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Reportaje:

Ser padres a los cuarenta

Tener un hijo se ha convertido en un deseo unido a la estabilidad emocional y profesional

Echar raíces cuando se ha encontrado una estabilidad con la pareja, o tener un lazo más sustancial con la vida. Ni a ellas ni a ellos les resulta fácil explicar por qué deciden tener un hijo cuando durante años el trabajo, viajar o el sentimiento de la propia independencia fueron lo primero. Muchos lo veían con miedo o como un impedimento. Otros no encontraron ni el momento ni a la persona adecuada. Son padres con más de 35 o 40 años, y sus hijos tendrán la edad que podrían tener sus nietos cuando alcancen la mayoría de edad. Pero este salto generacional no les preocupa demasiado. "Lo importante es el apoyo y la serenidad que recibe un hijo y no la edad que tienen los padres", afirman.

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"Para mí, ahora, el nacimiento de mi hijo es como la toma del Palacio de Invierno". Así, entre risas, trata L. D., sociólogo, de definir lo que supone para él convertirse en padre, a los 48 años, dentro de pocos meses. Aunque ya tiene una hija de 22 años, de un anterior matrimonio, no duda en afirmar que esta segunda paternidad es muy diferente de la primera, y que la está viviendo con "verdadero deseo".L. D. habla, en su caso, de un cambio de mentalidad que le ha llevado a una nueva valoración de la intimidad. "Yo pertenezco a esa generación que, podríamos llamar del Mayo del 68", explica. "Una generación que vivía pendiente de la política y que veía todo lo doméstico como un engaño", afirma. "Yo creo que se ha producido un cambio de mentalidad, en general, entre ciertos profesionales liberales, en la relación con los hijos. Hay como una sensación colectiva de vuelta a lo íntimo, una nueva cultura de la privacidad", añade.

Su pareja, una prestigiosa profesional de 34 años, que prefiere no ser identificada, pertenece, en cambio, a una generación menos marcada por la necesidad de liberarse de los estereotipos de la familia tradicional, pero que, en el caso de las mujeres, supedita la maternidad a la consecución de otras metas. Para ella, embarazada de su primer hijo, lo fundamental era consolidar su carrerá y su estabilidad personal, antes de pensar en ser madre. "Me agobiaba bastante la idea de tener un hijo", confiesa. "Ahora no es que haya superado la ilusión por la libertad, pero sí es cierto que ha cambiado en mí la necesidad de desarrollar esa ternura en mi vida", explica. "Pero, está claro que sólo me he decidido cuando he tenido todas las cartas en la mano, profesional y emocionalmente", asegura.

Esa es la pregunta que se hacen ahora muchas mujeres sin hijos que se acercan a los 40 años: "¿Y por qué tendría que renunciar? ¿Por qué no voy a ser madre?". Para ellos, la decisión viene, en ocasiones, marcada por el deseo de su pareja.

Evolución vital

La madurez da a muchas parejas la ocasión de recuperar el tiempo que no pudieron dedicar a sus hi,jos veinteañeros. "Yo creo que esto, más que un cambio de mentalidad, es una cuestión de evolución vital, y, no tiene nada que ver con ser más o menos progre", asegura un padre feliz en los cuarenta, para el cual su hijo es ahora el centro de su vida, después de años absorbido por el trabajo."Sin un hijo, mi vida no hubiera estado vacía, pero yo, a pesar de todo, no quería renunciar a esa opción", explica M. S., funcionaria experta en política internacional y madre a los 37 años de un bebé de cinco meses. "De alguna forma, tienes que optar y hacer malabarismos si quieres disfrutar de tu hijo y seguir con tus ambiciones", continúa. "Pero el tiempo pasa y un día te dices: o ahora o nunca". "La gente dice que un hijo te cambia la vida, que no tienes la independencia de antes, pero a mí eso me da igual. Es precisamente lo que hice con 20 años. Lo que verdaderamente marca el cambio y a veces da un, poco de miedo es pensar que hay alguien que depende absolutamente de ti", afirma.

Su marido, empresario de 42 años, padre de dos chicos de 20 y 10 de un anterior matrimonio, confiesa entre bromas que al principio vivió con cierta pereza la idea de ser padre de nuevo, y que su bebé es casi mas como un nieto, algo que no deja de tener sus ventajas. "Cuando eres más joven, tienes ganas de hacer cosas para ti mismo, y un hijo lo llegas a ver como un impedimento. Ahora le dedicas todo tu tiempo libre con gusto", asegura.

La diferencia de edad, sin embargo, sí que preocupa a su mujer. "Yo tendré casi 60 años cuando mi hijo tenga, 20. Creo que podremos entendernos, pero a veces me pregunto si tendré la energía suficiente", explica. El mismo temor asalta a veces a Juan Gordo, especialista en electrónica, de 49 años, padre de Jimmy, de seis, y de tres chicas de un primer matrimonio, y abuelo por segunda vez dentro de pocos meses. "Yo me siento mucho más padre que abuelo. Ser padre cuarentón no deja tiempo para envejecer", afirma.

Pero Juan, huérfano de padre desde muy niño, fue criado por su abuelo y recuerda la pena que le causaba verle perder poco a poco su energía: "Yo considero que los hijos no tienen por qué ocuparse de los padres cuando éstos envejecen, pero me preocupa que mi hijo sufra si me ve envejecer pronto", explica.

Dedicación exclusiva

Jimmy fue el primer hijo de su mujer, Susan Garden, una inglesa afincada en España desde hace 17 años. Con la experiencia de sus paternidades anteriores, Juan asegura que se siente más tolerante y con más autocontrol para dejar mayor libertad a su hijo.Susan, por el contrario, que confiesa sentir cierto vacío al haber dejado de trabajar, teme transmitir a su hijo su ansiedad y estar demasiado encima de él. "Para mí, el principal problema de tener un hijo tarde es no poder tener más y que él sea único", afirma. La llegada de su hijo también la separó un poco de su círculo habitual de amigas, todas ellas con hijos más mayores.

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