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Un año negro para la corona británica

Enric González

Este año, el peor de la monarquía británica desde la abdicación de Eduardo VIII en 1936, no podía tener un remate más devastador que el incendio del castillo de Windsor. Las riñas matrimoniales, las dudas sobre la sucesión de Isabel Il y la impopularidad de la institución quedaron simbolizadas en la espesa humareda que brotó, durante horas, del augusto edificio construido hace más de 900 años por Guillermo el Conquistador, primer rey normando de Inglaterra.Windsor es uno de los más antiguos símbolos de la identidad nacional inglesa y, por extensión, británica. La actual dinastía sustituyó a principios de siglo sus apellidos alemanes, de la Casa de Hannover, por el de Windsor, para vincularse formalmente al castillo y reafirmar su identificación con lo más profundo del espíritu inglés.

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Si tras el cotidiano culebrón de las aflicciones de los Windsor hubiera un guionista, inevitablemente habría recurrido a un siniestro como el de ayer para conseguir un clímax narrativo.

El año empezó en tonos rosados. La reina Isabel II cumplía 40 años de reinado en la cima de la popularidad, y su nieto Guillermo aseguraba la continuación dinástica. Todo iba bien, hasta que todo empezó a marchar mal.

Los duques de York, Andrés y Sarah, anunciaron su separación matrimonial. Luego fueron los mismísimos príncipes de Gales, Carlos y Diana, quienes, sin estar aún separados, se erigieron en modelo de la perfecta pareja infeliz.

Aprovechando la confusión, la princesa Ana obtuvo el divorcio del capitán Mark Philips y la duquesa de York se las arregló para figurar, en una semidesnudez muy criticada en términos estéticos, en las revistas del corazón de todo el mundo.

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El cuadragésimo aniversario de reinado no podía culminar de otra forma, es decir, la casa de los Windsor envuelta en fuego y humo.

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