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Chinos capitalistas con carné de comunistas

El gigante asiático libera la economía pero mantiene un férreo control sobre sus gentes

Juan Jesús Aznárez

Progresa en China el contingente de capitalistas con carné del Partido Comunista Chino (PCCh), cerca de 23 millones, y otros tantos amontonándose en las ventanillas de expedición. Los últimos acontecimientos refuerzan la tesis de quienes adivinaron en el comunismo del gigante asiático más un sistema de gobierno o de organización nacional que una referencia ideológica. Es innegable el espectacular desarrollo del inmenso país liderado por un revolucionario en el ocaso de su vida, Deng Xiaoping. La discrepancia política, sin embargo, no tiene cabida.

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En este frenético proceso hacia la prosperidad, que el Gobierno chino intenta limitar embridando a los nuevos empresarios y legislando sobre la marcha, comienzan a observarse preocupantes desajustes.A pesar del recalentamiento económico no pueden dar marcha atrás porque de hacerlo se desencadenarían 30 Tiananmen", advirtió un diplomático comunitario, refiriéndose a los disturbios estudiantiles de junio de 1989 que acabaron en un baño de sangre.

Pekín sorprende después de tres meses de ausencia. Puestos callejeros que en octubre ofrecían toneladas de naranjas ahora anuncian langostinos congelados. Los ahorros amontonados debajo del colchón cuando los banqueros del PCCh atribuían al dinero propiedades envilecedoras se gastan ahora confiadamente en grandes y modernos almacenes con inversión extranjera.

El capitalismo experimenta en la misma Tiananmen, donde se encuentra enclavado el mausoleo de Mao Zedong, abanderado de los estímulos morales, y alarma a una militancia que recela de la bondadosa entelequia oficial: socialismo con características chinas. "Hacer negocios de cualquier tipo junto al panteón de Mao es totalmente irresponsable", protesta Liu Mingyuan, profesor de marxismo en la Universidad del Pueblo. La irrupción en China de miles de rusos en busca de empleo fortalece el inmovilismo. Los mensajeros de la democracia moscovita, médicos sin trabajo e investigadores sin laboratorio, jóvenes prostitutas, pilotos y azafatas en paro, son estos días los mejores aliados de la reacción comunista. "Es increíble observar cómo los aviones de Aeroflot despegan con dificultades por el sobrepeso de los artículos comprados aquí para revenderlos", comenta un español con 17 años de residencia en Pekín.

Exito económico

El legado en vida de Deng Xiaoping, quien en la comparecencia televisiva de enero atemperó sus anteriores llamamientos al enriquecimienzo a calzón quitado, conduce claramente hacia un país autoritario donde las libertades se subordinan al éxito económico y el absolutismo.La reciente excarcelación de disidentes para complacer al nuevo presidente norteamericano, Bill Clinton, es puramente circunstancial en este país dictatorial que libera los precios pero no las ideas, que levanta los controles sobre las empresas pero no sobre sus ciudadanos. Es la versión asiática del progreso que han ensayado con éxito en el último cuarto de siglo Singapur, Taiwan y Corea del Sur. Son naciones con una historia de sometimiento feudal al emperador y de docilidad a los primeros ministros. El modelo puede no gustar a las democracias occidentales por las mismas razones por las que es aceptado en Asia. Sin embargo, funciona. Y en China, todavía con graves bolsas de pobreza y un desafío colosal por delante, ha facilitado un crecimiento del 12% en 1992. En la provincia de Guangdong, frente por frente con Hong Kong, con un área de influencia económica sobre 110 millones de personas, el aumento del producto interior bruto se disparó hasta el 25%, el mayor del mundo. La mayoría disfruta de una vida mejor, pero más de dos millones de chinos, braceros llegados del campo, viven casi en la miseria. Esperan un andamio a las órdenes de inversores extranjeros y compatriotas que escamotean ingresos e impuestos a las arcas centrales del partido en su intento por ser "el quinto dragón" asiático, con Hong Kong, Corea del Sur, Taiwan y Singapur.

Ante este crecimiento, el Gobierno ha decidido limitar a nueve puntos el aumento del PIB para acabar con el desmadre en el sector de la construcción, uno de los principales causantes de la actual tendencia inflacionaria, que en las ciudades se acerca al 15%.

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