¿Qué votarán los trabajadores?
Felipe González ha pedido ayuda a UGT y CC OO para que siga habiendo, según sus palabras, una alternativa de izquierda moderada en España. Tal como cabía prever, la respuesta inmediata de los dos sindicatos ha sido negativa, utilizando para ello diversos argumentos y algunas descalificaciones.De entre las cosas que se han dicho hay una que parece razonable y compartible: aquella que anuncia la intención de ambos sindicatos de no pedir expresamente el voto para ningún partido político. Donde pueden existir diferencias internas es en las razones. Para algunos de nosotros, la cuestión de principio es que, dado el pluralismo político de los trabajadores e incluso dentro de los propios sindicatos, y dado el proceso de unidad de acción entre CC OO y UGT y la conveniencia no sólo de profundizarla, sino de situarla en una perspectiva más ambiciosa de unidad sindical en el largo plazo, pronunciarse abiertamente a favor del voto hacia una fuerza política concreta, ahora o en otro momento, tendría efectos distorsionadores en todo ese proceso y, en cierto modo, equivaldría a un paso atrás. Otra cosa es que cada militante, en el ejercicio de sus derechos, defienda a nivel individual la opción que considere más oportuna sin involucrar al conjunto de la organización.
También tiene su lógica, aunque sea un terreno más proclive a la polémica, que existiendo una continua y sistemática confrontación con la política del Gobierno no pueda pasarse de la noche a la mañana a suscribir el apoyo que se pide. Para el grueso de la militancia parecería incoherente con el discurso que llevan escuchando y propagando desde hace cuando menos cinco años.
Pero dicho esto, no somos pocos quienes consideramos que sería conveniente una reflexión lo suficientemente alejada del fragor electoral para examinar de manera tranquila lo que, desde el estricto interés de los sindicatos, podría sucedernos en función de la naturaleza de los cambios que en el próximo futuro puedan darse en el mapa político de nuestro país.
Gobierno de derecha
Porque la impresión es que entre nosotros y en buena parte de la sociedad aún prevalece la opinión de que la hipótesis de un Gobierno de la derecha sólo resulta verosímil en el largo plazo. Las razones van desde la carencia de implantación suficiente del PP en dos de las nacionalidades históricas hasta una visión mecanicista del hecho de que la mayoría del pueblo español ha venido inclinándose hacia opciones de izquierda. Aún hoy se escucha aquello de que se saca el espantajo de un Gobierno de la derecha para justificar al actual.
Pues hay que ser un tanto miope -y de esa miopía podría participar un sector del Gobierno y del PSOE- para no ver que el espantajo de la derecha no es tal. En todo caso, lo que hoy por hoy parece más que probable es que el Gobierno que surja no podrá contar con una mayoría absoluta del PSOE. De no cambiar el panorama, y para ese cambio habrían de producirse no sólo modificaciones en el enfoque de la política económica, sino en el tipo de argumentos, difícilmente distinguibles del discurso neoliberal, con los que se han defendido medidas que en el mejor de los supuestos podrían haberse presentado como inevitables, pero nunca como las mejores; de no cambiar, repito, el panorama podría incluso suceder que la mayoría minoritaria que los sondeos otorgan al PSOE resultara al final demasiado minoritaria, con todo lo que, en el caso concreto de nuestro país, dado el espectro político realmente existente, acarrearía semejante debilidad parlamentaria, tanto a efectos de condicionar en negativo para los trabajadores la acción de gobierno como para la propia estabilidad de éste, por no hablar del aliento centrifugador que determinadas alianzas podrían producir en un país como el nuestro, donde la ola del que el propio Felipe González denomina hipernacionalismo no está precisamente en reflujo.
Antisocialismo
Se mire por donde se mire, las alternativas probables pueden ser un Gobierno marcado por la derecha o, lo que constituye el dato nuevo, un Gobierno de las derechas coligables por el PP. Sobre el nuevo papel cabría la hipótesis de un Gobierno apoyado en un acuerdo entre el PSOE e IU. Pero esa hipótesis, lamentablemente, es hoy muy remota; entre otras razones, por el antisocialismo visceral e irredentista de algunos líderes de esta coalición. Por este lado, dicho sea de paso, también sería bueno que se modularan los mensajes, dotándolos de mayor rigor analítico.
La perspectiva que comentamos afecta directamente al movimiento sindical. Por eso, sin en absoluto renunciar a la crítica y a la acción en demanda de cuantas reivindicaciones consideremos justas, tampoco vendría mal preguntarnos si en el terreno de lo que hemos combatido -decretazo, problemas industriales, paro, retrasos y carencias en la mejora de la protección social, extensión de la precariedad en el empleo, etcétera- las cosas no hubieran sido peores con un Gobierno de las características del que nos puede venir próximamente. Preguntamos también si otras cosas que sí hemos conseguido hubieran sido posibles. Por ejemplo, la recientemente consensuada ley, de huelga e incluso, con todo lo censurable que resulten las rebajas que el Gobierno ha introducido sobre lo previamente negociado con nosotros, el anteproyecto de ley de salud laboral, de la que si se corrige alguna de estas rebajas, podría ser quizá la más avanzada Europa. Lo mismo cabría decir de otras conquistas menos recientes, como, también a título de ejemplo, la controvertida ley sobre el control sindical de los contratos de trabajo o acuerdos como los que en 1990 permitieron garantizar el poder adquisitivo de las pensiones durante toda la legislatura.
Pero no es sólo esto. Hay más motivos a introducir en ese ejercicio reflexivo. De entre ellos vale la pena prestar atención a uno que se comenta poco, pese a constituir una cierta singularidad de la situación española. Me refiero a las causas de fondo por las que las direcciones confederales de los sindicatos a nivel del Estado apenas desarrollamos contactos y negociaciones con la patronal. No deja de ser curiosa la naturalidad con que la sociedad acoge noticias como la que acompañó la reciente reunión entre la CEOE, CC OO y UGT, celebrada el 23 de septiembre. Resulta que no se había realizado un encuentro similar desde 1988. El último gran acuerdo, el AES, data de 1984. En cuanto a otros acuerdos interconfederales, hay que remontarse al de 1983.
Entre las causas de fondo a que me refería está el insuficiente poder contractual que los sindicatos tenemos respecto de los grandes poderes económicos y financieros privados. A su vez, esto guarda relación con que, aun poseyendo amplia representatividad -las elecciones sindicales lo dernuestran-, no sucede lo mismo con la afiliación; esto es, con la capacidad de organización y encuadramiento estables de los trabajadores. Además, la afiliación, aceptable en las grandes empresas -sobre todo en las públicas-, apenas existe en las pequeñas, que es donde están la mayoría de los asalariados. Estos y otros factores, que sería prolijo enumerar, determinan que las direcciones confederales tendamos a reivindicar, a negociar y a movilizarnos con mucha referencia al poder político y poca a las patronales y a los poderes económicos, tarea que descarga en las endebles federaciones de industria y servicios.
Por otra parte, tenemos conciencia de que las expectativas que los Gobiernos de la izquierda han generado entre los trabajadores, superiores a sus realizaciones, sumadas al bombardeo de la oposición política y a la crítica continuada y a menudo unidireccional del grueso de los medios de comunicación social, nos otorgan un plus a nuestra propia capacidad para deslegitimarle. Esa capacidad nos da poder y posibilidades ante este Gobierno.
Y surge la pregunta: ¿tendríamos similar capacidad ante un Gobierno de derechas? ¿De verdad alguien se cree que con Aznar en La Moncloa íbamos a tener menores obstáculos para resolver ese insuficiente poder contractual respecto del sector privado de la economía? Si alguien lo duda, que relea e interprete lo que opina el PP del sector público, del gasto social, de la fiscalidad, del papel de los sindicatos y hasta su reacción frente al acuerdo sobre la ley de huelga, tras haber intentado mostrar comprensión hacia los sindicatos y sus reivindicaciones en las reuniones tenidas con ellos los últimos años.
Ahorro comentarios sobre lo que podría pasar con las subvenciones, ayudas o acuerdos para la plena dedicación a la organización regular de los sindicatos, de trabajadores pertenecientes a las administraciones y empresas públicas -los llamados liberados-; apoyos que en mayor o menor medida se dan en todos los países de la CE, pero que en el nuestro dependen de la decisión del Gobierno de turno.
Como antes se apuntó, lo dicho pretende ser sólo una aportación a la reflexión sobre los efectos sindicales de una derechización en el mapa político, preocupante en sí misma, pero más aún por el tipo de derecha que tenemos. Una derecha que, recordémoslo, llegó incluso a desarbolar la UCD de Suárez por considerarla muy permisiva y hasta izquierdista.
Julián Ariza Rico es miembro de la comisión ejecutiva de la Confederación Sindical de CC OO.
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