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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Panorama electoral

LOS SOCIALISTAS se darían con un canto en los dientes si se cumpliera el pronóstico de esa encuesta calificada de apócrifa y que les concede el 37% de los votos 3, una diferencia de 40 escaños respecto a su inmediato seguidor. Si redondeamos un poco las cifras, el PSOE ha ido perdiendo cuatro puntos porcentuales (en torno a un millón de votos) en cada una de las sucesivas consultas generales posteriores a su victoria de 1982. Entonces recibió 10 millones de votos, el 48% de los emitidos. En 1986 fueron casi nueve millones y en tomo al 44% ; en 1989, ocho millones y algo menos del 40%. Siguiendo esa pauta, ahora le correspondería el 36% y siete millones. No es poca cosa: la cota máxima de UCD fue de 6,3 millones y el 35%. A los comentarios periodísticos sobre ese pronóstico apócrifo, el candidato González ha respondido subiendo la apuesta: está dispuesto a luchar por una nueva. mayoría absoluta, porque eso es lo que conviene a España. Hay argumentos teóricos a favor de Gobiernos de mayoría -no sometidos a exigencias de aliados inseguros-, pero se admitirá que, al pronunciarse como lo ha hecho, González es juez y parte: es seguro que para él y su partido sería mejor conservar la mayoría absoluta. Pero no parece que la opinión de los ciudadanos vaya por ahí en estos momentos.

E incluso es posible (aunque indemostrable) que haya ciudadanos dispuestos a votar al PSOE únicamente si se les garantiza que ese partido no repetirá mayoría absoluta por cuarta vez. Es lo que se deduce de la existencia de un considerable porcentaje de antiguos votantes socialistas que ahora dudan entre repetir su voto o abstenerse. El ascenso del PP que recogen los sondeos desde hace un año podría explicarse sin que intervenga un trasvase significativo de votos procedentes del PSOE: la evaporación del centro ex suarista bastaría para explicar ese ascenso.

Pero ese mismo hundimiento del CDS convierte en opciones contiguas a las representadas por González y Aznar (excepto allí donde existen fuerzas nacionalistas o regionalistas con fuerte implantación). Ello podría favorecer en el futuro un trasvase directo de votos desencantados del PSOE a favor del PP. Pero tal cosa no ocurrirá seguramente hasta después de las elecciones de este año: los expertos aseguran que en los sistemas proporcionales, y excepto en situaciones límite, el tránsito de votos de un partido al percibido como su contrincante no se efectúa directamente, sino tras una pasada por la abstención.

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La situación actual del PSOE, aun siendo de retroceso continuado, no ha llegado todavía a ese punto en el que parecen encontrarse ahora los socialistas franceses (y aquí, la UCD a comienzos de los ochenta), caracterizada porque cualquier cosa que hagan (o dejen de hacer) les perjudica. Pero tal situación puede llegar si la opinión pública percibiera una actitud de pasividad, de falta de iniciativa, combinada con el pesimismo económico y la irritación contra los políticos que caracterizan el panorama actual. Entretanto, la perspectiva de la pérdida de la mayoría absoluta ha abierto el debate, dentro y fuera del PSOE, sobre la política de alianzas y posibles fórmulas de Gobierno de coalición. González afirmó el otro día que no entraría en una subasta por ganarse el apoyo de los nacionalistas. Es una declaración importante, pues de ella cabe deducir que si el PP resultase ser la minoría mayoritaria, el PSOE renunciaría a ganarle por la mano mediante un acuerdo con los partidos de Pujol y Arzalluz.

La hipótesis de un Gobierno de coalición con los nacionalistas se ha manejado como la más probable en virtud de la aritmética electoral. Antes de que ésta se vea confirmada por las urnas conviene dejar sentado que este posible pacto debería fundarse sobre una corresponsabilidad en la Administración del Estado, y no sobre un mercadeo para lograr un trato de favor para determinados territorios. El eventual fracaso de una coalición de esta naturaleza puede entrañar el riesgo de que el socio nacionalista lo interprete como el fracaso de la política de colaboración con España y la ruptura con el Estado. De ahí que tampoco deban desecharse otras opciones; entre ellas, la de un Gobierno de minoría como lo fueron los de UCD: con pactos variables para cada asunto.

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