La economía 'perversa'
La política de desinflación competitiva ha tenido en Francia un país casi modélico hasta la aparición de los desequilibrios presupuestarios de finales de 1992, que han aflorado días antes de las elecciones. Los efectos políticos perversos son evidentes. El Partido Socialista francés, que la ha inventado, será derrotado por la oposición de centro-derecha -la coalición formada por la Asamblea para la República (RPR) y la Unión para la Democracia Francesa (UDF)-, que, básicamente, postula la continuidad de la misma.Pero si éste es uno de sus resultados ambivalentes, no lo es menos la actitud de la patronal CNPF. François Perigot, presidente de la patronal francesa, estima que la unión monetaria europea es un objetivo fundamental. "No hay otra solución que la alianza entre Francia y Alemania", dice. Cuando se le pregunta si podrá aguantar la prueba de la especulación, Perigot se disfraza de ministro y solo atina a decir que apoya la política de franco fuerte. Perigot les teme a los mercados de cambio.Pero el efecto perverso más palpable de la política económica en curso, que la oposición se dispone a mantener en sus líneas maestras, es el círculo vicioso desinflación-baja de costes laborales-caída de la demanda-desinversión.Los mayores avances en materia de saneamiento de la economía han sido el resultado de la reducción de los costes horarios, que, con cargas sociales, se situaban ya en 1991 entre los más bajos de la Comunidad Europea al tiempo que los aumentos de productividad aventajaban a los de sus socios.
Factor de bloqueo
La compresión salarial ha actuado, a su vez, como un factor de bloqueo de la expansión económica. Los grupos industriales, por tanto, han tenido que invertir fuera para compensar la debilidad del mercado interior. Ya en 1990, Francia se convirtió en uno de los primeros inversores en el extranjero, con una cifra de 143.000 millones de francos (3,1 billones de pesetas). Paralelamente, ante los primeros signos de desaceleración, el desempleo recobra su fuerza y se orienta hacia los tres millones de parados, que suponen más del 10% de la población activa.En 1989, el entonces primer ministro Michel Rocard anunció el final de la política de austeridad y predijo que, en adelante, el crecimiento se apoyaría en un nuevo ciclo inversor, ayudado por las exportaciones. Las inversiones realizadas han sido muy limitadas, y, apenas agotadas las ventajas comparativas de precios, las exportaciones sufrirán un retroceso. El problema es que las mismas fuentes de saneamiento -los costes laborales, esencialmente- de la economía y de las empresas se convierten, asimismo, en la barrera para recomenzar el ciclo de negocios, con un aumento considerable de la producción y de su demanda correspondiente.
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