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Tribuna:NECROLÓGICAS
Tribuna
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Joaquín Calvo Sotelo o la pasión del teatro

El miércoles falleció en Madrid, a los 88 años de edad, el escritor, dramaturgo y académico Joaquín Calvo Sotelo, nacido en La Coruña en 1905. Hombre de múltiples registros: abogado del Estado por oposición ganada de muy joven, colaborador de José Ruiz Castillo en los tiempos creadores de la Cámara del Libro, durante la República; articulista asiduo, escritor de cuentos y relatos breves, todo el que lo haya tratado un poco reconocerá que fue en el teatro, como dramaturgo, donde encontró su vocación y su destino. Más de 50 obras cuenta su acervo teatral, desde su primer estreno, en 1934, de una comedia, El contable de las estrellas o ¡viva lo imposible! escrita al alimón con Miguel Mihura, hasta el último, Pasión de amor, que dio el año pasado en el madrileño Centro Cultural de la Villa y que narra los trágicos amores de Enrique VIII con Ana Bolena. Y nos consta que aún ha dejado alguna comedia inédita.El chasquido del humor estuvo siempre presente en sus obras, aunque se tratase de dramas rigurosos; mucho más, claro, en sus obras ligeras, como Una muchachita de Valladolid, que tuvo buen éxito. Serán otros más expertos que yo en el mundo del teatro los llamados a enjuiciar el conjunto de su obra, cuyos dos grandes éxitos de público fueron Plaza de Oriente (1953) y La muralla (1954).

Vivió apasionadamente todas las tribulaciones e incertidumbres de la vida teatral: la angustia del estreno, que es la misma en la primera que en la última obra; la sospecha de que la gente valore al autor sólo por su obra más reciente; esos estrenos en que los actores son más que los espectadores; la extrañeza ante ese estrenista que aplaude y patea a la vez, que tanto descompone a los actores; la duda añadida de si en las giras por provincias, una obra que triunfó en Madrid fracase en otras capitales, y esa azarosa quiniela que suele ser todo intento teatral. Pero, a la vez, gozó las mieles del triunfo dramático, que es una de las mayores glorias -como la del cantante o la del torero en una buena tarde- que puede tener un hombre.

Joaquín Calvo Sotelo tomó la vida con elegancia, con ironía, y lo único que tomó plenamente en serio fue su actividad como académico de la Real Academia de la Lengua, a cuyas sesiones no dejó nunca de asistir.

Fue colaborador de La Voz (1928), y desde los años treinta, de Blanco y Negro y Abc. La prensa americana le conocía asimismo bien.

La muerte le preocupaba, y es tema que surge en alguna de sus comedias y en muchos de sus relatos. Ahora acaba de recibir la visita personal de esa dama que no llama al timbre y nadie sabe evitar, y que a los que fueron sus intérpretes y a los que fuimos sus amigos nos ha dejado tristes y pensativos. ¿Qué obras se le ocurrirán en la otra orilla, donde conocerá el misterio del mundo y el desenlace de todos los dramas? El teatro fue siempre artificio, fábula, mentira; más mentira generosa y no interesada, como la del negociante o el político. Pero cuando el dramaturgo tiene algo que decir, como le sucedía a nuestro amigo, repercuten en el alma del espectador sus dramáticas y cuidadas palabras.

Reciban Giuliana, su esposa, y sus hijos el testimonio de nuestra condolencia.

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