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La violación, el gran delito político

Cuando las guerras, los saqueos y las violaciones nos enfrentan diariamente a un terror como el que sentimos en estos momentos por las noticias que nos vienen de la guerra civil en la antigua Yugoslavia, no se trata de decir que las mujeres nos horrorizamos de la violencia porque nosotras somos dulces y pacíficas. Más bien al contrario, después de saber hasta qué punto los delitos contra la población civil, y particularmente contra las mujeres y los niños, han sido desmesurados, nuestra violencia clama por destruir a su vez, por arrasar con todo lo que ha sido causa de tanta desgracia."En lo que concierne a las cosas humanas -decía Spinoza-, no reír, ni llorar, ni indignarse, sino comprender". Comprender, sin embargo, no debe pensarse como lo opuesto a burlarse, lamentarse o renegar, sino justamente como el resultado de todos esos impulsos a la vez, el punto en el que la fuerza de los sentimientos contra un objeto se convierte en el deseo activo de comprenderlo. Nos gustaría entender cómo es posible que, en la guerra que se desarrolla tan cerca de nuestras casas, gentes que han convivido durante muchos años son capaces de cometer atrocidades los unos con los otros; nos gustaría entender cómo se, puede atentar contra el vecino al que se conoce de siempre, cómo puede haber tantas mujeres que han sido violadas, tantos niños asesinados. Sin olvidar este conjunto de hechos, es cierto que lo que nos empuja a tomar la palabra es el impacto que nos ha producido la cantidad de mujeres violadas en Bosnia.

Pero ¿qué es violar a una mujer? Necesariamente tenemos que hablar de violar a una mujer, porque ésa es la única forma posible del enunciado para que sea simplemente pensable (una mujer no viola a un hombre, y si bien un hombre puede violar a otro, lo hará tras la vejación que supone considerarlo mujer). La violación es el gran delito político contra las mujeres, y no constituye un hecho aislado, sino que es el resultado de nuestra configuración cultural. En primer lugar, las mujeres somos la mitad de la población a la que se nos exige de una cierta manera que seamos adultas, que tomemos a nuestro cargo el cuidado de nuestros cuerpos y de nuestras vidas, y ello como condición para hacemos cargo de los demás; en segundo lugar, las mujeres somos cuerpo-presa del cazador-varón, somos cuerpos para ver, tocar, comparar y capturar; y en tercer lugar, de la conjunción de los dos puntos anteriores se deduce nuestra disponibilidad, esto es, que seamos una realidad siempre dominada por el deseo de otros. Lo que los hombres no han hecho ningún esfuerzo por entender es la continuidad que existe entre lo que tienen por costumbre ver y hacer todos los días y la brutalidad de una violación, no quieren entender cómo se anuncia ya la injusticia cuando a una mujer joven, educada como un varón, se le supone que tiene que cuidar, alimentar y atender a otros cuerpos además del suyo, mientras que a un varón no sólo no se le pide nada de todo lo anterior, sino que además tiene a su alrededor una posibilidad casi inagotable de cuerpos disponibles donde elegir aquel que en un momento determinado necesite.

Esa determinación de los varones a cerrar los ojos ante lo que los configura encierra el peligro de la conciencia tranquila, de la vanidad autosatisfecha. La voluptuosidad de la violación -dijo Simone Weil- reside en que constituye una ampliación imaginaria de los límites de la voluntad humana, constreñida de suyo por la resistencia de la materia y la existencia de otros seres humanos; esa voluptuosidad se muestra abiertamente en las guerras, como la que se desarrolla actualmente en Bosnia, puesto que en tiempos de grandes conmociones los límites parecen desaparecer; pero hay también un cierto grado de voluptuosidad en la experiencia cotidiana de los varones en tiempos de paz. En efecto, las mujeres ofrecemos a los hombres, junto con el café con leche de las mañanas, el espejo en el que reconocer su identidad, un espejo que les reenvía la imagen de ser aquellos que pueden disponer del cuerpo de otros.

¿Equiparación con los hombres, dicen algunos? Estamos esperando que los hombres se avergüencen de sus miserias cotidianas, que vean con horror las violaciones y la destrucción a que les ha llevado su vanidad. Mientras tanto, cansadas como estamos de mostrarnos como víctimas, enseñaremos a nuestras hijas la grandeza de una vida que no se apoya en la negación de otras. Queremos confiar en nuestra furia para que nos lleve hasta la comprensión de lo que pasa en el mundo, pero queremos decir bien alto que nuestra comprensión es ya una toma de partido.

es filósofa. Suscriben este artículo

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