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Tribuna:ELECCIONES 6 DE JUNIOCUADERNO DE CAMPAÑA
Tribuna
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Mujeres en la noche

El 11 de mayo, a las dos de la madrugada, se transmitíó un debate en el fondo de la noche. Estaba concebido para que no se viera o sólo lo presenciaran los noctámbulos. Era, en efecto, un debate al que únicamente podían acceder adultos patológicos, puesto que se emitía en horas difíciles o porno y estaba interpretado por mujeres. Celia Villalobos, del PP, y la ministra Matilde Fernández fueron las contrincantes, que humíldemente accedieron a esa función.Era imposible imaginar que el espectador, tras haber sido sometido a otras dos interminables polémicas a cargo de seis candidatos machos, hubiera mantenido su vigilia hasta entonces. En consecuencia, la señora Villalobos ni siquiera puso interés en cambiar el traje color crema que le conocemos, y Matilde se adecentó modestamente, aunque muy limpia, con un aderezo en la solapa. El asunto radicaba en discutir la conveniencia o no del Ministerio de Asuntos Sociales. Una cuestión razonablemente marginal. Pero todo adquiría un aspecto suburbial en un plató casi vacío, donde Fernando Jáuregui se afanaba por caldear, asegurando que se hallaba asistiendo a un debate "absolutamente apasionante". No les dieron más de media hora para cruzar argumentos y concluir hablándose de tú, puesto que se sentían como en un solitario restaurante.

Tienen mucha razón las mujeres cuando se quejan de tales recibimientos. Sólo se las tolera en los andenes, en cuestiones donde aparecen las puntillas de la sentimentalidad y las apuestas se consideran de calderilla. Lo que tenían sin embargo, entre manos era, nada menos, que la atención a los ancianos, a la juventud conflictiva, los problemas específicos de la mujer, el sida, la minusvalía, etcétera. Cuestiones grandes, que sólo postergaría una sociedad sin dignidad. Pero es preciso pernoctar para hablar de ciertas desdichas.

No pudieron ser brillantes.

No estuvieron ellas ni bien ni mal. Pero, en esencia, las mujeres suelen estar menos bien cuando se empeñan, con la política y otras actividades, en mimetizar los discursos de los hombres. Se echa de menos en la campaña la emergencia de un lenguaje femenino más encarnado y concreto. Victoria Camps, ahora entre los potenciales senadores del PSOE, escribió en su libro, Virtudes públicas, sobre el peculiar aporte que la condición femenina podría introducir en la acartonada vida política. Precisamente hoy, en que el encanallamiento masculino cruza la campaña, algunas mujeres podrían terciar con un estilo desobediente. La misma Cristina Almeida ha venido siendo ejemplo. Ella ha conquistado a derechas e izquierdas con otros modos. Probablemente, si Anguita no se enredara con los demonios, habría descubierto mejor su gran carta femenina al final del siglo XX.

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