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Chirac, con la mirada en el Elíseo

El líder de la derecha busca votos en Epinay, una de las 'ciudades santas' del socialismo

Con su abrigo oscuro cruzado, su camisa azul y su corbata de seda, Jacques Chirac no parece un cliente habitual cuando a las diez de la mañana empuja decidido la puerta de un bar de esta localidad industrial situada al norte de París. Los parroquianos, no demasiado numerosos a esa hora, estrechan, entre sorprendidos y cohibidos, la mano que les tiende el candidato. Al alcalde de París, dos veces primer ministro, líder de la oposición y máximo aspirante a sustituir a François Mitterrand en la presidencia de la República, se le ve a gusto, en forma.

Le esperan ocho horas de calle, de diálogo con tenderos, transeúntes, notables locales, un al muerzo con residentes antillanos, una reunión con mujeres musulmanas y, nuevamente,. la calle, los comercios, los transeúntes. Lleva así cuatro meses, recorriendo Francia de arriba abajo, en una campaña que claramente trasciende las elecciones legistativas que se celebran el próximo domingo y que convertirán a su partido, la Agrupación para la Républica (RPR), en el primer grupo parlamentario. Chirac tiene sus ojos en el pala cio del Elíseo.Epinay-sur-Seine es una loca lidad del departamento de Seine Saint-Denis, un territorio poco favorable a la derecha neogaullista que encarna Chirac. De las 13 circunscripciones del departamento, los comunistas dominan siete, y los socialistas, cuatro Epinay es, además, una ciudad simbólica para los socialistas porque fue aquí donde se celebró, en 1971, el congreso refundador que puso a Mitterrand al frente de un proyecto político que les llevó al poder 10 años después. Pero esta zona industrial, este feudo de la izquierda, ya no es territorio seguro para nadie. La desindustrialización, el paro, la delincuencia han generado cambios en la vida cotidiana y en el electorado.

La irrupción de la extrema de recha del Frente Nacional, intepretada como un reflejo del miedo de parte del electorado, ha de cidido al RPR a presentar un candidato duro en esta primera circunscripción: Raoul Béteille, 69 años, ex presidente del Tribunal de Seguridad del Estado, partidario de la pena de muerte y de la mano dura con la delincuencia y la inmigración clandestina. A este candidato, un hombre cargado de hombros, enfundado en una gabardina marrón que le llega a los tobillos y le da un aire estrafalario, es al que ha venido a presentar Jacques Chirac, un político que, pese a su aire distinguido, algo estirado, domina el contacto con la gente, el apretón de manos y la palmada en la espalda.

Todo sonrisas

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La operación se hace a buen paso. La zona elegida es una galería comercial en el centro de Epinay, y el objetivo son los pequeños comerciantes. Chirac al frente, acompañado del candidato, y seguido de un pequeño pelotón de periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión. Y alrededor, un dispositivo de seguridad, discreto -no hay uniformes-, pero nutrido y con un detalle de color: dos son africanos, porque ésta es una zona con bastante inmigración. Tenderos, clientes, paseantes... todos son objetivo de la sonrisa de Chirac, de su mano tendida y de la misma fórmula ritual: "Le presento a nuestro candidato, monsieur Béteille". Éste, un paso detrás, alarga la mano y esboza una sonrisa.

Chirac lleva el ritmo y decide si se da conversación o si sigue caminando. Algunos transeúntes abordan al candidato. Son siempre los simpatizantes, los admiradores. Los hostiles o los indiferentes se alejan u observan a distancia. No hay incidentes en todo el recorrido, salvo el cliente de un bar que despotrica en voz alta de la derecha en general y de Chirac en particular. Éste, a su lado, ni se inmuta, y al salir le desea los buenos días.

Chirac, en sus breves conversaciones con los comerciantes, les transmite siempre el mismo mensaje: "No se preocupe. Esto tiene que mejorar, habrá cambios". Es la idea de un candidato que sabe que su partido va a ganar, que dentro de dos semanas se va a encontrar con una mayoría abrumadora en la Asamblea Nacional. No hay, sin embargo, triunfalismo ni en sus palabras ni en su actitud, sino una especie de calculada preocupación responsable. Su mensa e es: "Vótenos, nosotros nos hacemos cargo de sus problemas".

A la hora prevista -el horario se lleva con precisión militar-, la comitiva se dirige a los coches, que salen velozmente con rumbo a otro centro comercial, a otras calles, donde se repetirán las escenas. Lo que varía es el marco, las personas, pero la fórmula es tan sencilla como eficaz: el candidato sonríe, se interesa por los problemas cotidianos y durante cinco segundos la gente se siente importante. Y eso da votos.

El alcalde de París se presenta, desde hace 25 años, en una circunscripción del departamento de Corréze, una zona rural del centro de Francia, donde obtiene mayoría absoluta en la primera votación. De hecho, Chirac trabaja más ayudando a otros candidatos por toda Francia -ha visitado la mitad de los departamentos del país en esta gira de cuatro meses, que concluye en el cinturón industrial de París que cultivando al electorado de su circunscripción.

Auscultar al país

Lydie Gerbaud, su jefe de prensa, subraya que ésta ha sido una gira para "auscultar" el país. "No la ha hecho para explicar un programa, sino para escuchar, para dialogar en mesas redondas, con representantes de todos los sectores sociales: mineros, agricultores, comerciantes, empresarios". Es una gira para hacer, añade, el diagnóstico de una situación preocupante.

Chirac, que ya fue primer ministro bajo las presidencias de Valéry Giscard d'Estaing y de François Mitterrand, no oculta que su único interés político es ya la presidencia de la República. Aunque, por prudencia, no lo dice públicamente, toda su actividad se orienta a suceder a Mitterrand en las elecciones previstas para 1995, o antes si éstas se adelantan al hacerse imposible la cohabitación entre la presidencia socialista y el Gobierno conservador que saldrá de las urnas en las próximas semanas.

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