Adjudicaciones
La oposición parlamentaria protestó en su día por la supresión de la Intervención General del Estado -garantía del buen orden en las contrataciones y mejor fin de los caudales públicos-, y el vicepresidente del Gobierno rebatió sus razonamientos con aquella frase lapidaria: "Pretenden volver al funcionario con manguitos". La verdad es que lo mismo le habría dado decir ¡Viva Cartagena!" o "¡A mí la Legión!", pues cuando un Gobierno tiene mayoría absoluta, ése es su argumento supremo y lo demás son tonterías.Sin interventores y con carta blanca para adjudicar a dedo lo que fuera menester en casos de urgencia, los altos cargos se dedicaron a la gozosa tarea de contratar obras urgentes y adjudicarlas a quien les parecía oportuno. Un año largo después, sin embargo, el Tribunal de Cuentas ha examinado las correspondientes documentaciones y no encuentra motivos para tanta adjudicación y tantas prisas.
Los concursos públicos sirven para adjudicar obras al mejor postor, sin que medien favoritismos, mientras el control de la gestión impide el despilfarro. Leyes y reglamentos ponían sobre la mesa los interventores, con manguitos o sin ellos, cuando un alto cargo pretendía inmortalizar su paso por la Administración volviendo a construir El Escorial. Ese es un peligro histórico en la Administración, donde suele irrumpir mucho megalómano convencido de que su nombramiento obedece a uno de aquellos esotéricos designios que la divinidad reserva a los elegidos. Es algo en lo que coincide plenamente el funcionariado, por cierto, pues sólo creyendo en un milagro de Dios podría entender que hubiera llegado tan alto semejante sujeto.
Tenía razón en protestar la oposición: los dejas sueltos y se despendolan.
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