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Tribuna
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En busca de nuestro 'caballero de hierro'

Gente menos numerosa pero más influyente, una buena parte de los empresarios y banqueros de este país, aparecen estos días tan indecisos como otras capas sociales a la hora de votar por una de las dos grandes alternativas: el Partido Socialista Obrero Español y el Partido Popular. Felipe González ha cortejado a los hombres de negocios durante mucho tiempo y continúa, a estas horas, ejercitando sus artes de seducción. En los últimos 60 días, José María Aznar también se ha lanzado en picado a la misma tarea, situando en el corazón de su campaña una red de contactos personales, cuya importancia ha ido creciendo a medida que muchos líderes ampliaban su desengaño respecto a González y al compás de la subida popular en los sondeos. A un mes de las elecciones, los hombres de negocios no saben bien lo que quieren.Una razón para apoyar a Aznar, se piensa, es que la reelección de González supondría confirmar que en España no se penalizan ciertos fracasos en política. Una política económica restrictiva (altos tipos de interés, peseta sobrevalorada), desmadre del gasto público y el acuerdo con los sindicatos sobre cuestiones de principio (ley de huelga) son razones de peso para castigar al partido socialista. Pero los hombres de negocios saben que la política económica vigente es una traducción al castellano, con algunos retoques, de la estrategia de desinflación competitiva que se aplica en Europa (con la excepción del Reino Unido). En cuanto al gasto público y a la ley de huelga traicionada, los empresarios comienzan a creer que Felipe González, a pesar de lo que promete, ya no puede cumplir.

Detrás de la campaña mitinera hay otra, la llamada campaña de los desayunos, almuerzos y cenas, donde los otrora llamados poderes fácticos vuelven a examinar a los candidatos. Pero nadie quiere ser parcial. A primeros de febrero pasado, cuando aún no se habían convocado las elecciones, el presidente del Banco Central Hispano (BCH), José María Amusátegui, logró reunirse de manera informal con el presidente González y su esposa fuera de La Moncloa. El consejero Alberto Oliart lo consiguió: a la cena acudieron los González, los Serra y los Amusátegui. Desde entonces, Amusátegui se ha encontrado varias veces con Aznar. Una veces a solas y otras en selecta compañía. Muy dilecto, el líder del Partido Popular pidió en esos encuentros, como en otros con Emilio Ybarra, presidente del Banco Bilbao Vizcaya, una lista de nombres para el futuro nombramiento de presidentes de empresas públicas.

Los hombres de negocios, después de tanta gastronomía, no conocen la respuesta a una inquietud. ¿Aznar se atreverá a plantar cara a los problemas que los socialistas, por presuntas razones electorales, no han abordado en estos 10 años, como las pensiones, la Seguridad Social, la sanidad, la ley de huelga y la indemnización por despido? A un gran número de empresas les gustaría que Aznar fuese una Thatcher con pantalones o nuestro Caballero de Hierro. Pero después de desayunar, comer y cenar ya saben definitivamente que no lo será nunca.

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