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Silencio en la ciudad india de Ayodhya

Tras la destrucción de una mezquita por los hinduistas, en la calle sólo hay policías y monos

Todo el terreno, acotado por rollos de alambre espinoso y por barreras hechas con troncos, y protegido por decenas de policías, no mide más de medio kilómetro cuadrado, y el centro, la zona de disputa en sí, no ocupa más espacio que la Cibeles. Es un montículo de tierra apisonada sobre el que ahora se alza una especie de tienda de campaña rectangular de seda color de rosa apuntalada en torno a cuatro postes. En su interior, imágenes y reliquias del dios hindú Rama, y en lo más alto, una bandera.

ENVIADA ESPECIAL

Esta enseña color naranja, con la flor del loto, es el símbolo del Bharatiya Janata Party (BJP), principal partido de la oposición, que desde 1989 ha gobernado -teniendo como aliadas a las formaciones más extremistas del hinduismo militante- en cuatro importantes Estados del llamado cinturón hindú, entre ellos Uttar Pradesh -donde se encuentra Aydohya-, el más poblado y que cuenta con mayor número de escaños en la Cámara baja.Aunque, después de los sangrientos disturbios del pasado domingo 6 de diciembre, el presidente de la India, Narashima Rao, ha destituido a los primeros ministros provinciales del BJP, poniendo los cuatro Estados bajo su mandato directo, ha prohibido cuatro partidos sectarios y ha metido en la cárcel a los principales líderes responsables de la escalada de la violencia; a pesar de ello, esta solución temporal sólo puede aumentar, en opinión de la mayoría de los observadores, la aureola de victimismo entre el electorado del BJP, que utiliza la esencialidad hindú y el sentimiento antimusulmán como bandera política.

A esta Ayodhya de medio millón de habitantes -45.000 de ellos dedicados a servicios religiosos en los 6.500 templos de que dispone-, hoy silenciosa bajo un toque de queda y tomada por la policía local y nacional, sin otra presencia' callejera que las bandadas de monos que tradicionalmente campan sin trabas por la ciudad, llegaron, en vísperas de aquel trágico domingo que había de reavivar el fuego de la lucha entre religiones por toda la India, más de 200.000 kar sewaks (voluntarios) reclutados sobre todo en el Sur de la India.

Libres de los hoy prohibidos partidos Vishwa Hindu Parashad (VHP) y Rashtriya Socialist Samaj (RSS) -este último cuenta en su historial con el dudoso honor de que uno de sus miembros asesinara al mahatma Gandhi-, estimularon a través de megáfonos a los cientos de miles de histéricos religiosos que, evidentemente, no habían acudido a Ayodhya para celebrar una merienda. Y aunque el objetivo oficial no era "demoler la mezquita", sino "reconstruir el templo de Rama" que se supone que hay debajo, los voluntarios desbordaron cualquier previsión. Balance, sólo en Ayodhya: 16 muertos, 10 de ellos musulmanes, decenas de heridos, 100 de las 220 mezquitas dañadas en mayor o menor grado y multitud de viviendas y negocios musulmanes arrasados.

La caza del musulmán

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"El domingo 6 estuvieron tres horas destrozando la mezquita. Pero ya el jueves empezaron a saquear e incendiar nuestras casas, nuestras tiendas, mientras la policía local les dejaba hacer o intervenía activamente en el pillaje". Quien habla es el musulman Haji Abdul Ahad, de 65 años, sentado en un camastro de cuerdas trenzadas, en la aldea de Raunahi, a 25 kilómetros de Ayodhya, donde unos parientes les han dado asilo a él y a sus cinco hijos. "Nos golpearon y destrozaron mi almacén de tabaco, mi tienda de aceite. Vinieron armados con machetes y cuchillos y enarbolando el trashul, el símbolo del dios Shiva". Como los otros musulmanes dispersos en refugios provisionales y en villorrios cercanos en donde sus correligionario s les amparan, Haji Abdul no puede volver a una ciudad en donde ya no tiene nada, excepto el recuerdo del horror."Solo regresaremos si nos devuelven nuestras propiedades y nos indemnizan por lo perdido, y por- los parientes que mataron", afirma Mohamed Tahír, de 49 años, un hombre alto, de rostro pavimentado de granos y mirada ardiente bajo el turbante. ""Los kar sewaks irrumpieron en mi casa y en mi taller de carpintería y los prendieron fuego: mis dos hermanos ardieron dentro". El padre de Tahir fue imán de la mezquita Babri desde 1929 hasta que, 20 años más tarde, las autoridades la cerraron y ya no se pudo seguir utilizando, debido a las recurrentes discusiones sobre si estaba o no edificada sobre un templo de Rama.

Los musulmanes que han acogido a este hombre y a 134 refugiados más en la Jalahaldim. Islamia School, de Raunahi, exigen que se reconstruya la mezquita, aunque están dispuestos a admitir que se edifique también un templo dedicado a Rama en las cercanías, "pero nunca en el terreno colindante, pues esa tierra sagrada la utilizamos como cementerio para nuestros fieles". El Gobierno se ha comprometido a edificar templo y mezquita: el problema es que ambos reivindican el mismo lugar.

Además de este nada insignificante dilema, el gobernante Partido del Congreso (I) tiene otras cosas en qué pensar. Se encuentra muy debilitado por dentro, y aunque ahora hasta los comunistas se le han unido, ante el peligro que supone el tirón popular de que gozan el BJP y sus aliados, y en defensa de la Constitución secular que es el orgullo de este país, dentro de tres meses va a tener lugar en el Congreso la votación de los prespuestos generales. La solidaridad actual de los partidos puede convertirse entonces en una animosidad que dé al traste con la nueva línea económica de Rao, la del aperturismo neoliberal, adoptada tras el descalabro que ha supuesto 'Para la India la caída de su principal aliado, la URSS.

Alejada de la gran política, pero convertida en estandarte del más grave desafío lanzado contra el gobernante Partido del Congreso (I), Ayodhya ofrece hoy al visitante cierto sentimiento de vergüenza, porque el mundo la conoce gracias a una barbarie en la que no colaboró directamente, y un indisimulado contento, porque "el templo de Rama ha sido recuperado". "La mezquita nunca existió", dijo a esta enviada especial el comerciante Ran -un nombre muy común en la ciudad- Kurnar Yadav, que añadió: "Nunca hubo una mezquita aquí. Sólo pusieron encima tres cúpulas. Ni siquiera tenía minarete".

Por las estrechas calles trufadas de templos multicolores transitan numerosos policías y los simios -hay lugares de culto dedicados al sonriente Hanuman, el dios mono que fue asistente de Rama- que se dedican a mimar a sus crías y a robar manzanas.

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