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Tribuna
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El bis

La larga agonía de don Juan ha puesto en evidencia un hecho cada vez menos insólito en nuestra contemporaneidad mediática: algunas noticias se dan dos veces. Hasta ahora, el fenómeno quedaba circunscrito al amplio arsenal conmemorativo con que la industria cultural remedia sus vacíos de presente. Así, Marilyn ha muerto ya una decena de veces, y sobre el Mayo del 68 se escribirá en este su 250 aniversario lo que ya se escribió cinco años antes. Pero el caso de don Juan trasciende esos límites: sería incompleto atribuir a un error periodístico que alguien diera como cierta la noticia de su muerte cuando don Juan continuaba con vida. Fue algo más que un error, y la prueba es lo que sucedió después: diversos medios de comunicación comenzaron a publicar reportajes necrológicos sobre el rey que no fue. La relativa novedad consistía en la edición de esos comentarios: escritos o grabados llevan ya mucho tiempo en las redacciones. Sin embargo, las peculiaridades del caso, la existencia de la libertad de prensa -asunto importante cuando se compara esta agonía con la de Franco y la cada vez más difusa frontera entre realidad y simulacro hicieron posible la verdad mediática: don Juan ha bía muerto. Desde el punto de vista del consumo, semejante anticipación es instrascedente: cuando muera, las necrológicas retornarán, aunque repitan en sustancia los términos vertidos 15 días antes. En nombre no ya de la deontología, sino tan sólo del derecho del lector a no ser sumariamente golpeado a base de redundancias -redundancias que camuflan el sentido de las cosas, como sucede cuando una palabra se repite obsesivamente-, el periodismo debería reajustar la tuerca que lo une con la realidad. A fin de evitar, por ejemplo, que alguna cadena dé la noticia de la muerte real de don Juan aderezada con un orgulloso estrambote: "Don Juan ha muerto, como esta cadena ya anunció en su día".

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