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Un incoformista

Fernando Savater

Apareció al menos dos veces, que yo sepa, en las primeras necrológicas de Juan Benet: lo leí en un diario y lo escuché por televisión. Entre elogios convencionales y quizá sinceros, junto a disimulados zarpazos póstumos, se aseguraba que Juan mantuvo a veces "opiniones discutibles". Siempre me ha chocado desagradablemente esa expresión, que tengo por epítome de la cazurrería. Para ser más precisos, de la cazurrería bien educada; la otra prefiere apostillar lo de "eso lo dirá usted". En ambos casos pretende descalificarse la postura ajena por medio del retintín que se le pone a una constatación obvia: decir de una opinión que es discutible no va más allá de subrayar su carácter de opinión, pues si no fuera discutible se trataría de un axioma matemático o de un postulado lógico, que son poco opinables; y sin duda lo que uno dice lo dice uno, no el Espíritu Santo, la Academia sueca o cualquier otro areópago de similar solvencia. En ambos casos también lo que se apunta es la discordancia de quien así opina con el rosario de lugares comunes dado por vigente e indiscutible, su aislamiento fuera del caluroso rebaño intelectual en el que deciden los doctores y balan los fieles. "Sus opiniones son muy discutibles", "eso lo dirá usted": traducidas al cazurro, estas fórmulas equivalen a "dice usted cosas que me desconciertan y, por tanto, me desagradan, pero como no sé muy bien por dónde cogerlas no me atrevo a rebatirlas: quede claro, sin embargo, que me fastidian, que no le creo y que estoy seguro de que los míos y yo tenemos razón".¿Por qué eran las opiniones de Benet más palmariamente discutibles que las de cualquier otro? Sin duda porque chocaban a menudo con la actitud conformista de los que sólo prestan atención a las opiniones ajenas con el fin de clasificar a quienes las emiten y no para adquirir nuevas perspectivas sobre la realidad. Al conformismo no le interesa procurar entender las cosas, sino catalogar claramente a. las personas: a favor del Gobierno o en contra, de izquierdas o de derechas, vendido a los unos o comprado por los otros, de letras o de ciencias, etcétera. Cuanto no responde dócilmente al patrón (llamémosle la individualidad racional) es descartado como extravagancia, hipocresía o ganas de llamar la atención. El inconformista digno de tal título no lo es porque discrepe del poder, o de la mayoría, sino porque no se conforma con el reparto de papeles establecido y, sobre todo, disiente del papel que le ha tocado en suerte. Sale por donde no se le espera o sale por donde se le espera, pero de modo inesperado. Se parece siempre más a sí mismo que al sí mismo que los demás le han otorgado. Por eso puede despertar expectación algo irritada, pero rara vez cosechar grandes aplausos, porque los aplausos sólo premian al que hace bien de sí mismo de acuerdo con el criterio de los demás. Lo que suele caracterizar al inconformista es que se las arregla para resultar siempre un poco antipático, incluso a sus partidarios, que nunca pueden serlo del todo... Ello no quiere decir, desde luego, que baste con ser antipático para convertirse en inconformista.Ni por supuesto debe asumirse que el inconformista lleve siempre la razón: en lo único que casi siempre lleva razones en ser inconformista.

Las "opiniones discutibles" de Juan Benet tuvieron como vehículo más privilegiado la conversación y después, en segundo lugar, sus artículos periodísticos. Los he releído estas últimas semanas, tanto los publicados en forma de libro hace 10 años por los desvelos de Antonio Huerga como los posteriores que conservo recortados. En ellos se constata que las opiniones de Benet no sólo son "discutibles", sino hasta "muy suyas", como también suele decirse cuando se habla en cazurro. O sea, que no las tomaba ya hechas de ninguna vulgata ni provenían de los dictados de ninguna esferodoxia (la palabra es suya, para designar el afán de sistema omnicomprensivo y autosuficiente), sea indígena o foránea. A toda esferodoxia le reprochaba carecer de los dos órganos principales del pensamiento, la insatisfacción y la inseguridad. Que yo sepa, sólo Rafael Sánchez Ferlosio ha sabido ser en la prensa tan discutible y tan suyo como Benet. Además, página a página se rebela contra la obligación más sacrosanta del maestro de almas periodístico: predicar. Salvo ironía, apenas le conozco complacencias con lo edificante, con la exhortación humanitaria que los bribones utilizan como garantía fraudulenta de elevación moral. Evitaba como la peste el jarabe de bondad, sin cuya pringue ningún publicista es tenido nunca por bueno, humanitario y libre del Satán gubernamental. Creo que por eso escribió aquel famoso artículo, El hermano Solzhenitsin, que despertó tantas cóleras: para empezar, la mía, siempre tan cándidamente conformista y, además, por entonces algo pipiolo. No es que ahora piense que él tenía razón en su diatriba contra el gran escritor ruso, pero comprendo mejor que le alarmase su complaciente beatificación. Previó las miserias del political correct tres lustros antes que yo.

Se rehusaba, además, el viejo cuento de la lágrima, que ante el público fácil tanto rinde. Supongo que por eso parecía a los despistados más potentado de lo que en realidad era. Los convencidos de que quien no llora no mama suelen dar a quien se niega a hacer de plañidera por bien mamado... Lógicamente, ello le privó de premios literarios, porque los jurados suelen verlos con frecuencia mitad como beneficencia, mitad como castigo a los pudientes. Es conocida la argumentación en base a la cual le negaron el Goncourt a Paul Morand: "No se dan premios a alguien que se aloja en el Ritz". Juan Benet siempre daba la impresión de ir o volver de algún lugar suntuoso y confortable, tipo club inglés, lo cual resultaba insoportable para aquellos que categorizan a los demás según les causen lástima, envidia o miedo. También le ganó la previsible enemistad de ciertos columnistas, telepredicadores y, en general, los zalameros de la pacotilla hortera, que mantienen con la superioridad del talento la misma relación que los perros con las farolas: en cuanto la intuyen, se arriman con la lengua fuera, levantan la pata y mean.

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En casi toda su obra y en buena parte de su vida, pero sobre todo en sus artículos, Benet se comportaba como humorista. Ahora que todo el mundo tiene que ser gracioso cuando escribe, se nota por desgracia que abundan los zafios, rencorosos y maledicentes, pero escasean los humoristas. En un espléndido artículo titulado Agonía del humor (1962) ya analizaba Benet los primeros síntomas de esta carencia, declarando con precisión la altura y requisitos de este género infrecuente: "El humor es una modalidad muy refinada del conocimiento crítico que necesita, para desarrollarse, el campo más fértil y valioso de la persona: la voluntad de conocer, la audacia, la sinceridad, la objetividad, el sentido de la elegancia y del ridículo, la rectitud de conciencia y la independencia moral deben estar siempre presentes para sazonar este fruto cuyas áreas de cultivo son cada día más escasas". Miren a su alrededor y comparen. So long, Juan! Los aficionados a no pensar sin sonreír ya te estamos echando mucho de menos.

Fernando Savater es catedrático de Ética en la Universidad del País Vasco.

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