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Adiós a Lemmy Caution

El actor Eddie Constantine fallece en Alemania a los 75 años

Eddie Constantine-Lemmy Caution había nacido sin saberlo para protagonista de programas dobles en los cines de barrio de la posguerra. De cualquier posguerra, la española entre nosotros, la mundial en cualquiera de sus dos patrias: la norteamericana por su nacimiento en Los Ángeles la francesa de adopción porque en este país se convirtió en cantante y estrella de un género tan ramplón como entrañable, o en Alemania, su lugar de residencia, donde falleció el pasado jueves en la localidad de Wiesbaden a los 75 años.Sus puñetazos sabían a maní, a palomita, a modesto refrigerio abonado con unas calderillas en las salas cinematográficas de los años cuarenta. Había algo indefinidamente cutre en su personaje, el del detective Lemmy Caution, que no anticipaba a James Bond ni recordaba a Alan Ladd. Su versión de la serie negra era la de un cine francés que quería imitar a Hollywood, pero que, inevitablemente, dejaba, asomar una boina cazurra tras de la oreja.

Eddie Constantine, que había sido prohijado en Francia por esa gran parada y fonda del arte que fue Edith Piaff, tuvo, sin embargo, la capacidad del desdoblamiento, de la risa apenas dismimulada, de sí mismo. Lo suyo era el cartónpiedra, pero nadie podía llamarse a engaño.

Él fue quien por todo ello hubo de interpretar la más graciosa de las supercherías con el filme de Pierre Grimblat (1960) Me faire ça a moi en el que se remedaba a sí mismo y de paso se burlaba amablemente de toda la nouvelle vague francesa, con una atención especial a ese monumento del delirio cultista que fue El año pasado en Marienbad.

Hubo también otro Constantine, póstumo de sí mismo, que se prestó a Jean-Luc Godard cuando éste quiso recrear en 1965 un mundo futuro en Alphaville. En el filme, el actor fue también, probablemente en contra de los deseos del director, un detective galáctico con olor a la freiduría de churros del cine de la esquina.

El actor aún se sobrevivió longevamente, y en su filmografía aparecen películas de los setenta y los ochenta, pero Constantine había muerto a la generalización del color cuando los detectives del cine americano cambiaron la mortaja del blanco y negro por las noches de la ciudad y la iluminación penumbrosa. Constantine marcó una época en la que el cine era la mesa camilla de un invierno calentado por las toses del vecino. La gran industria no se había hecho para un remedo providencial que llegó al cine francés con acento de California, un par de garabatos de pirata en la mejilla y un encanto de cabaré canalla sito entre Pigalle y el limbo.

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