_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Predicar contra la tele

Fernando Savater

No se debe molestar Rafael Siánchez Ferlosio porque le haya incluido eventualmente, a cuenta de su admonición contra la bicha omnipotente, en la nutirida orden de los predicadores. Se trata de categorizar el tono de aquel artículo, no de clasificarle a él mismo corno escritor ni mucho menos de desautorizarle, según teme dolorido. Al contrario: lo único desautorizado, frente a los predicadores, es la respuesta argumentada. O te lo crees o no te lo crees. Las pegas de sentido común, las cautelas restrictivas contra la enormidad, las protestas sonrientes del "no será para tanto", se desautorizan solas corno filisteísmo aburguesado ante la magnificencia tonante del Gran Repudio. Es como intentar tirarle pellizcos de monja al fulminante Moisés recién bajado del Sinaí. Tal es precisamente mi queja fundamental contra los predicadores, algunos de los cuales destacan por su elocuencia y me son irremediablemente queridos.Como soy algo spinozista, empezaré por definir el sentido en que empleo los dos términos que en mi respuesta anterior (La bicha como fetiche, EL PAÍS, 9 de marzo) se le atragantan más a Ferlosio: "predicadores" y "libertad". Llamo predicador a quien nos entristece o avergüenza por formar parte, convictos y confesos, del reino de este mundo. Conozco predicadores de tres modelos diferentes (aunque sospecho que los dos últimos son variantes modernizadoras del primero, el tradicional). Primero, los predicadores eclesiásticos, que nos exhortan a renunciar a los fastos, pompas y concupiscencias de este mundo para disfrutar de la gloria en otro, transmundano y eterno. Segundo, los predicadores metafísicos (Schopenhauer, Leopardi, Cioran), que proclaman la intrínseca maldad de la trama necesaria que nos constituye, sin prometer salvación alguna fuera de la aniquilación renunciativa o del sarcasmo. Tercero, los predicadores sociopolíticos, que condenan el sistema global del mundo en que vivimos como obstáculo para la verdadera vida tal como podría ser, que aún no es de este mundo o ya no es de este mundo pero debería darse en él. Los primeros conocen algo mejor que este mundo; los, segundos no conocen nada peor que este mundo; los terceros saben que sólo lo peor del mundo nos separa de un mundo sin reproche. La novedad que creo detectar es que los terceros se van contagiando del fatalismo de los segundos y se deleitan tanto describiendo lo invulnerable de nuestra perdición que apenas les queda resuello o convicción para aludir al mejor de los mundos, del que la conspiración del sistema nos mantiene separados. Quizá Adorno y demás colegas de la escuela de Francfort sean los más excelsos paradigmas de este género, a veces penoso por lo socorrido y populachero.

Otras dos figuras del discurso público se oponen a la actitud predicadora. La primera es el conformista, que lanza una mirada de entusiasmo o resignación sobre cuanto le rodea y lo encuentra todo divinamente (por eso el caso más célebre de conformista es el de Jehová, que tras haber creado cielos y tierra- serpiente incluida- suspiró satisfecho: valde bonum). La segunda es el espíritu crítico, para quien el mundo siempre ha de ser una mezcla de males y bienes pero se dedica a discernir entre ellos, potenciando los bienes y aceptando pagar los males que le sirven de contrapeso o de rescate. Reconozco mi abierta simpatía por este último, sobre todo a la hora de leer el periódico, aunque haya frecuentado mucho también a los predicadores del segundos y del tercer modelo en su día. por lo demás, no hay casos puros, sino sólo cócteles más o menos afortunados de las diversas opciones. Confieso mi fórmula, sobre diez: cinco partes de predicador de la segunda categoría, tres de espíritu crítico y dos de conformista. La combinación de Ferlosio entre predicador del tercer género y espíritu crítico es de las que siempre he tenido por magistralmente lograda: de ahí mi respingo cuando, en sus artículos contra la gran bicha, encontré más predicación de la debida en el sabroso brebaje.

Y ahora, lo de la libertad. Una cosa es aceptar como dato la capacidad de elegir entre circunstancias no elegidas, que es en lo que consiste la libertad, y otra convertir en algo dado las opciones bienaventuradas que nos hurtan de la inercia culpable y nos aseguran los mejores frutos de la inocencia: pues esto es la liberación, no la libertad: Temo que cuando afirmo mi creencia en la libertad, Ferlosio me considera un beato o profanador creyente en la liberación, dada por hecha como algo obvio. Nada más lejano a mi criterio (¿debo recordarle ahora mis cinco partes de predicador de segunda?): pienso que por medio de la libertad podemos intentar liberarnos, pero creo que podemos esclavizarnos también, y en parte veo este resultado como ligado intrínsecamente al primero. Ahora bien, descarto que pueda alcanzarse ninguna liberación sin pasar por la libertad o que puedan darse liberaciones automáticas, ni aun menos despóticas. No admito que podamos liberarnos de la libertad ni a su costa. Un ejemplo: Ferlosio asegura que la prohibición de caídas o accidentes físicos en el por mí poco frecuentado programa Olé tus videos comportaría el saludable efecto de "elevar el sentido de la dignidad humana" en tal espacio televisivo. Pues bien, mi idea de la dignidad humana se basa en nuestra capacidad de rechazar o preferir imágenes detestables, pero no en ser liberados de ellas por decreto. En que existan y algunos las sientan como incompatibles con su gusto, por lo que cambian de canal, se basa la inatacable dignidad de todos, tratados con buen o mal gusto como seres capaces de razón y volición.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Y así volvemos a la famosa bicha, es decir, a la televisión. Sin duda me resulta en gran medida estúpida y abyecta: como creo que la educación es la base de cualquier democracia, tengo por cierto que al menos los canales estatales deben intentar fomentar la reflexión, la imaginación, el sentido artístico, y brindar productos en principio minoritarios, pero que puedan servir de alternativa a la mucha basura imperante. Si no ocurre así, los ciudadanos debemos demandarlo a las autoridades y apoyar con nuestro elogio lo que, en televisiones públicas o privadas, apunte en tal sentido. Tal es mi criterio, que aventuro a sabiendas de que incluso ponerse de acuerdo respecto a los elevados valores antes dichos no es cosa fácil: ¿cómo esperar nada del despotismo ilustrado tras saber que Ferlosio tiene a Botticelli por el ancestro del más puro kitsch? Pudiera darse que aun la televisión para mí más aceptable le pareciera a él culpablemente degradante...

Afirmaba el otro día Pedro Altares en estas mismas páginas que en su diatriba Ferlosio ha dicho en voz alta lo que muchos piensan pero callan. Yo, en cambio, no oigo más que repetir mil veces modulada la misma y obsesiva queja. La cosa viene de antaño. ¿Cuándo la televisión, siempre tan vista, no ha sido mal vista? A través de la indignación que no quiere saber nada de la estadística degradante, ¿cuántos análisis certeros se nos brindan del tipo de espacio público que la pantalla abre y de las demandas que así se revelan? El determinismo económico sigue sin resolverlo todo, precisamente porque lo resuelve todo del mismo modo. Hace 28 años, nada menos, Umberto Eco hacía este retrato, aún vigente, del apocalíptico antitelevisivo: "El apocalíptico no sólo reduce los consumidores a aquel fetiche indiferenciado que es el hombre masa, sino que -mientras lo acusa de reducir todo producto artístico, aun el más válido, a puro fetiche- él mismo reduce a fetiche el producto de masa. Y en lugar de analizarlo caso por caso para hacer que emerjan sus características estructurales, lo niega en bloque. Cuando lo analiza, traiciona una extraña propensión emotiva y maniriesta un complejo no resuelto de amor / odio; hasta tal punto que surge la sospecha de que la primera y más ilustre víctima del producto de masas sea el propio crítico" (Apocalípticos e integrados).

es catedrático de Ética de la Universidad del País Vasco.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_