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La persistencia de un mito

A mi hija Esperanza.Desde hace varios siglos, los primeros científicos de la sociedad capitalista nos advirtieron de que la forma de manifestación de los fenómenos sociales no coincide con la determinación interna de los mismos. Si así no fuera, añadiría Marx cuando ya se había recorrido un buen trecho, la ciencia sería superflua, ya que los fenómenos se explicarían por sí mismos y bastaría su presentación estadística.

Como es lógico, fueron aquellos fenómenos sociales que más afectaban a la solución de los problemas básicos de las condiciones materiales de existencia los primeros en los cuales se centró la investigación científico-social. Y de ahí el desarrollo inicial de la tríada teoría del Estado-economía política-derecho, expresión de las urgencias del nuevo modelo de organización social, radicalmente distinto del que había existido en todas las formas históricas anteriores.

Ahora bien, a medida que la sociedad capitalista se ha ido desarrollando, la investigación social se ha podido dirigir a aspectos de la conducta humana no tan esenciales para la reproducción de la sociedad, pero sí muy importantes, y que habían estado desprovistos hasta hace poco de todo análisis de tipo científico.

Y, en general, la confirmación del axioma intuido por los primeros clásicos de nuestra sociedad, y teorizado después, no ha podido ser más rotunda, llevándonos paso a paso a la destrucción de prejuicios a veces seculares en prácticamente la totalidad de los campos de la vida social.

El último de los resultados de esa nueva investigación, de la que daba noticia recientemente el Herald Tribune, ha venido a destruir uno de los mitos que más tenazmente se han mantenido a lo largo de siglos en nuestra sociedad, de acuerdo con el cual el matrimonio es cosa de las mujeres, que mediante artes diversas consiguen cazar al hombre.

El mito ha sido objeto de ilustraciones tan diversas y en formas tan variadas que seguro que no hay nadie que no recuerde algún chiste, alguna película o algún relato en el que el tema no se aborde de manera más o menos ocurrente o más o menos zafia. El sábado 27 de marzo, sin ir más lejos, emitió Canal + una película interesante y muy divertida con el título El dijo, ella dijo, que- no era más que una reflexión sobre esta cuestión: el matrimonio como un asunto que básicamente interesa a la mujer y frente al cual el varón se defiende como puede. Y, sin embargo, lo que la investigación viene a demostrarnos es justamente lo contrario. De acuerdo con un estudio efectuado por epidemiólogos de la Universidad de California, en San Francisco, "los hombres obtienen una gran cantidad de apoyo social por el hecho de estar casados, mientras que las mujeres tienen un sistema de apoyo social más amplio fuera del matrimonio".

Y no sólo eso. Según dicho estudio, efectuado sobre una población de 7.651 americanos adultos entre los 45 y 60 años, una vez tomadas en consideración las diferencias en renta y educación, así como los hábitos de consumo de tabaco y alcohol, o factores de riesgo como la obesidad y la práctica o no de actividades deportivas, hay tres conclusiones que se desprenden de manera inequívoca:

1. Que los hombres tienen una probabilidad de morir en una década dos veces superior si no están casados que si lo están, en tanto que esta circunstancia es indiferente para las mujeres.

2. Que el factor crítico determinante es la esposa, no el hecho de vivir simplemente acompañado (hijos, padres, o con otras personas sin parentesco).

3. Que los hombres casados experimentan una sensación de bienestar superior a la de los hombres no casados, mientras que las mujeres casadas no parecen sentirse especialmente contentas en comparación con las no casadas.

Por cualquier lado que se mire, desde el cuantitativo de mayor esperanza de vida al cualitativo de mejores condiciones en el disfrute de las mismas, el matrimonio es una institución que beneficia inequívocamente al hombre en mucha mayor medida de lo que lo hace para las mujeres.

En realidad, es difícil que pudiera ser de otra manera, ya que una institución tan crucial para la reproducción de una sociedad predominantemente masculina difícilmente podía estar en contradicción con la naturaleza de dicha sociedad.

Pero lo sorprendente es la persistencia del mito, a pesar de la evidencia en contrario. Y que funcione, que sea operativo, hasta el punto de engendrar la ilusión en quien no es primariamente el beneficiario de la relación de que sí lo es.

No hay posiblemente ningún otro fenómeno social tan universal en el que la discordancia entre la percepción y la realidad sea tan grande. En comparación con ésta, la mistificación que analizó Marx de la plusvalía como forma de manifestación capitalista del excedente, en la que hacía residir la mayor parte de las ilusiones que engendra la sociedad burguesa, se queda en pañales.

Pues si es indudable que la plusvalía confunde la parte de la jornada de trabajo que el trabajador lo hace para él y la que trabaja para el empresario, al no existir una separación espacial y temporal entre las mismas, tampoco lo es que el trabajador, cuando firma el contrato de trabajo, por buenas que sean las condiciones, sabe que el beneficiario fundamental de la relación contractual es el empresario.

En el matrimonio, por el contrario, se produce una inversión de la realidad en su percepción por los agentes de la relación contractual, que conduce a que quien no es el beneficiario principal de la relación se imagine que sí lo es, y a la inversa, promoviéndose de esta manera no sólo el mantenimiento del estado actual, sino además con todas las bendiciones.

Éstos son los hechos científicamente interpretados y de una manera particularmente contundente. Y los hechos, como dicen los ingleses, son testarudos.

Que cada quien saque su moraleja.

Javier Pérez Royo es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla.

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