Punto final
El Catecismo de la Iglesia católica es un punto final al proceso de restauración del lenguaje que se ha producido en la Iglesia católica romana después del Concilio Vaticano II. El Concilio de Trento se cerró con un catecismo. que ha guiado a la Iglesia durante cuatro siglos. ¿Era todavía válido aquel catecismo? Puesto que el concilio de Pablo VI volvió a expresar en un lenguaje distinto la tradición de la Iglesia, parecía inevitable que también se reformara el lenguaje con el que esta tradición se hacía llegar a los fieles. Pero ¿tenía que ser otra vez un catecismo romano el que expresara el lenguaje de la fe? El concilio estableció que el elemento principal en el anuncio del Evangelio era la Iglesia local: era lógico, por tanto, el principio de que se legitimara a las Iglesias locales para que formularan el nuevo lenguaje de la fe. Las Iglesias locales estaban inscritas dentro de un contexto histórico, formaban parte de distintas culturas. En el ordenamiento posconciliar se hacía un llamamiento a cada cultura para que expusiera su aportación a la formulación de la fe. Eso había ocurrido antiguamente, en el mundo griego, en el latino, en el sirio, en el caldeo-persa: ¿no era justo que, en un mundo materialmente unificado dentro de su diversidad, fuesen precisamente todas las lenguas y todas las culturas la meta de la evangelización? Por último, el Pentecostés era el acontecimiento con el que todas las lenguas habían manifestado el anuncio de la resurrección de Cristo. La legislación posconciliar permitió a las conferencias episcopales, organizadas de acuerdo con las particiones territoriales de los Estados, llevar a cabo esta labor; se les facultó para reinterpretar tanto la liturgia como la catequesis.El Catecismo de la Iglesia católica, ya en su título, dice que la idea del catecismo de las Iglesias locales ha fracasado. Se sustentaba en una tesis que se ha revelado errónea: es decir, que el mensaje cristiano podía separarse del lenguaje en que era expresado (hebrero, griego y latín). La historia del lenguaje no se podía separar del lenguaje. El cristianismo es esencialmente una particularidad: la idea de que fuera un pensamiento translingüístico, que puede transmitirse como si no estuviera encarnado en un lenguaje, ha resultado ser ilusoria. Hay una filosofía incorporada al lenguaje cristiano que se ha vuelto consustancial al mismo. Y hay universos religiosos que tienen también su propio lenguaje, que es inseparable de ellos y del que el cristianismo no puede apropiarse. Se puede traducir la Biblia y también a santo Tomás a todas las lenguas, pero siempre será necesario, como en toda traducción de una herencia cultural ajena, reinventar palabras y sentidos, hasta llegar a reproducir de una manera distinta esa unidad indestructible que el cristianismo ha establecido con sus lenguas originarias. El cristianismo no es pensamiento que esté más allá del lenguaje, sino una cultura particular y un lenguaje concreto.
En otras palabras, el Catecismo de la Iglesia católica, dejando a un lado sus intenciones, nos dice que el cristianismo es la religión de Occidente. Cuando se acepta el cristianismo, se marginan inevitablemente los pensamientos religiosos que no encajan exactamente en la cultura cristiana. Sobreviven de otra manera. Los conquistadores españoles destruyeron la memoria escrita de los aztecas y los mayas, y quizá valieron de poco los esfuerzos de los misioneros por escribir, en lengua y categorías aristotélicas, la gramática guaraní o la de otras lenguas de la América precolombina. Pero no desaparecieron. El testimonio de Rigoberta Menchú, premio Nobel de este año, resulta fascinante, por cuanto nos habla de la supervivencia total de la cultura y la religión mayas en los pueblos guatemaltecos. En resumen, en Guatemala, el lenguaje cristiano oculta también otra religión. Y quizá las conversiones neoprotestantes que se dan entre aquel pueblo son otra forma del resurgimiento de la religión destruida por los conquistadores. Es también evidente la resistencia que las grandes culturas asiáticas oponen a Occidente y al cristianismo -vistos como cultura única y extraña- incluso cuando adquieren sus prácticas. En Japón, las diferencias con el mundo cristiano y occidental se consideran antropológicas y, por tanto, propias de una cultura distinta y sin cabida dentro del cristianismo y de Occidente. El traducir la Summa al japonés fue una obra espiritual y técnicamente significativa, pero no ha dado lugar a una transposición de la cultura nipona al universo cristiano.
Ha resultado ser ilusoria la convicción del Concilio Vaticano II de que el catolicismo de la cristiandad pudiera expresarse en todas las culturas y de que las distintas palabras pudieran perder su significado original para asumir uno, el cristiano, universal y absoluto por derecho propio. Y es por esto por lo que el Catecismo de la Iglesia católica nos dice que el catolicismo puede vivir sólo en su propio ambiente, en el que fe, filosofía y cultura se determinan recíprocamente.
En cierto modo, este libro indica también que el pontificado de Juan Pablo II ha alcanzado su meta ideal. Así, el catecismo universal puede poner fin a todas las pequeñas herejías que el pluralismo teológico ha introducido en los catecismos y en los apostolados locales. En este sentido, la restauración se ha llevado a cabo. Pero Juan Pablo no es un obispo preconciliar; es un obispo del concilio, que cree en la universalidad actual del lenguaje cristiano. Es más, espera que el hacerlo cada vez más riguroso lo haga cada vez más puro y libre, más capacitado para fecundar a otros, pueblos. El Papa, que recorre todos los lugares de la tierra a los que puede llegar el papamóvil, expresa la idea de un Pentecostés continuo, es decir, de la actual universalidad del cristianismo como lengua de las lenguas.
El después de Juan Pablo II sólo puede nacer de la conciencia de los confines del catolicismo; éste forma un cuerpo con unas lenguas, con unas culturas, con una historia -la suya- Es una historia mundial, pero expresa una cultura concreta, e incluso se podría decir que una cultura socialmente realizada en Occidente. El destino del catolicismo es el destino de Occidente, y el destino de Occidente aparece hoy como el acontecimiento determinante de la aventura humana del siglo XXI de la era cristiana.
es sacerdote y eurodiputado por el PSI.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.