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!Por allí resopla!

Considera el articulista que es imprescindible regular y clarificar la financiación de los partidos para, con ello, recuperar la ahora empañada credibilidad y dignidad de los políticos y del sistema. A su juicio, la democracia no ha incrementado el índice de inmoralidad. Ha permitido el que se conocieran las conductas irregulares o, incluso, punibles, ocultas en los regímenes no democráticos.Melville, en su maravilloso Moby Dick, pone en boca de Ismael, el grumete narrador de la odisea de la ballena blanca: "Más vale dormir con un salvaje sereno que con un cristiano borracho". La verdad es que en política he tenido muchas veces la sensación de estar durmiendo con cristianos borrachos, y seguramente por eso no me ha sorprendido demasiado la ligereza de quienes han tratado de enfangar la política, en la mezquina idea de que cualquier arma está permitida, por sucia que sea, si con ello hacemos daño al adversario. En este oficio empezamos a ser todos cristianos borrachos, que, en ' demasiadas ocasiones, no tenemos siquiera la sinceridad que da el vino. He aprendido que la casa sólo podemos limpiarla bien los que la habitamos. Lo demás, son cuatro escobazos que lo único que hacen es cambiar el polvo de sitio.

De Moby Dick a mí de niño me quedó, sobre todo, esa patética búsqueda del capitán Achab, por venganza o por necesidad. Y, anedócticamente, el grito con que los balleneros señalaban la presencia de los cetáceos: "Por allí resopla". También en esto pueden buscarse semejanzas entre los hombres de Achab y lo que está ocurriendo en la sociedad española. Porque también aquí, al grito de "por allí resopla", nos, hemos lanzado en una lucha suicida tras no se sabe qué extrañas ballenas.

Debate sobre corrupción

La sociedad española anda ahora inmersa en un debate que no por viejo deja de ser interesante y necesario. Se trata de un debate que tiene varias ramificaciones, pero, en definitiva, un mismo tronco. Podemos llamarlo corrupción, tráfico de influencias, financiación ilegal de los partidos o, simplemente, mangancia. Al final, todo ello será consecuencia de haber abordado un sistema de partidos políticos negándonos a admitir lo más obvio: la necesidad de financiar el mismo sistema.

Es verdad que el dinero, como el amor, no puede ocultarse durante demasiado tiempo. Personalmente, he tenido siempre a gala que no he tenido nunca que ocultar ni el amor ni el dinero. En los dos casos, porque sólo he tenido los míos, y, en consecuencia, me he sentido orgulloso de mostrarlos, aun sin requerimientos. Pero también es verdad que, al calor de la actividad política, determinados personajes han sabido aprovechar en beneficio propio lo que sólo ha sido mérito delegado: es decir, concedido por su vinculación a una determinada área de poder. Pero tampoco hay que engañarse. Lo que en política empieza a ser ahora una novedad es un fenómeno viejo ya en el mundo que algunos llaman civil. El tráfico de influencias, la corrupción o el cobro de comisiones no es algo que traiga la democracia. En el mundo económico ha habido siempre actividades de "este tipo, que unas veces se han movido en la legalidad más estricta y otras han bordeado el filo de lo que ética y legalmente estaba permitido. Son problemas que la sociedad civil ha sabido resolver o mediante los tribunales o por las leyes inflexibles del mercado.

Pero en cualquier caso, y en contra de lo que muchos se empeñen en demostrar, la democracia no ha incrementado el índice de inmoralidad. Lo que ha hecho es sacar a la luz conductas reprochables y, en ocasiones, punibles, que en regímenes no democráticos jamás salían a la luz pública.

Anécdota y análisis

Hacen un flaco favor a la democracia los que, con la excusa de la denuncia, convocan a cruzada para hacer aparecer a nuestra clase política y a nuestro sistema como corrupto y perverso. Evidentemente, es mucho más fácil -y más agradecido en términos de opinión pública- la frivolidad de la anécdota de corrupción que el análisis de lo que lo provoca. Yo sí creo en la política y en los políticos. Y creo que, en su momento, no tuvimos el coraje de establecer un sistema de financiación de nuestras instituciones que rompiera con el romanticismo con el que entonces nos enfrentábamos al cambio. Elegimos una cierta hipocresía a la hora de establecer cómo podía financiarse lo que se construía.

No es un problema exclusivamente español. Y, por mucho que a algunos les cueste admitirlo, aquí no hemos llegado todavía a los grados de Italia, Alemania o Francia. La financiación de los partidos es, en mi opinión, la parte más débil de un tejido que en el caso de nuestro país se ha hecho con demasiadas prisas y tapando con zurcidos auténticos desgarrones. Y no pueden atajarse determinadas conductas ni sólo con la denuncia ni sólo con el castigo. En el saco de lo que hoy llamamos corrupción, estamos metiendo golferías personales, recaudaciones institucionales y auténticos impuestos revolucionarios. Y hay en la sociedad un rechazo visceral a la hora de plantear, siquiera someramente, el problema de fondo: la financiación de los partidos.

A mí me parece llegado el momento de admitir que la propia complejidad de las agrupaciones políticas, su maquinaria operativa, la importancia del trabajo que desarrollan y su misma proyección social exigen medios que no pueden ser soportados por los canales que en su momentos establecimos. Ni las cuotas de los afiliados son suficientes ni lo es el montante de la subvención pública para cubrir los gastos de las organizaciones. Podemos defender públicamente lo contrario para evitar suspicacias. Pero nadie que haya trabajado en las entrañas de un partido puede honradamente negar que, con los actuales mimbres, no hay quien convierta en presentables los balances de estas instituciones. Instituciones que en demasiadas ocasiones han sobrevivido con el esfuerzo anónimo y agotador de militantes y funcionarios mal pagados y peor considerados.

No es que sea la solución definitiva, pero no cabe duda que una de las formas de levantar barreras contra la corrupción y todas sus secuelas es la de abordar sin falsa hipocresía y con absoluta sinceridad el espinoso tema de la financiación de los partidos. Si por algo merece la pena un pacto es por acabar con esta sensación generalizada de sociedad podrida y clase política venal. Habrá diferencias en los mecanismos a establecer. Pero habrá que buscar el consenso en lo importante: en la necesidad de establecerlos.

Desde un punto de vista de izquierdas, es más transparente la financiación vía presupuestos que la que se basa en el desarrollo de los lobbies. Pero, a discutirlo. Nunca hay que cerrar posibilidades. La única que hay que cerrar, y definitivamente, es la que ha puesto a nuestro sistema bajo sospecha y nos ha convertido a todos los que nos dedicamos a esto en personajes socialmente despreciables.

Y mientras no seamos capaces de atajar con auténtica valentía este fenómeno, podremos ser como los balleneros del capitán Achab, gritaremos mucho con el "¡por allí resopla!", pero a esta ballena blanca no habrá manera de arponearla. Terminará como en el libro, acabando con nosotros.

Juan Barranco es portavoz del grupo muncipal socialista de Madrid.

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