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Reportaje:

Réquiem por un pueblo

Los alemanes de la Transilvania rumana, al borde de la desaparición

La enorme lechuza parecía gozar la tranquilidad de la iglesia alemana medieval de Agirbiciu, en el corazón de Transilvania. Al oír el ruido seco del cerrojo y el crujido de la pesada puerta miró brevemente a los intrusos y levantó el vuelo a través de la nave gótica hasta posarse junto a la estrella dorada que corona el altar neoclásico. Conoce bien a uno de los recién llegados, al viejo y flaco Hartmann, con sus dos únicos dientes bajo el labio superior, su sombrerito de fieltro verde, sus botas de plástico Y su puntualidad germana en acudir al mediodía y al ocaso, para subir hasta la vieja torre y hacer sonar las campanas.

ENVIADO ESPECIAL

Hartmann es ya la única persona que acude diariamente a esta iglesia, desde hace más de 500 años punto de encuentro y frecuente refugio de. los alemanes durante invasiones y asedios. Con su muralla anular, la iglesia-fortaleza de Argibiciu, como decenas más en toda Transilvania, son el testimonio de la presencia, en esta región limítrofe entre Centroeuropa y los Balcanes, de la cultura alemana del Cárpato por cuya muerte anunciada doblan diariamente la s campanas del viejo Hartmann.Argibiciu se llamaba Argeben. Seiscientas familias de sajones han vivido aquí desde poco después de que la invasión de los tártaros en 1242 diezmara la escasa población de szekelys -una tribu húngara- y de los primeros colonizadores alemanes traídos por el rey húngaro Geza. "Hoy quedamos 65 alemanes vivos y uno muerto que habré de enterrar mañana", dice con resignada sonrisa el párroco de esta comunidad evangélica, Klaus Binder.

Él, como todos los poco más de 30.000 alemanes que quedan, en Transilvania hoy, sabe que ha llegado la hora final de la cultura sajona en esta región de Rumania. No puede ya siquiera entristecerse por lo que considera un hecho consumado. Tres de sus cinco hijos han emigrado ya a Alemania y el cuarto, que será pastor como él, tiene ya su pasaporte listo y las maletas hechas. Binder y su mujer quedarán en Argibiciu con el pequeño Robert de cinco años "hasta ya se verá cuando", dice.

700 años agitados

Cerca de medio millón de alemanes vivían en Rumania cuando se creó el Estado en 1918, concentrados en Transilvania y en el Banato. Habían sobrevivido 700 agitados años, con asaltos tártaros, incursiones turcas, invasión y ocupación del imperio otomano y la convulsa vida de frontera militar entre los imperios austrohúngaro y turco. Después, en 1945, vendría la deportación y liquidación de muchos de ellos por luchar en favor de la Alemania hitleriana, como habían hecho los propios rumanos hasta pocos meses antes.Pero el final ha llegado con los 40 años de comunismo, la miseria bajo Nicolae Ceausescu y, finalmente, el derrocamiento del dictador y la consiguiente libertad para viajar, unida a la fascinación por ese paraíso de la abundancia que se les antoja que es Alemania, tan distinta a la vida en una Rumania que ven condenada al oscurantismo y la penuria.

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"La revolución (diciembre de 1989) fue como la ruptura de una presa, ahora ya sólo quedamos unos pocos y tristes charcos. En este pueblo quedan dos jóvenes y tres niños. Todos tienen ya fecha de partida", dice Binder. Ya sólo celebra misa los domingos. "A otras aldeas ya no voy más que en Navidades, Pascua y Pentecostés". En algunos había mas de 800 alemanes en diciembre de 1989. Hoy quedan cinco o seis familias.

Hermannstadt, la actual Sibiu, cuenta ya con menos de 5.600 alemanes entre sus 180.000 habitantes. En 1919, aún eran el 60% de los entonces 34.000 pobladores, frente a unos 6.000 rumanos, 4.000 húngaros, unos 500 gitanos, y una pequeña comunidad judía. A mediados del siglo pasado sólo vivían alemanes y judíos en el recinto amurallado de Hermannstadt.

Hoy, Sibiu, cuenta aún con un semanario alemán, Hermannstaedter Zeitung, pero gran parte de los 2.000 ejemplares se envían a Alemania y Austria. Beatrice Ungar, uno de sus cuatro redactores, corrige las pruebas montadas por linotipistas que no hablan alemán. "Es difícil quitarles todas las erratas".

Complejo químico

En Argibiciu, el campanero Hartmann, después de recitar orgulloso el poema La campana de Breslau y recordar alguna estrofa de la campana de Friedrich Schiller, señala desde la torre las chimeneas a lo lejos de un complejo químico que convirtió la ciudad medieval de Copsa Mica -en alemán Klein Kopisch-, en un infierno industrial del estalinismo."Al principio la fábrica se llamaba Beria, por aquel ruso, ya saben. Era muy sucia, pero allí se ganaba dinero. Vinieron rumanos y muchos gitanos". Los alemanes, pioneros en el comercio, la organización social y la artesanía en la región, abandonan el territorio. "Aquí somos ya objeto de museo", dice el párroco.

Las casas de los alemanes que emigran quedan en manos de los gitanos, que ya son mayoría absoluta en el pueblo. Esto ha incrementado las tensiones étnicas, no ya con los pocos alemanes que sólo piensan en irse, sino con los rumanos que no tienen donde ir. "Este pueblo ya es gitano. Los gitanos no se asimilan. Son los rumanos los que se asimilan a la vida de los gitanos", dice otro alemán cuya familia ya le espera en Alemania. Tan sólo el viejo y desdentado Hartmann se muestra inmutable. "Las ratas abandonan el barco y los sajones también. Yo sigo aquí", dice, decidido a hablar con la lechuza y tocar las campanas de la orgullosa iglesia-fortaleza de su Argeben local incluso cuando no quede ningún alemán para oirlas.

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