La memoria del lugar, herida
Resulta difícil vivir hoy en la ciudad posmaterialista sin compartir, junto a la experiencia de la, derrota que significa haber perdido el sentido político de la ciudadanía, el éxito del mito tecnocientífico que invade nuestras relaciones metropolitanas. La historia de la ciudad está jalonada, como se sabe, de proféticas utopías y miserables desengaños, de múltiples batallas cotidianas arropadas en el trasiego del negocio de la tierra, entre aquellos que la poseen y los que para su cobijo la necesitan. El desarrollo metropolitano avanza dispuesto a aceptar las "intervenciones del progreso continuo", y en este sentido invade sus espacios con híbridas arquitecturas que fagocitan los fragmentos que perpetúa la historia. El hombre de la metrópoli idolatra cualquier rasgo que le proporciona la reproductibilidad técnica, enajenado por los postulados del consumo, y está propicio a cualquier innovación que destrone lo original y consagre el derivado en la escenografía urbana.La metrópoli de nuestros días, por acción de sus promotores, está dispuesta a invadir las viejas tramas en aras de las nuevas demandas de los tiempos. Los decálogos de la movilidad son prioritarios en el acoso urbano, y de alguna manera la viabilidad será la protagonista lineal de sus espacios, usos, fronteras e invasiones a los lugares de la memoria. Si algo caracteriza de manera singular la morfología de la ciudad que habitamos es la fragmentación que se percibe entre edificio, función y situación urbana; ruptura que se materializa bajo ideal de la segregación: social, formal, tipológica, económica y cultural, como bien se puede comprobar en el proteccionismo formal y promiscuidad espacial que ampara la cultura arquitectónica fin de siglo.
Madrid es un buen ejemplo de una metrópoli acosada por esta disfuncionalidad planificatoria; laboratorio de tantos experimentos especuladores, llegó a las dimensiones de metrópoli sin haber madurado como ciudad, no es de extrañar por tanto, que falte tradición y sensibilidad urbana y le sobre agresividad invasora. Unos ejemplos significativos a los que en estos días prestan atención los medios de información ratifican esta insensibilidad cultural; intercambiador disuasorio en el campus de la Complutense, en pleno desarrollo de las obras, el incomprensible macroaparcamiento y centro comercial de la plaza de Oriente o el proyecto de ampliación subterránea del futuro bodegón del Prado. Tres actuaciones, más llamativas por realizarse en el mismo corazón del Madrid de los Austrias y de los Borbones, reductos salvados de la codicia mercantil de los principios del siglo XX y que ahora sucumben ante la impotencia y cierta indiferencia del ciudadano.
Con frecuencia, en muchas de las decisiones sobre política de intervención urbana no se suele contemplar el carácter de irreversibilidad que tales decisiones asumen una vez realizadas. Existe un cierto abandono, una diluida irresponsabilidad cultural en prevenir los errores de la improvisación que determinados intereses y proyectos infieren a la identidad de la ciudad; son actuaciones encubiertas bajo sucedáneos de las necesidades empíricas de la metrópoli moderna que no encierran la menor preocupación por la memoria del lugar, ni social ni estética. Proyectos condicionados por unos formatos de intervenciones, técnico-económiicas o de gestión de imagen político-administrativa, que, involucrados alrededor de los grupos de producción del espacio urbano, reducen la ciudad a una interpretación mecanicista del beneficio. Son intervenciones definitivamente agresivas, y en el buen gobierno de una ciudad no deberían ni proyectarse ni desearse. La ciudad es, ante todo, un artefacto pedagógico, y debe responder a criterios que hagan explícito el contenido ético que la ciudad prefiere.
La metrópoli moderna, ya se sabe, es excluyente y avasalla el sentido de la polis, margina la política de la ciudad, o lo que es igual, ignora propuestas de opciones bien informadas necesarias para establecer un control sobre el proceso del cambio. Las actuaciones sobre sus espacios, excluido el saber político, favorecen una aceleración de imprevisibles y, a veces, irreparables consecuencias, de ahí que se susciten en la demanda de los grupos más sensibles a la destrucción de la ciudad, contraespacios de calidad, proyectos que controlen estos procesos del cambio que generan los nuevos usos metropolitanos.
¿Por qué el modelo de la tradición humanista acerca de la construcción de la ciudad resulta ser una defensa tan frágil en nuestra época contra las estrategias del planificador urbano?, tal vez porque los hombres que viven en épocas democráticas, como Tocqueville acotara en 1830, no captan fácilmente la utilidad de las formas..., "ya que su mérito principal estriba en servir de barrera entre los fuertes y los débiles, el gobernante y el pueblo, para frenar a uno y dar al otro tiempo para mirar a su alrededor".
Defender la memoria del lugar es salvaguardar la historia de la ciudad, lo cual lleva implícito la defensa de la democracia. Los espacios consolidados del pasado, sus imágenes y lugares son tan necesarios para el hombre de la condición urbana como los mitos, pues mitos de la razón son estos espacios interiorizados en nuestra sensibilidad colectiva, que forman parte ya de nuestros códigos de información genética. El drama de W. Benjamin reclamando las señas de identidad para el habitante de la ciudad, porque si no su fin será el contemplar la nostalgia del desastre, es la victoria de un Le Corbusier animando a derruir el París medieval, preludio ilustrado de lo que hoy se puede contemplar en los desoladores espacios construidos para las burocracias digitalizadas.
¿Qué hacer? Los usos veloces del mercado urbano programan sin rubor el caos de la apariencia; lo ya visto nos lo venden como proyectos de lo nunca visto. Pronto podremos contemplar cómo los topos-mecanizados que aparcan en nuestras calles socavarán los cimientos del palacio y, más tarde, invadirán las laderas del museo. Nos quedará tal vez la "nostalgia del desastre", expresada bellamente en aquel spleen baudeleriano: "En adelante, ¡oh materia viviente!, ya no eres más que un bloque de granito rodeado de un vago espanto".
es arquitecto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.