Una isla latina
Problemas en la economía rumana por el embargo contra Serbia
Un vistazo al mapa europeo y al lugar que ocupa Rumania permite hacerse cargo de la situación. Bulgaria, Macedonia, Serbia (Voivodina), Hungría, Ucrania y Moldavia tienen frontera con el país, que se convierte en el eje de una difícil encrucijada de conflictos. Desde la CE se han alzado algunas voces acusando al Gobierno rumano de no respetar el embargo contra Serbia. Los rumanos lo niegan. No sólo estas razones funcionan: la economía rumana ha sufrido importantes problemas con la puesta en vigor del embargo.
Una de las mayores empresas del país, la planta química Solventul, una joint venture (negocio conjunto) instalada en Timisoara, dependiente del etileno y, el propileno de Voivodina, tuvo que cerrar gran parte de sus instalaciones. Los rumanos pretendieron en vano que quedara excluida del embargo, así como la planta transformadora de carne Corritim y los proyectos hidroeléctricos Iron Gates I y II. En los puertos del Danubio, los rumanos consideran que se han perdido 10.000 empleos a consecuencia del embargo. Para fin de año, sólo en lo que se refiere al transporte, el Ministerio de Transportes calcula unas pérdidas de 200 millones de dólares (más de 22.000 millones de pesetas). Las fronteras, además, se han colapsado al desviarse el tráfico terrestre que antes pasaba por la antigua Yugoslavia al corredor búlgaro-rumano. Los medios informativos hablan de la "criminalización de la frontera rumana", por donde ahora se canaliza el tráfico de armas y de drogas con Oriente Próximo.Según las autoridades rumanas, en todo caso, la burla del bloqueo se produce sobre todo por la imposibilidad legal de controlar el tráfico naval por el Danubio.
En conversación relajada, el ministro de Asuntos Exteriores dice que Rumania está dispuesta a ejercer un papel mediador para resolver el conflicto. Recuerda que Serbia ha sido siempre un aliado natural y recuerda también el peligro que la desmembración de Yugoslavia supone para la zona: hay quienes pretenden beneficiarse de este clima.
La referencia está clara: el conflicto latente en Transilvania, una región que ha sido foco secular de disputa entre Hungría y Rumania y donde conviven la mayoría rumana y más de millón y medio de húngaros que han conservado su lengua y sus costumbres. Ceausescu concibió para Transilvania un auténtico plan de exterminio que consistía en hacer desaparecer todos sus núcleos urbanos para ordenar una supuesta racionalización de las actividades agrarias. Afortunadamente, su plan no llegó a ejecutarse. La llegada de la democracia a Rumania no ha conseguido aún eliminar las viejas tensiones.
El candidato derrotado a la presidencia por el FSN, Trajano Dragomir, coincide casi punto por punto con los argumentos oficiales: desde círculos de Budapest (fórmula que evita la acusación directa al Gobierno húngaro) se promueve la tensión en Transilvania con Intenciones separatistas. Las autoridades rumanas se refieren con frecuencia a una tendencia europea afederalizar los países constituidos en 1918, después de la I Guerra Mundial.
La reclamación de una vuelta de MoldavIa al interior de la Gran Rumania no es exclusiva de los radicales. Illescu dice con naturalidad que Moldavia se unirá a Rumania, como lo dice la oposición, aunque desde ninguna instancia oficial se pretende conseguir el objetivo con excesivas prisas. Hay un evidente alivio por el parón que sufrió la escalada bélica provocada por el intento de partir el territorio por parte de la minoría de origen ruso. El Gobierno rumano supo contener los nervios en este caso, y declinó la posibilidad de intervenir militarmente en la zona.
Moldavia es la única de las antiguas repúblicas de la URSS cuya nacionalidad se corresponde con un Estado soberano y organizado exterior a la propia URSS. Nadie piensa que el devenir de los acontecimientos se desvíe de una reunificación, sea cual sea la fórmula que acabe imponiéndose. Desde la oposición moldava se solicita la simple integración. Desde el Gobierno del presidente Mircea Snegur se piensa más en una confederación de dos Estados soberanos.
En todo caso, la suma de conflictos que integran problemas nacionales es lo que representa el mayor peligro, no la solución de cada uno de ellos. Nadie piensa que Transilvania, con una sólida pero minoritaria presencia húngara, pueda ser secuestrada de la soberanía rumana. Pero la ausencia de claras ideologías integradoras deja al nacionlaismo como la más ventajosa y rentable de las opciones políticas. Un nacionalismo populista, como el que ha surgido en Eslovaquia, que tiene el campo abonado gracias a la crisis económica y la necesidad consiguiente de medidas de austeridad y de brutales cambios sociales. La llegada de las inversiones extranjeras con cuentagotas y lo que en Rumania se considera como una incomprensión occidental de su democracia pueden ser elementos que conduzcan la situación en dirección peligrosa.
Sin alternativa
Como en el caso de Checoslovaquia, Hungría o Polonia, en Rumania no hay ninguna posibilidad de vuelta atrás. La única alternativa posible a la economía de mercado es la economía de mercado, aunque a eso caben matizaciones muy duras. La dictadura de Ceausescu no puede ser revivida, pero si la democracia se desestabiliza no es inimaginable la opción autoritaria disfrazada de cualquier clase de irredentismo nacionalpopulista.A ese tipo de ideología pertenecen las críticas que recibe la política de lliescu cuando es acusado de vender Rumania a la Comunidad Europea. Iliescu lo sabe y responde que no se trata de una colonización, pero que no hay otra salida que la que logre interesar a los posibles socios extranjeros.
A lliescu ya no le valen los apoyos conseguidos contra Petre Roman el pasado año. Los sindicatos rumanos han roto ya su alianza con el poder. Aunque, eso sí, se trata de sindicatos que sólo tienen la fuerza de los derrotados, que se agrupan en las grandes industrias que acabarán por ser desmanteladas. Unos sindicatos capaces de evitar que se eliminen las subvenciones al combustible, y posiblemente capaces de provocar disturbios de envergadura, pero incapaces de armar una alternativa a la política del Gobierno.
Una política que, por otra parte, se enfrenta al problema con cierta cautela. Mihay Popa, del Ministerio de Finanzas, así lo reconoce: "No podemos aplicar una salida de libro cuando nuestro pueblo se muere de hambre". Y es que las recetas del FMI, en un país donde no existe una capacidad fiscal, no son de fácil puesta en vigor.
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