La cuestión
Aparte las ideologías, aparte los programas, aparte, las convicciones morales y los proyectos utópicos, existe una cuestión que apenas algunos se confiesan. Hemos asistido a varias semanas de precampaña y campaña, hemos escuchado toda clase de discursos desarticulados, abstractos, imaginarios, directos, cenicientos. Hemos atendido a unas y otras ver siones de la misma realidad, general, sectorial, conflictiva, prometedora, adversa. Cada cual, en su puesto ante el televisor, ha sido sorprendido por actuaciones discretas, fervientes, argumentadas, calurosas, disuasivas. En los fines de semana, la radio nos ha transmitido fragmentos de los mítines, y los periódicos, curiosidades, anécdotas, perfiles y aventuras de los candidatos. Hemos sido conscientes de estar viviendo una circunstancia excepcional que se ha sumado a las demás circunstancias que ya desbordaban nuestras fuerzas. En el centro de esta zarabanda, sin embargo, siempre ha latido una cuestión fundamental que sólo unos pocos han comunicado entre susurros. A lo largo de varias le gislaturas democráticas se han contemplado tipologías de líderes más o menos agraciados que, ulteriormente, por mediación de las urnas, accedieron a cargos relevantes. No es momento de hacer una historia minuciosa. En la memoria de todos permanecen los casos de varios ministros cuyas determinaciones ante el tocador, elección personal, pero con efectos en la vida pública, no se han so metido a examen. Actualmente, por ejemplo, existe un vicepresidente de Gobierno que no ha variado el corte de su barba desde los tiempos del tardofranquismo, y, sin embargo, las censuras recibidas o los meticulosos comentarios sobre sus particularidades, nunca fueron referidos al afeitado. Accedió al Ministerio de Educación Pérez Rubalcaba y se integró, ante el silencio de los medios, en un Gabinete donde ya su predecesor ejercía el cargo embarbado. Más aún. Solana, convertido en ministro de Asuntos Exteriores, ha continuado exhibiendo ese aderezo que lo confunde con un dignatario, poeta o novelista, del ámbito del Tercer Mundo. Se han producido demasiados casos, entre titulares de Sanidad, Educación, Agricultura o Administraciones Públicas, Relaciones con las Cortes, Defensa o Trabajo, secretarios de Estado o subsecretarios socialistas, que bajo la indolencia de los gobernados han preservado sus preferencias, más o menos oportunas,, en este orden. La cuestión ha sido ampliamente eludida hasta ahora. Pero, llegado el momento en que se puede elegir de manera libre y general, hay el deber de afrontarla. Aparte ideologías, programas, convicciones morales, la cuestión brutal es ésta: ¿le gustaría a usted tener un presidente con bigote?
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