercera edad, los mayores, como le han dicho los interesados que debe llamarles. Les ha dedicado algunos de los mensajes que se pronuncian cuando los informativos de televisión conectan en directo y cada palabra alcanza una audiencia multimillonaria. Los populares- creen que el PSOE está sembrando el miedo entre los pensionistas (más de cinco millones de votantes) y lo combaten a brazo partido.

"Nosotros garantizamos; las pensiones", clama Aznar con la más potente de sus voces. "Las pensiones no las paga González ni las pagaré mañana yo. Son un derecho adquirido y un instrumento de solidaridad entre generaciones. Haremos un esfuerzo extraordinario para igualarlas al salario mínimo, empezando por las más bajas". Hace ya tiempo, el candidato refuerza su argumento con una pedrada dialéctica al adversario: "El único riesgo para las pensiones es que siga aumentando el paro".

El paro, o sea los socialistas, deja caer Aznar, quien desde el domingo siguiente al jueves negro no ve un títere con cabeza en el área económica socialista. El PP hizo una encuesta de urgencia tras la tercera devaluación de la peseta, según la cual, una amplia mayoría de los españoles responsabiliza de la situación al Gobierno. Además, Aznar considera especialmente injustas las voces que le acusaron en parte de ser culpable de la caída de la moneda. La defensa es un ataque inmisericorde.

De todos modos, el presidente del PP rechaza las voces que reclaman sangre. En Albacete, ante un polideportivo abarrotado, hizo enmudecer al respetable cuando alguien pidió "más caña". "Pero si no es eso", contestó desde el micrófono. "Pensad un momento lo triste que sería que gobernase España el que más y mejor sepa insultar. Los insultos se los dejamos a ellos".

De la vieja escenografía de Alianza Popular queda alguna bandera española -que los organizadores de los mítines logran sustituir en ocasiones por otra del PP-, algún llavero ultra y alguna cazadora paramilitar modelo plaza de Oriente 20-N. El público es de todas las edades, con menor presencia de las generaciones intermedias. Se ve bastante chavalería, que suele exhibir la mano que ha logrado estrechar al líder como si fuera un trofeo. Aznar no es parco en esto de dar la mano, y en las plazas de toros recorre al principio el callejón saludando uno por uno a los espectadores de la primera fila del tendido.

Con innegable habilidad, aprovecha los aires de triunfo que respira la derecha para asentar la idea de que hay que ir hacia el centro. Lleva a los mítines a este o aquel ex ministro de UCD, Jaime Lamo de Espinosa, en Valencia, o José Pedro Pérez Llorca, en Murcia, y les presenta como amigos que le están ayudando a ganar las elecciones. Los antiguos rivales del partido centrista, casi enemigos, son ahora ovacionados porque lo pide Aznar y porque su auditorio cree haber hallado en él al talismán que les llevará a la victoria. Se nota que lo creen, pero además necesitan creerlo. Por eso, los teloneros hábiles acaban sus palabras chillando al límite de las fuerzas que Aznar va a ser el próximo presidente. El público aplaude enardecido, y el telonero saluda brazos en alto, como si los aplausos fueran para él.

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