Yugoslavia, los errores de Occidente
Yugoslavia, nación artificial al igual que Checoslovaquia, fue creada en 1918 tras la derrota de los imperios centrales en la primera guerra europea, por capricho histórico y cerrazón de las potencias aliadas lideradas por Clemenceau, quien se había propuesto acabar con el Imperio Austrohúngaro, último representante del antiguo régimen.Los territorios que conformaban Yugoslavia, al igual que el resto de naciones balcánicas en la edad moderna, tienen sus orígenes en el hundimiento del Imperio Otomano. Yugoslavia (Unión de los Eslavos del Sur) sólo tenía afin sus orígenes étnicos, no sus circunstancias histórico-culturales ni sus creencias religiosas.
Eslovenia, de religión católica, muy germanizada, formó parte de la casa de Austria desde mediados del siglo XIV, y no estuvo prácticamente bajo dominio turco.
Croacia, también católica y germanizada, fue ocupada en parte por el Imperio Otomano, quedando el resto de su territorio bajo dominación de venecianos y húngaros sucesivamente. A finales del siglo XVII forma ya parte de la casa de Austria, y mediado el siglo XIX adquiere un estatuto especial de autonomía en el Imperio Austrohúngaro.
Bosnia-Herzegovina, Macedonia y Montenegro permanecieron bajo dominio turco hasta el Congreso de Berlín de 1878, en el que Bosnia-Herzegovina -la zona más islamizada de los Balcanes junto con Albania- pasó a convertirse en protectorado del Imperio Austrohúngaro con gran disgusto del nacionalismo serbio. Montenegro, de fe ortodoxa al igual que Macedonia, se constituyó en monarquía independiente. Y Macedonia -el Estado legendario de la antigüedad que había dominado la Grecia clásica con Filipo, y luego fundado el primer imperio con vocación universal bajo Alejandro- fue dividida entre Bulgaria, Grecia y Serbia, lo que daría lugar anos después a la primera guerra balcánica.
Serbia, también de religión ortodoxa, es, entre todos los pueblos que conformaban el Estado yugoslavo, el que tiene las características históricas y culturales más fuertes. De ahí que se impusiera a los demás pueblos. Mediado el siglo XIV era un imperio heredero del de Bizancio que inicia la codificación del derecho y tiene un patriarcado propio. Poco tiempo después inicia su descomposición acosada por los turcos, y mediado el siglo XV, toda ella está en manos de los otomanos. El dominio turco durará 450 años. En el Congreso de Berlín también se reconoce a Serbia como nación independiente, y pocos años después se erige en reino, practicando desde sus inicios una política nacionalista y anexionista: la creación de la gran Serbia, causa primera de la guerra de 1914.
El reino de Yugoslavia nunca fue la unión de los diferentes pueblos eslavos del sur, sino la consecución de la gran Serbia, apoyada en un régimen dictatorial, con el fin de impulsar la fusión de las diferentes nacionalidades en un solo Estado. Prueba de ello fue que el segundo rey de Yugoslavia fue asesinado en París por los nacionalistas croatas.
La segunda guerra europea fue, en una Yugoslavia muy lejos de estar consolidada como país, la lucha despiadada y cruel entre el nacionalismo serbio que defendía la causa de los aliados y el nacional-fascismo croata, aliado de la Alemania de Hitler y bendecido por el Vaticano. Los horrores cometidos por los gerifaltes croatas fueron de tal envergadura que han sido imposibles de olvidar, y el odio entre los diferentes pueblos ha permanecido hasta hoy. Pero surgió una nueva fuerza de partisanos, y éstos sí representaban a una nueva Yugoslavia plural, democrática e internacionalista, comandada por el comunista croata Joseph Broz, apodado Tito. Éste, en poco tiempo, agrupó a la mayoría de partisanos antifascistas que luchaban contra los alemanes, consiguiendo al final de la guerra el apoyo de las potencias occidentales.
Durante 35 años, la República Popular Federal de Yugoslavia, creada por Tito al final de la guerra mundial, intenta infundir un espíritu nacional yugoslavo manteniendo la pluralidad entre los diferentes pueblos que la conforman. La muerte de Tito, seguida por el hundimiento de las democracias populares del este de Europa, invalida este proyecto. Yugoslavia ha dejado de existir de manera violenta saltando por los aires hecha trizas.
La presión de la República Federal de Alemania -que vivía la euforia de su reunificación en un exaltado pangermanismo- ante EE UU y la Comunidad Europea para exigir un inmediato reconocimiento a la independencia de Eslovenia y Croacia, zonas de clara influencia germánica, fue determinante en el proceso de desmembración yugoslavo.
Francia y España, acusadas de jacobinismo por cierta prensa española, fueron los dos Estados que con visión histórica defendieron hasta última hora el mantenimiento de una Yugoslavia plural y democrática, única manera de haber evitado el genocidio, el hambre y la destrucción. Amén de evitar un foco peligroso de desestabilización en los Balcanes.
Si Yugoslavia fue una creación absurda en 1918, su desaparición ahora ha sido otro error de Occidente, cuya factura preñada de sangre sólo hemos empezado a pagar.
No olvidemos que hace menos de cien años las guerras balcánicas fueron el prólogo de la primera guerra europea, siendo su desencadenante el asesinato del heredero del Imperio Austrohúngaro, precisamente en Sarajevo y de manos de un extremista serbio.
Las circunstancias que desencadenaron las guerras balcánicas a caballo entre dos siglos tienen muchas similitudes con las actuales. Entonces, los nacionalismos exacerbados, la agonía del Imperio Turco y el expansionismo austriaco a costa de aquél fueron las principales causas. Hoy, los nacionalismos en la zona están igualmente exarcerbados, pero el agónico es Yugoslavia, cuya desmembración es un hecho.
La influencia germánica sigue persistiendo en Eslovenia y Croacia, bien que el Imperio Austrohúngaro haya sido sustituido por la República Federal.
Turquía, al ser la única potencia europea islámica, recuperará su influencia en Bosnia-Herzegovina, de mayoría musulmana; y debido a su antagonismo ancestral con Grecia, enfrentada hoy con Macedonia, bien pudiera potenciar su protagonismo en aquella región.
El nacionalismo serbio, al igual que entonces, lucha contra todos y con todos los medios a su alcance para afianzarse en la zona.
Éstas fueron las premisas que generaron la gran guerra de 1914. Las circunstancias histórico-políticas entre las grandes potencias, bien es verdad, no son las mismas, pero mejor no tentar al destino, o las consecuencias en un futuro no demasiado lejano podrían ser funestas para Europa.
Francisco de Sert es conde de Sert.
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