Un refugio convertido en trampa mortal
Un periodista narra cómo se salvó de milagro del bombardeo del hotel Al Rashid, en Bagdad
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Nunca imaginé que la elección de hotel podría suponer riesgo alguno. Al llegar a Bagdad procedente de Ammán, el domingo a mediodía, intenté lo imposible: una habitación en el Al Rashid. Los más de 200 periodistas extranjeros acreditados en Irak y los miembros de una denominada conferencia islámica -un instrumento más de adhesión y propaganda al régimen- habían copado las reservas. Amira, la recepcionista asiria muerta en el ataque, fue una de las tres que obró el milagro: "Tenemos una que se acaba de quedar libre", me dijeron. "¡Estupendo!", exclamé. La 437, la mía, estaba orientada hacia la procedencia del misil. Al regresar en la madrugada, horas después del ataque, pensaba en el estado en que se podrían encontrar mis pertenencias, mientras pisaba cristales astillados, cables quemados, surcos de agua y maderas destrozadas. Subimos a oscuras, casi a tientas, por las escaleras, en compañía de un policía y de un mozo. Los efectos devastadores de la explosión habían alcanzado a casi toda la planta cuarta. El pasillo era un infierno, pero sus extremos estaban intactos. La 437 era la primera de las que habían sobrevivido al misil. Fue una cuestión de suerte no estar dentro.Cuando comenzó el ataque el pasado domingo, los periodistas televisivos dijeron con voz engolada: "El sitio más seguro ahora es, sin duda, el hotel Al Rashid". Se equivocaron por completo. Lo que fue un refugio, casi un salvoconducto., para los medios de comunicación durante los casi dos meses de guerra del Golfo, se convirtió el domingo, de forma inesperada, en una trampa mortal. La cámara de la CNN instalada en el piso 10 recogió con nitidez el impacto de un misil crucero. La camarógrafa Tracy Fleming resultó levemente herida. "Perdí el sentido de todo", comentó. "Ha sido una experiencia desagradable". En la cinta que ella grabó se distingue con claridad el sonido del paso de dos misiles, instantes antes del impacto del tercero. El proyectil cayó a pocos metros de la estructura del edificio, cerca del aparcamiento de coches. Si en vez de hincar el morro en el suelo, en busca aparentemente del refugio antiaéreo más fiable de Bagdad, hubiera seguido recto un poco más, Al Rashid sería el título de una tragedia.
"Ha sido un verdadero milagro que no hayan ocurrido más desgracias", dijo un testigo en la noche del ataque. El balance oficial es de dos muertos y una treintena de heridos, entre ellos algunos amigos: Mark Rafael, un mozo cristiano del sur de Sudán enamorado de España, y la mujer del télex, ésa que minutos antes del ataque me decía con una sonrisa: "Estamos incomunicados, las líneas están cortadas, incluso con Ammán". Los dos están ahora en el hospital con heridas en la cabeza y en la, cara.
El hotel Al Rashid es el mejor de Irak. Su impresionante vestíbulo de mármoles blancos está siempre repleto de exposiciones de alfombras y de artesanía popular, de butacas y sofás, donde a cualquier hora del día se sientan pacientemente decenas de taxistas preparados para iniciar la caza del dólar -el único norteamericano con buenos amigos en la zona- y hacerse con los servicios de cualquier periodista extranjero. Para convencer al potencial cliente le recitan el currículo: "Yo trabajé con Peter Arnet". Ellos son las víctimas del ataque norteamericano.
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