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El poder del perdedor

El CDS tuvo su noche. Es posible que, en próximos días, los seguidores de Rafael Calvo Ortega disfruten de ciertas jornadas faustas, pero, teniendo en cuenta que faltaban 24 horas para el inicio de la campaña oficial, la noche no podía ser más hermosa. Sobre una plataforma, en Antena 3, se desplegaban los invitados de Hermida loando a coro las excelencias de la extinta UCID. Un estrato más arriba en el número del mando a distancia, Tele 5 entrevistaba al secretario general del CDS. Cambiando sucesivamente de canal, se podía vivir la experiencia de pasar desde la melancolía por el suarismo perdido al alborozo por un reencuentro encamado en su heredero más leal.El surtido de alabanzas que se vertían sobre la honestidad, la austeridad, la tolerancia o las libertades de la época ucedista, estimadas como perdidas, aparecían, según un mensaje de arquitectura virtual, en el piso de arriba, donde Calvo Ortega, mesurado, cabal, saturado de buena persona, exponía el programa con diáfana convicción. Suárez ya no está. Pero su espíritu no ha desaparecido. Su neuma se prolonga en este líder bendecido por el fundador, tan honesto y bravo que ha rehusado a la cirugía de las ojeras, herencia de su madre, para afirmarse en lo que cree y en lo que es.

Admite que no cuenta con carisma personal, pero aduce, como decía Marañón, que es la celebridad la que cincela a posteriori los perfiles carismáticos y no al revés. Toda la historia de la numismática le daba la razón

¿Por qué no votar CDS, hijo legítimo y leal de UCID, memoria idealizada de nuestra reciente historia? La cuestión flotaba desde uno a otro estrato televisivo. Los antiguos militantes de la UCD, Leopoldo Calvo Sotelo, con la prosopopeya; Soledad Becerril, con la gangosidad incurable, o Carmela García Moreno, con la belleza superior a todas las Mercedes de la Merced, reproducían la estampa de un pretérito feliz. Millones de indecisos podían contemplar la revalorización escénica de una opción semiagónica como pocos especialistas en la dramaturgia política habrían sido capaces de concebir. ¿Puro azar? ¿Acción numénica que adviene en el momento crucial y hace brillar su noble espada entre las villanas disputas que mantienen el PSOE y el PP? ¿Golpe cinematográfico, involuntario o no, de Calvo Ortega, que desde los 14 años se dedicaba a pasar películas en la sala de El Espinar y se ha instruido en el poder seductor de los perdedores? ¿Larvada conspiración socialista para desviar votos? Otra vez más -y es la enésima-, la función vuelve a empezar.

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