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Tribuna
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Los muertos salen por la mañana

Juan José Millás

Si entras en una cafetería a media mañana y la ves llena de gente, es imposible que no te preguntes cómo se ganan la vida todas esas personas. 0 sea, que no es que yo esté obsesionado por la existencia de los otros, sino que hay situaciones que provocan interrogantes al tipo más ensimismado. De manera que entré en la cafetería de Juan Bravo a media mañana y mientras me ponían el café eché un vistazo a la barra, que tiene forma de herradura. Separé a los jubilados, a los representantes y a los detectives, y todavía quedaba un grupo cuya existencia era una incógnita. Entonces me pregunté cómo se ganaba la vida toda aquella gente.Hay quienes se preguntan de los otros si serán buenos en la cama, o si tienen alguna enfermedad incurable, pero yo sólo me pregunto cómo se ganan la vida, y a veces, sin darme cuenta, me lo pregunto en voz alta y parece que se lo estoy preguntando a otro. Eso debió ' pensar el hombre, porque escuché una respuesta fuera de mi conciencia y resultó que era el tipo que estaba a mi lado.

-Algunos no necesitan, ganársela -dijo.

-¿Son ricos?

-Están muertos. Madrid, por la mañana, está lleno de muertos.

En ese momento pasó una ambulancia que se dirigía al sanatorio que hay en la esquina con Príncipe de Vergara. Yo nací allí -es de monjitas-, por eso vengo a tomar café a esta cafetería, para mirar a las mujeres que salen con sus bebés recientes como panes e imaginar a mi madre subiendo en un coche antiguo conmigo en brazos. El caso es que aproveché el ruido de la ambulancia para mirar hacia la calle y hacer como que no me había dado por aludido por el comentario. Pero como tengo esta necesidad tan grande de saber qué hacen los otros por la mañana, al final claudiqué:

-¿Y usted por qué sabe que algunos están muertos?

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-Fíjese en aquella mujer, la de la chaqueta a cuadros. Está muerta.

No la había visto al entrar, pero parecía de una película en blanco y negro, que eran las únicas que le gustaban a mi madre. Llevaba una melena larga, muy cuidada, y un collar de perlas pequeñas. La chaqueta, cruzada en la cintura, acentuaba el tránsito del vientre hacia los pechos. Habría dado la vida por que me mirara, pero ella no miraba a nadie, como las mujeres de las películas en blanco y negro, que no miran a nadie porque no hay nadie que tenga lo que buscan. No creí que estuviese muerta, sino que había alcanzado ese grado de sofisticación que de vez en cuando se da en algunas zonas de la realidad.

De todos modos, salí detrás de ella a la calle y la abordé en la esquina con Príncipe de Vergara, frente al sanatorio, donde se había detenido como si esperara un suceso del que ya sabía la hora.

-Perdone, estoy haciendo un trabajo sobre la mañana, una encuesta; se trata de averiguar qué hace la gente que no va a la oficina. En general, se piensa que el periodo más misterioso del día es la noche, pero hemos comprobado que no, que la noche es tan previsible como el mediodía o la tarde -no podía callarme porque combato el miedo hablando-, de manera que nos acercamos a la gente que no sabemos qué hace, y le preguntamos cómo se gana la existencia; de qué vive, quiero decir, porque, bueno usted se reirá, pero hay quien piensa incluso que los muertos no salen por las noches, como se cree, sino por las mañanas, que son más tranquilas...

En ese momento abandonaba el sanatorio una madre con su hijo recién hecho en brazos y la mujer y yo nos miramos a punto de llorar porque en seguida supimos quiénes eran.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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