La segunda primavera británica
Los síntomas de recuperación en el Reino Unido chocan con la recesión en el resto de la CE
Hace exactamente un año, los británicos creían estar saliendo de la recesión. Tras dos años de penuria llegaba la primavera y los "verdes brotes de la recuperación", en palabras del canciller Norman Lamont, se veían ya por doquier. Pero no: la economía siguió languideciendo y fabricando parados. Volvemos a estar en primavera y, en estos momentos, a pocos les cabe duda de que la recuperación británica está en marcha. El problema es que el continente (es decir, Alemania y sus vagones) sigue un ciclo distinto y entra en recesión ahora. El "rebrote" del Reino Unido puede marchitarse por la crisis del resto de la Comunidad, donde están sus principales clientes.
No hay que minusvalorar el efecto de la primavera en el alma de los británicos: los inviernos son lúgubres y depresivos y, en cuanto asoma el primer sol, se produce una explosión de optimismo. El fenómeno incide en la economía. Llega la primavera y la libra se revalúa unos fennings, baja el paro unas centésimas -aunque sea por casualidad- y la producción y el consumo parecen latir con más vigor. Los tipos de interés son bajos (6%), la inflación es muy baja (1,8%), la bolsa sube y todo parece a punto para arrancar. "La economía británica empieza a recuperarse, eso está muy claro", señala Rupert Tenant-Rea, director del semanario The Economist y futuro -dentro de apenas dos semanas- subgobernador del Banco de Inglaterra.
Es la mejor noticia en el peor momento. El Reino Unido marcha con el paso cambiado y entró en recesión hace tres años, cuando el resto de la Comunidad Europea crecía aún a buen ritmo. Ahora es al revés: empieza a salir a flote cuando sus socios todavía no han tocado fondo.
La ruptura de la libra con el Sistema Monetario Europeo, en septiembre pasado, agravó las diferencias entre la isla y el continente. Y las empresas británicas, empujadas a la exportación por la devaluación y el dinero barato, están chocando contra la crisis de una Comunidad Europea donde se encuentra el 60% de sus clientes comerciales.
"Al continente le esperan, por lo menos, doce meses negativos", señala el director de The Economist, "y eso va a lastrar indudablemente la recuperación del Reino Unido".
Pero el Reino Unido no puede permitirse la espera. La recesión ha dejado sin empleo a tres millones de británicos (serían más bien cuatro millones si el recuento se hiciera sin trampa) y ha abierto un socavón de nueve billones de pesetas en las finanzas públicas.
Los síntomas de recuperación económica, por otra parte, son todavía muy débiles: el mínimo repunte inflacionario del mes de febrero, de una décima (hasta el 1,8% anual, o más bien hasta el 3,4% en el mucho más fiable índice subyacente), no indica un aumento serio de la demanda, sino el encarecimiento de las importaciones causado por una devaluación del 20%.
Aumento de impuestos
La producción y el consumo no crecen: se arrastran hacia arriba penosa y lentamente. Los tres años malos han dejado a la economía británica en un estado de debilidad extrema. El canciller Norman Lamont ha anunciado, en su presupuesto para el periodo 1993-1994, un fuerte aumento de los impuestos indirectos para los siguientes dos años.
De no controlarse el abrumador déficit presupuestario, que superará los nueve billones de pesetas a finales del ejercicio, la deuda ahogará cualquier posibilidad de recuperación", señaló el canciller Norman Lamont.
Si esta primavera volviera a acabar en fiasco y en otro invierno recesivo, con el suplicio añadido del castigo fiscal, las consecuencias serían devastadoras.
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