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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Francia, después del terremoto

EL TERREMOTO electoral que sacudió a Francia el domingo pasado es difícilmente explicable sin vincularlo a una relativa desideologización del voto: la polarización que ha conducido al descalabro socialista parece más consecuencia de un voto de castigo político ala era Mitterrand que una deserción ideológica cabal.Francia no es un país que el sábado se acostara socialista -no lo era, en votos populares- y el domingo se despertara conservador -lo es bastante más- Los movimientos pendulares bruscos no son allí moneda corriente. Aunque de forma imprecisa, con altibajos, el país vecino ha mantenido tradicionalmente un equilibrio estable entre las derechas, el centro y la izquierda. Si la presente catástrofe de las izquierdas es uno de esos altibajos, en este caso pronunciadísimo, o bien constituye un giro histórico en ese país habrá que verlo en el futuro inmediato. ¿Adónde fue el domingo pasado el 17% que desertó de las filas socialistas desde 1988? No es fácil precisarlo: ciertamente, cerca de un 7% ha ido a alimentar las filas del ecologismo. ¿Y el resto? No a los comunistas -que también han perdido dos puntos-, no a la abstención -que ha sido ligeramente menor que hace cinco años-; probablemente, a la izquierda del centrismo de Giscard d'Estaing e, indirectamente, se habrá trasvasado hacia otras opciones más a la derecha. El caso es que todas las derechas aumentan, todas las izquierdas disminuyen, y las propuestas alternativas -ecologistas- no cuajan.

Tres elementos ayudan a explicar los resultados de la primera vuelta electoral. Por una parte, es evidente que el tema europeo ha desempeñado un papel destacado: parte importante del voto de castigo se origina en el rechazo de un sector de la opinión pública, que identifica las complejidades del Tratado de Maastricht con un comunitarismo perjudicial para Francia. Más aún, con un complejo de inferioridad respecto de Alemania. La Alemania unificada ha desbancado a Francia como primera potencia agrícola europea y su hegemonía económica y monetaria ha imposibilitado de hecho una reactivación económica nacional teóricamente posible, dados los favorables datos de inflación, déficit y endeudamiento. Es significativo el anuncio hecho anteayer por Jacques Chirac, el triunfante líder conservador del RPR, en el sentido de que el Gobierno del bloque vencedor endurecerá su postura frente a la CE porque considera que la sustentada hasta ahora por el partido socialista es simplemente "vergonzosa". La tensión nacionalista también ha influido en el voto de la ultraderecha.

En segundo lugar, es significativo que la coalición verde haya pasado de ser hace mes y medio el segundo partido virtual de Francia (con un 20% de la intención de voto en los sondeos) a obtener un 7%. El electorado no se ha fiado de la fórmula ni de las propuestas ecologistas, probablemente porque sigue confiando más en las formaciones estructuradas capaces de ofrecer programas específicos de gobierno.

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Finalmente, debe destacarse que, de todas las circunstancias económicas de Francia (en gran medida favorables desde el punto de vista de la convergencia europea), el paro ha sido determinante en el voto. Ese desempleo afecta específicamente a comunidades agrícolas que acusan a los socialistas de traicionarlas frente a Europa, y a regiones deprimidas en las que la incidencia de la inmigración, sobre todo africana, es grande. Si a ello se añade el desencanto por la corrupción que ha lastrado la vida política francesa en los últimos años, quedará explicada una parte considerable del castigo electoral.

En este contexto, la gobernabilidad de Francia por un Ejecutivo de centro-derecha es evidente, sobre todo si se considera que su representación parlamentaria es, por efecto del sistema electoral, desproporcionadamente superior a su fuerza política real. El "rodillo de la derecha" amenaza al mismo presidente Mitterrand, cuya dimisión ya ha pedido Chirac, que es el candidato más cualificado para sucederle y trasformar el quinquenio conservador en década.

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